Por Miguel Ángel Cid Cid
Los dos ciudadanos están faltosos de dinero, pero están negados a caer en la lengua de los prestamistas. Por eso decidieron empeñar algunas prendas. El primero se valió de una cadena, un guillo y dos anillos, los cuatro en oro de 18 kilates.
El licenciado logró 42 mil pesos por el empeño de las alhajas. El pago de los réditos mensuales sería de tres mil trescientos sesenta pesos. Es decir, un 8% mensual.
El vecino del apartamento del frente del licenciado, por el contrario, iba en busca de diez mil pesos. Para conseguir esa cantidad dejaría en garantía una pluma en plata 925 con los terminales en oro de 10 kilates. Aplicado el 8% de interés, le tocaría pagar ochocientos pesos mensuales.
Para sacar sus prendas del empeño el licenciado y su vecino deben saldar sus deudas en un plazo inferior a los cuatro meses. Si pagan los réditos mensuales, por el contrario, pueden durar todo el tiempo que quieran.
Pero las deudas con las compraventas no soportan amortización. O sea, el deudor no puede pagar los réditos y, a la vez, reducir la deuda.
Pues, para eso sirven las compraventas, para sacar la gente de los enredos en los que se meten. El lío está en cómo salir del empeño.
¿Qué es una compraventa?
La compraventa es una casa de empeño. Es el equivalente de una financiera, un banco, una cooperativa o simplemente se asemeja al prestamista del barrio. Todos cobran por prestar.
Las diferencias entre las instancias señaladas con la compraventa son distintas entre sí. Primero, el banco es una institución que presta dinero a un costo relativamente bajo, pero exige requisitos a más no poder.
Segundo, la cooperativa cobra intereses mínimos, aunque en ocasiones suele ser tan compleja como el banco. Una y otra hacen apuestas contrarias. El banco —de jura a Dios— quiere quedarse con el inmueble puesto en garantía. La cooperativa reza para que el cliente pague su deuda.
Tercero, la financiera, en cambio, es menos complicada que el banco y la cooperativa a la hora de aprobar un préstamo. No obstante, los réditos se elevan a las nubes. Rozando en la usura.
Cuarto, el prestamista —entre todos— es el más peligroso. Igual que los anteriores exige objetos en garantías. Tiene dinero en efectivo siempre. Con él se puede lograr un préstamo en lo que pestaña un pollo. Con intereses entre el módico 15% o 20% las moras son naturales.
Contrario a los anteriores, la función de la compraventa consiste en recibir prendas en calidad de empeño. Supongamos que, necesitas trescientos mil pesos urgentes. Que tienes setecientos mil pesos en prendas. La compraventa es una opción.
Recoge las prendas, las lleva al negocio, ellos la someten a evaluación, comprueban su valor y desembolsan lo requerido. Los intereses superan los del banco y la cooperativa, no así los de la financiera y el prestamista del barrio.
A las compraventas las llaman las “amigas del pobre”. En estos negocios de préstamos prendarios los clientes —con una buena negociación— podrían lograr entre un 7 o un 8% de interés mensual.
Las casas de empeño están reguladas por la Ley 387, promulgada el 23 de noviembre de 1932; G. O. no. 4522. El artículo 1 refiere: “Se consideran compraventas a los negocios “que compren, vendan, permuten, empeñen o de cualquier modo trafiquen con objetos usados, nuevos o viejos”.
En estos tiempos las compraventas ofrecen servicios de empeño a domicilio. Y el cliente ya no tiene que ir a la compraventa a buscar sus prendas. Basta con depositar en una cuenta bancaria y la mercancía será llevada a su casa en las siguientes 24 horas.
Lo anterior indica que ni el licenciado, ni su vecino del frente tendrán que andar escondidos cuando tenga la necesidad de empeñar otra vez. Y hablando de estos personajes, la historia quedó inconclusa. Veamos qué pasó.
El licenciado nunca empeñó el anillo de graduación, con el demuestra su estatus social. A su vecino, aunque cedió la pluma que heredó de su padre, para nada se le ocurrió comprometer la sortija de boda…
En suma, la compraventa no sólo sirve para sacar de líos a la gente, sino que, también alimenta el cuchicheo en el vecindario.
Los colmados, ventorrillos, fondas, prostitutas —en el pasado— estaban amarrados a la compraventa. Ahora, si no los estrangula la financiera, el prestamista usurero se encarga de ellos.
Por tanto, si estos negocios deciden planificar sus presupuestos. Entonces, podrán someterse —para liberarse de los altos intereses— a los rigores y la lentitud de los bancos. O mejor de las cooperativas.
Miguel Ángel Cid
Twitter: @miguelcid1