Por Miguel Ángel Cid Cid
Se dice que dos palabras son sinónimas cuando tienen significados iguales o parecidos. En el caso de las palabras debatir y discutir, aunque tienen significados que se solapan entre sí, en realidad, no significan exactamente lo mismo. La diferencia está que cuando se discute un tema contrastando opiniones diferentes, se le llama debate. Y cuando se examina atenta y particularmente una materia, se produce una discusión.*
Esta columna ha suplicado en varias ocasiones la necesidad del debate político. Ha abogado por la confrontación de ideas, programas de gobiernos y propuestas que ayuden a discernir cuáles son las soluciones concretas a los más candentes problemas nacionales.
Desde hace décadas en nuestro país se intenta incorporar a la vida pública la tradición norteamericana del debate político televisado. Pero no termina de cuajar.
¿Por qué? Porque —parodiando al poeta Jóvine Bermúdez— son los mismos políticos de la contienda pasada con los mismos argumentos de la campaña que viene.
Incluso hubo uno que rechazó el debate con sus contrincantes en el pasado, alegando no rebajarse al nivel de ellos, pero ahora quiere con ardientes deseos debatir. De modo que el político dominicano sólo quiere debatir cuando le conviene.
Eso impide que en República Dominicana se concretice un debate real entre candidatos presidenciales. Desde 1998 la Asociación Nacional de Jóvenes Empresarios (ANJE), y la Asociación de Industria de la República Dominicana (AIRD), vienen proponiendo, con resultados desiguales, la realización de debates presidenciales.
La AIRD, en la noche del martes 2 de junio, realizó el “debate” con los candidatos presidenciales de los tres principales partidos políticos. Pero ahí no hubo debate de verdad. El evento se limitó a que los candidatos expusieran su parecer sobre sus proyectos a ejecutar una vez sean electos. Pura propaganda política.
La prensa nacional, en general, viene subrayando las habilidades oratorias de los candidatos. Entonces ¿vale la pena promover un debate sin debate entre los aspirantes a la presidencia del país? ¿Vale la pena convertir el escenario del debate en una pasarela retórica de unos y la ridiculización de otros? ¿Vale la pena promover la fortaleza de la democracia con un debate que excluye a varios candidatos por ser minoritarios?
Si el lector se acoge a la definición de debate en la entrada del presente artículo, podremos encontrar la respuesta.
La ANJE, por su parte, no se amilanó y convocó su propio debate. En la espera de que los invitados confirmaran su asistencia se le venía agotando el tiempo. A última hora, Luis Abinader del PRM, condicionó su participación a que fueran todos los candidatos. Entre todos los aspirantes que Abinader refiere no está incluido Guillermo Moreno de Alianza País. Leonel Fernández de la Fuerza del Pueblo confirmó con gusto y de inmediato su participación. Gonzalo Castillo del PLD, escurrió el bulto y alegó que ya tenía compromisos previos para esa fecha.
La negativa de Gonzalo originó, a su vez, la suspensión del debate de la ANJE. ¿Por qué ANJE no realizó el debate entre Luis Abinader, Leonel Fernández, Guillermo Moreno y demás candidatos, dejando un atril vacío representado a Castillo? ¿O acaso el objetivo era caerle como los pavos a Gonzalo Castillo?
Si el espíritu de un debate de este tipo es que los votantes conozcan a fondo las propuestas políticas de cada aspirante ¿a qué viene suspenderlo por la falta de sólo uno?
En fin, el debate político serio, el contraste de opiniones entre posiciones políticas distintas y auténticas, es una ganancia para la democracia dominicana. Y la discusión profunda y racional de cada una de las posiciones, también es un bono democrático.
Pero eso de poner ahí a unos hombres, cual banquete griego, a ver quién se ve mejor y habla más bonito, es pura paja.
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Nota:
*Véase en línea el diccionario de la RAE.
Miguel Ángel Cid
Twitter: @miguelcid1