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Una Cámara alta fracturada vota el tercer ‘impeachment’ de la historia. Solo el republicano Mitt Romney rompe filas con el partido y condena al presidente

AMANDA MARS

Altice

Washington.- Donald Trump afronta la recta final de su mandato envalentonado y con la mira en la reelección tras haber superado el proceso institucional más grave de la política estadounidense, el impeachment. El Senado ha votado este miércoles un veredicto absolutorio de los cargos de abuso de poder y obstrucción al Congreso a raíz de un escándalo de presiones a Ucrania en busca de su beneficio electoral. Nunca ha habido incertidumbre, la mayoría republicana de la Cámara alta arropó a su líder desde el primer momento. El desenlace marcará la pauta a las presidencias venideras.

La historia, vista de cerca, puede resultar tediosa, hasta vulgar. En las dos semanas que ha durado el tercer juicio a un presidente desde la fundación de Estados Unidos se ha visto a senadores haciendo crucigramas y aviones de papel, adormilándose y metiendo caramelos de contrabando en la sala. Las sesiones maratonianas —algunas han llegado superar las 12 horas— han mostrado lo prosaicos pueden llegar a resultar los momentos supuestamente cruciales de un país, sobre todo cuando el resultado se descuenta.

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Un grupo de jóvenes de Minnesota, en viaje de estudios, protesta con pancartas contra Donald Trump en el Capitolio, el día del veredicto. SARAH SILBIGER AFP

Esta tarde, sin embargo, dominaron las caras graves momentos antes de la votación. Uno a uno, los senadores fueron respondiendo en voz alta -algunos de pie- “culpable o “no culpable” a los llamados artículos del impeachment, abuso de poder y de obstrucción al Congreso. Pasadas las cuatro y media de la tarde, Donald Trump ha quedado absuelto del cargo de abuso de poder por 52 votos, frente a los 48, y del de obstrucción, con 53 a 47, en una división claramente partidista.

La condena y consiguiente destitución del presidente, que nunca antes ha ocurrido, requería el apoyo de dos tercios del Senado, 67 de los 100 senadores, y los 53 escaños de los republicanos se habían mantenido como una fortaleza. Solo Mitt Romney, el senador de Utah que fue candidato presidencial en 2012, muy crítico de Trump, anunció este miércoles que votaría para condenarle. “El presidente es culpable de un terrible abuso de la confianza pública”, dijo Romney, en un breve discurso que tuvo que interrumpir en ocasiones, aparentemente emocionado. Se convirtió así en el primer senado de la historia en votar por la destitución de un presidente de su propio partido.

El caso empezó con la denuncia de un informante procedente de los servicios de inteligencia, en un escrito del 12 de agosto y se encendió de forma rápida. El 24 de septiembre, la Cámara de Representantes anunció la apertura de la investigación previa.

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El mandatario estadounidense está acusado de abuso de poder por las presiones a su homólogo ucranio, Volodímir Zelenski, para lograr que la justicia ucrania anunciase dos investigaciones que perjudicaban a sus rivales políticos demócratas, utilizando incluso la congelación de 391 millones de dólares en ayudas militares y una invitación a la Casa Blanca. Una de las pesquisas tenía que ver con Joe Biden, precandidato demócrata, y el hijo de este, Hunter, por su trabajo con una empresa gasista en ese país, Burisma, cuando el padre era vicepresidente. La otra tenía por objeto una teoría desacreditada según la cual habría una campaña de injerencia lanzada desde Ucrania en las elecciones presidenciales en Estados Unidos de 2016 para favorecer a los demócratas.

La defensa republicana se ha elevado como un muro infranqueable tras semanas de testimonios acusando al mandatario. La instrucción de este proceso ha mostrado todo un entramado de diplomacia paralela al servicio del presidente en la que su abogado personal, Rudy Giuliani, ha desempeñado un papel fundamental, transmitiendo los mensajes de presión del mandatario a funcionarios del país.

Varios republicanos han reconocido en los últimos días que los hechos denunciados en este caso son ciertos y están, pero no ameritan un impeachment, como hizo el senador Lamar Alexander. O que son “vergonzosos”, pero aun así lo absolverán como confirmó Lisa Murkowski. Otros, como, Marco Rubio, han considerado sencillamente que, independientemente de su justificación, un impeachment en este momento no responde al interés general del país.

Este impeachment habla de la política de Estados Unidos, pero también de su sociedad. Ninguno de los senadores ha sentido que el voto de este miércoles pueda arruinar su carrera política y Trump, desde que el procedimiento comenzó, ha visto llegar su índice de aprobación al máximo de su presidencia (49%), según los datos de Gallup, gracias —sobre todo— a la buena marcha de la economía. También la de Clinton, en plena bonanza y operación Zorro del Desierto, se había disparado al 73% poco antes del veredicto. La señales que envían los votantes pesan en lo que ocurre en el Capitolio y el apoyo a la destitución de Trump tampoco ha superado nunca la barrera partidista de los votantes: los demócratas se mostraban abrumadoramente a favor y los republicanos en contra.

La diferencia entre Trump y Clinton es que este último llegó a pasar miedo cuando se descubrieron sus mentiras, sintió que podía llegarle el día que le llegó a Richard Nixon, en el que políticos de su partido llamaron a su puerta para advertirle de que le retiraban su apoyo, y pidió perdón. Nixon, acorralado, dimitió justo antes de que la Cámara de Representantes aprobase la acusación y le enviase a juicio al Senado. América es un poco más cínica desde el Watergate. El libro Impeachment. Una historia americana recuerda que antes de aquel escándalo, más de la mitad de los estadounidenses respondía en las encuestas que confiaban en que los presidentes hacían “lo correcto” y esos porcentajes nunca se han recuperado.

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El primer impeachment de la historia, el del demócrata Andrew Johnson (1868) acabó con la conclusión de que una disputa política no debía juzgarse como un delito, en el de Clinton se produjo un debate nacional, sobre la esfera privada y pública de un mandatario, y sobre el grado de gravedad de mentir a la nación. ¿Qué reflexión ha hecho Estados Unidos con el juicio a Trump? Es difícil identificarlo.

El juicio, una vez en la Cámara alta, se ha cerrado con rapidez y sin la declaración de algunos testigos que los demócratas creían vitales y que Trump había vetado, porque tampoco en eso los demócratas han encontrado apoyo en los republicanos. El torpedeo al proceso abierto en la Cámara de Representantes le ha supuesto el cargo de obstrucción. Cada impeachment, se ha dicho mucho en Washington en estos meses, marca la pauta a las presidencias del futuro.

Se han pronunciado frases duras en este proceso y se han vivido momentos trascendentales en las audiencias. Un embajador estadounidense, Gordon Sondland, aseguró que había presionado a Ucrania siguiendo las órdenes del presidente. Otra diplomática, enfrentada a Trump, Marie Yovanovitch, ha relatado como le llegaron a advertir que “cuidara sus espaldas” y que se marchara de Kiev “en el siguiente avión”.

Los padres fundadores fueron conscientes de que el presidente del país que nacía iba a acumular tanto poder que había que dotar a la Constitución de un instrumento para destituirlo bajo determinadas circunstancias. Así vio la luz el Artículo II, sección 4, que dice: “El presidente, vicepresidente y todos los funcionarios civiles de Estados Unidos serán retirados del cargo al ser acusados y declarados culpables de traición, sobornos, y otros delitos y faltas graves”. Este miércoles, el Senado de Estados Unidos ha determinado que Donald Trump debe completar los 349 que le quedan de mandato. La víspera del veredicto, durante el discurso del Estado de la Unión, se mostró confiado y agresivo, crecido. El 3 de noviembre de 2020, en las elecciones presidenciales, se someterá al impeachment definitivo: será el día en el que los estadounidenses le elijan para gobernar cuatro años más.    elpais.com

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