Fiona Hooker, de Hampshire, Inglaterra, quedó embarazada de su segundo hijo a finales de 2020. Los primeros dos trimestres del embarazo transcurrieron sin problemas, pero la mujer de 32 años comenzó a notar manchas rojas en el estómago dos meses antes de dar a luz. Lo que siguió fue el inicio de una novela casi de terror. Empezaron a salirle dolorosas ampollas en todo el cuerpo y el diagnóstico de los médicos fue más cruel aún.
“Fui al médico después de unos días porque cada vez me picaban más y eran insoportables”, dijo Hooker a South West News Service en una entrevista.
La mujer contó que durante el embarazo las manchas se sentían como “picaduras de ortiga”. Los médicos le recetaron una variedad de cremas con esteroides, pero hicieron poco para disminuir la gravedad de los síntomas.
A los ocho meses de embarazo, las ronchas se habían vuelto tan graves que Hooker tuvo ir a un hospital de urgencias. “No podía soportar el dolor. Me dieron cuatro días de esteroides orales que realmente ayudaron a calmarlo”, afirmó.
El 13 de junio pasado, Hooker dio a luz a su hijo, Barney, y sus problemas de salud empeoraron: “Exploté con ampollas en la barriga, el pecho, los brazos y las piernas y en cualquier lugar donde sostenía a mi bebé. Fue bastante difícil. Es como si fuese alérgica a él”, cuenta.
Inicialmente, los médicos estaban confundidos por su enfermedad, especialmente porque Hooker ya tenía una hija de tres años, Phoebe, y su primer embarazo no tuvo complicaciones. finalmente, después de dar a luz a Barney, a Hooker le diagnosticaron penfigoide gestacional, un trastorno autoinmune “causado por el sistema inmunitario de una mujer que produce autoanticuerpos y ataca por error a su propia piel”.
El trastorno afecta a una de cada 50.000 mujeres embarazadas, según expertos en salud.
“Cuando me diagnosticaron, me sorprendió porque es muy raro: esperaba que se hubieran equivocado y que fuera otra cosa”, explicó Hooker.
Los especialistas sostienen que “el desencadenante de la producción de autoanticuerpos no se conoce bien”, y Hooker aún no está segura de por qué se convirtió en víctima del trastorno. “Creen que podría tener que ver con el bebé. Algo en el ADN del padre hace que la placenta comience a atacar una proteína que también está en la piel, por lo que mi cuerpo estaba atacando mi propia piel”, explicó Hooker.
Ella agregó: “Mi hijo debe tener un gen de su padre que mi hija obtuvo de mí porque no lo tenía en mi primer embarazo”. Hooker ha pasado los últimos seis meses trabajando para bajar las diferentes potencias de los esteroides orales que toma, aunque ya no todos los días.
Actualmente las ampollas están empezando lentamente a disminuir, aunque cada tanto reaparecen. Los médicos ya le anticiparon que deberá usar cremas con esteroides para siempre y que puede sufrir brotes menores por el resto de su vida.
Esto está haciendo que finalmente puede vincularse con su hijo sin experimentar los dolores fuertes que tenía hasta hace un par de meses. Eso sí, la mujer afirmó que es “poco probable” que intente tener más hijos. “No creo que pueda soportar otra vez volver as vivir esta experiencia”, dijo en forma concluyente.