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A nadie se le escapa que el tenis español está en un momento delicado, sobre todo en lo que se refiere a la ascensión de nuevas figuras. Si uno echa un vistazo al ranking ATP -un ranking muy maleado por el cambio de criterio, pero bueno- solo encuentra dos jugadores nacionales por debajo de 25 años entre los cien primeros: Alejandro Davidovich (46º) y Jaume Munar (72º). Por supuesto, todos miramos con expectación y esperanza los avances de Carlos Alcaraz, pero no deja de ser un chico que acaba de cumplir los 18 años y con el que hay que tener toda la paciencia del mundo.

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Peor aún está el tenis femenino: la vuelta de Carla Suárez-Navarro tras recuperarse de un linfoma no oculta un hecho devastador: solo hay tres jugadoras entre las cien primeras y cinco entre las ciento cincuenta mejores. Hace mucho tiempo que no vemos algo parecido en una disciplina que ha dado grandes triunfos a nuestro país desde hace décadas. Tenemos a Garbiñe Muguruza, con sus altos y sus bajos, tenemos a Sara Sorribes Tormo… y tenemos a la gran joya de la corona, Paula Badosa, recuperada de sus problemas físicos y mentales, aún con 23 años y la única capaz de pasar a tercera ronda de Roland Garros, el Grand Slam de referencia para los aficionados españoles.

La historia de Paula Badosa es una historia de obstáculos que saltar. Nacida accidentalmente en Nueva York por la profesión de sus padres -modelos ambos-, Badosa se crió en Girona y sus inicios fueron fulgurantes: en 2014, con apenas 16 años, ya fue seleccionada para el equipo de Copa Federación. En 2015, se proclamaba campeona junior de Roland Garros y en 2016 tenía una depresión horrible, una ansiedad constante provocada por las enormes expectativas puestas en una adolescente. “La nueva Sharapova” repetía todo el mundo para referirse a esta chica de 18 años que intentaba abrirse un camino en el durísimo campo del profesionalismo.

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Paula Badosa durante su partido de primera ronda en Roland Garros (Photo by Clive Brunskill/Getty Images)

Su caso recordaba cada vez más al de Carlos Boluda, ese “nuevo Nadal” que arrasaba a todos sus rivales de junior y luego apenas rozó el top 100 como profesional, lleno de dudas y angustias. A Badosa se le juntaron la presión con las lesiones y así, entre 2017 y 2018, apenas disputó tres torneos WTA, sumando un total de dos victorias. Mientras las chicas a las que ella batía con facilidad en categorías inferiores llegaban a las últimas rondas de los grand slams, ella seguía luchando por entrar entre los 100 primeros, algo que solo consiguió en 2019, ya con 21 años, cinco después de su presentación en sociedad.

Aunque 2020 prometía bastante -su cabeza estaba centrada, su tenis parecía volver a fluir, su cuerpo le daba una continuidad necesaria-, la pandemia volvió a frustrar su proyecto y ha habido que esperar a 2021 para ver de nuevo la mejor versión de Paula. Desde que empezó el año, Badosa parece otra: ha hecho sus primeras semifinales en un WTA 1000 (Madrid) y en un WTA 500 (Charleston). Se ha metido entre las 35 mejores del planeta y viene de ganar su primer torneo profesional en Belgrado, sin ceder un set en toda la semana. 

Su primera semana en París está siendo de momento más que notable. Es cierto que hasta ahora, Paula ha tenido serios problemas de resistencia física y habrá que ver cómo aguanta dos semanas seguidas de esfuerzos. También es verdad que el hecho de tener un día de descanso entre partido y partido puede que la beneficie. De momento, entre las dos primeras rondas, ha cedido un total de diez juegos, mostrando una gran movilidad -uno de sus puntos débiles- y la habitual contundencia tanto en la derecha como en el revés a dos manos. Paula es una jugadora alta y fuerte. Cuando está con confianza, es de esas rivales que intimidan a cualquiera. Cuando la confianza falla, realmente el golpe puede ir a cualquier lado. Hay algo de Muguruza en la catalana, eso está claro.

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En tercera ronda, espera la rumana Ana Bogdan. Si gana, igualará los octavos de final que consiguió el año pasado en París, lo que indica una cierta y lógica querencia por la tierra batida, a diferencia precisamente de Garbiñe que siempre se ha mostrado más peligrosa en pistas rápidas. Badosa está en ese momento en el que cualquier cosa es posible con ella: es suficientemente joven para que, si ahuyenta definitivamente los demonios de su cabeza y aleja definitivamente la depresión y la autoexigencia excesiva, puede competir por cualquier título. Por otro lado, si no consigue dar el paso adelante, si vuelve a caer antes de tiempo, a enganchar cuatro meses de malos resultados o se cruza otra lesión por su camino, es probable que la cabeza vuelva a plantearse demasiadas preguntas.

En tiempos de angustias, ansiedades y problemas de salud mental (ahí están Naomi Osaka y Dominic Thiem, campeones del US Open hace nueve meses, incapaces ahora de colocar los pensamientos en su sitio), Paula Badosa es un ejemplo de superación. Lo tenía todo en contra, absolutamente todo. Cuando una entra en un hoyo como el que habitó ella durante años, salir es complicadísimo. Salir y consolidarte como una de las mejores del mundo en tu profesión es directamente heroico. Disfrutemos de cada partido y de cada victoria sin mirar mucho más allá pero no lo olvidemos: no es una tenista mediocre, no es una tenista condenada a los resultados vulgares. Puede no llegar nunca al título de un grande ni a la final, pero tiene el tenis para ello. Vivamos en ese punto medio y aceptémosla como es. Ella lo agradecerá, desde luego. noticias.yahoo.com

Por Guillermo Ortiz

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