Por Miguel Ángel Cid Cid
El mocho llegó temprano en la mañana a la Oficina Senatorial de Santiago. Caminaba, perdón, renqueaba apoyado en un nudoso palo de guayabo. Subió el escalón del frente del edificio de un solo empujón, pero antes hizo un esfuerzo lento, torpe, insufrible. Avanzó hasta el ante despacho y le entregó una carta a la secretaria, dirigida al senador. En ella solicitaba una sola cosa: la donación de un juego de muletas. Era la cuarta vez que pedía lo mismo.
— Es que los tígueres me la roban –, explicó. Sus pequeños ojos marrones miraban con un dejo de dolor, pero su mirada era evasiva.
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El salario mensual de un senador, ronda los cuatrocientos mil pesos, sin incluir los ingresos de los barriles que, el legislador usa a discreción. Durante la campaña el candidato tiene que repartir prebendas para conseguir los votos. Pero una vez gana las elecciones, el número de clientes a los que tiene que comprarles recetas, darles cajas de alimentos, bonos para combustibles, etc. se multiplica.
Es decir, la campaña para ser senador es tan cara que es imposible recuperar lo invertido con los salarios devengados una vez se gana la posición.
¿Usted cree que, con esos niveles de ingresos, acumulados durante los cuatro años que dura el periodo, el senador puede recuperar más de cien millones de pesos invertidos en la campaña?
El narco tráfico, consciente de esa debilidad, trazó su ruta de entrada al Estado al través de los partidos políticos.
Pero es probable que la corrupción en el sector privado supere la del sector público. Recuerdo a Hipólito Mejía cuando era presidente, asistió a una reunión de empresarios, al entrar: — que dicen esos evasores—, dijo.
En la sociedad acontece que si un amigo llega a un puesto en el gobierno se ve como una oportunidad para salir de la pobreza. Si sales igual como entraste te califican como un pendejo.
Lo anterior enseña que si llegas al gobierno tienes que hacerte rico. Y si te haces rico eres un ladrón, no supiste nadar sin mojar la ropa, dicen. Controlar la corrupción, en consecuencia, no depende, del presidente de la República, ni de un partido político. Pero ambos, presidente y partido pueden ayudar.
¿Entonces, de qué depende? Depende de un régimen político, social y económico. Depende de un sistema de gestión pública eficiente.
¿Es viable, bajo las condiciones descritas, dedicarse a la política para competir en una campaña con esas características sin recurrir al dinero subterráneo?
Como puede verse, para ser político competitivo hay que aprender muy bien el arte de lavar.
Cualquiera, sin ser analista, sabe que, si el narco paga la campaña de un partido político, de alguna manera le cobrará lo invertido. De modo que la relación político-narco se vuelve vinculante con la función de gobernar.
En suma, el combate contra la corrupción pasa por, primero, reconocer que somos una sociedad corrupta. Segundo, establecer un nivel alto de control sobre los hechos engañosos. Lograr esto amerita un sistema de justicia capaz de actuar apegado a los dictados de las leyes. Y tercero, que los legisladores cumplan con su rol exclusivo de legislar y vigilar las acciones del Ejecutivo.
El Poder Ejecutivo tiene la responsabilidad de controlar los funcionarios y enviar a los tribunales los que metan la pata. Que sea la justicia la que decida cuál será su condena.
Reconocerse corrupto es el primer paso para que surja un grupo de habitantes dispuestos a convertirse en ciudadanos. Ciudadanos decididos a exigir a la justicia, a los congresistas y al ejecutivo, cumplir con su función sin intervenir en las decisiones de los demás poderes del Estado.
La población exige controlar la corrupción. El Presidente Abinader ha dado señales de que esta dispuesto a atender esas demandas. A él le corresponde aprovechar este momento político histórico.
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En suma, en la Oficina Senatorial de Santiago, todos sabían que el mocho mentía. No era un secreto para nadie que vendía las muletas para darse un viaje, donde por un momentito sentía que podía volar y volar como si le crecieran alas por todas sus extremidades.
A pesar de ser una historia conocida, el mocho recibió su otro juego de muletas.
Miguel Ángel Cid
Twitter: @miguelcid1