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Por JUAN T H

Altice

Si de verdad queremos un cambio, si deseamos tener un país grande, desarrollado, que no tenga nadie que envidiarle a otro, tenemos que comenzar con nosotros mismos. Si  s no cambiamos de actitud, de comportamiento, de cultura, de educación, nada cambiará, seguiremos siendo un país del tercer mundo, jamás del primer mundo. Y mucho menos del cuarto mundo como ya hay muchos.

El país cambia si nosotros cambiamos, si respetamos las luces de los semáforos, si no tiramos basura en la calle, si aprendemos a decir “buenos días”, “buenas noches”, “gracias”, “perdón“, “buen provecho”, si hacemos la cola respetando el derecho ajeno, si cedemos el paso, si actuamos como ciudadanos, no como individuos, cumpliendo las leyes, los reglamentos y los protocolos, si respetamos a los mayores tratándolos como sabios por su conocimientos y experiencia, no como desechos sociales. (Educación doméstica)

La educación es fundamental para el cambio. Educar a un pueblo toma tiempo. Hace años que debimos empezar. Pero a los políticos sin visión, incapaces de ver más allá de sus ambiciones personales y grupales han invertido tiempo y dinero en mantener al pueblo en la ignorancia para que se arrastre, para que los mantenga en el poder enriqueciéndose mientras los humildes trabajadores, campesinos, amas de casa, etc., se empobrecen. Un pueblo sin educación jamás saldrá del subdesarrollo. No es casual que el PLD haya propiciado tanto el juego de azar. Tenemos más bancas de apuestas que universidades, escuelas, colegios, clubes, hospitales y clínicas para que los pobres pongan su destino en manos del azar. Esa herencia maldita del PLD, que espero no vuelva jamás al poder, debe desaparecer.

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Yo aposté al “cambio” de Luís Abinader. Puse todas mis energías para que ganara las elecciones, al igual que la mayoría de la gente. ¡Y las ganó! Pero el nuevo presidente no podrá hacerlo solo. Precisará del concurso de todos los buenos dominicanos. El cambio significa lucha de lo viejo contra lo nuevo (y viceversa), de crítica y autocrítica, de sacrificios, dar más que recibir. (No te preguntes que hace tu país por ti, pregúntate que haces tú por tu país”, dijo Kennedy)

El cambio no es solo en el poder Ejecutivo, es también en el Congreso y en la Justicia. En los tres poderes del Estado –no en uno- tiene que  llegar el cambio. Luís Abinader está haciendo lo que prometió. El Estado dejará de ser un botín de guerra. Lo simplificará eliminando aquellas instituciones que no tienen sentido o fusionándola con otras que realizan la misma labor. Acabará con las “botellas”. Nadie podrá cobrar sin trabajar. Si elimina la corrupción se ahorrará más de 400 mil millones de pesos todos los años que  podrá invertir en escuelas, hospitales, viviendas, seguridad ciudadana, energía, transporte, etc. Es  una revolución. Este pueblo tiene que hacer conciencia  y hacer suyo el trabajo del nuevo presidente. Acompañarlo, porque lo necesitará. Los enemigos del progreso están al acecho, como siempre.

El presidente está designando gente que considera honorable. Esos señores y señoras deben actuar con humildad y sencillez, sin arrogancia, ni prepotencia. Estar cerca de la gente, servirle. No pueden exhibirse en bares y restaurantes con mujeres de “la vida alegre” gastando el dinero del pueblo como si  fuera suyo. Los gastos de “representación” tienen que ser disminuidos y en muchos casos eliminados. Este gobierno no puede ser igual o parecido a los del PLD.

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Una cosa es segura: El funcionario que se equivoque y meta la mano, se la cortarán. Luís no tolerará corrupción. No robará, pero tampoco permitirá que otros lo hagan. (¡Sépanlo bien, señores ministros, viceministros, directores generales, subdirectores, militares, policías, embajadores, cónsules, abogados y periodistas!)

Para que el cambio sea cambio, no “gatopardismo” (cambiar para que todo siga igual, para que no cambie nada) es urgente un régimen de consecuencia. El imperio de la ley para todos, sin injusticias, ni privilegios. Un régimen de consecuencias desde arriba hasta abajo, desde los ricos, hasta los pobres. Que se acaben las indulgencias, que nadie pueda colocarse por encima de la ley no importa quien sea, incluyendo al presidente mismo. Se supone que todos somos iguales ante la ley, pero ocurre que en este país hay unos iguales que son más iguales que los demás. Y no puede ser.

Aposté a un cambio- ¡Y lo quiero! El PRM no tiene excusas para no pagar la deuda histórica que tiene con el pueblo dominicano desde 1961 cuando el PRD llegó del exilio y quiso, con Juan Bosch, producir un cambio tras el asesinato merecido de Trujillo. El golpe de Estado lo frustró.  Abinader Corona desea de pagar esa enorme deuda, para lo cual –reitero- necesitará del concurso de todos.

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