Melisa Swearingen se despertó temprano el domingo por la mañana cuando un tornado azotaba su casa en el extremo noroeste de Arkansas. Mientras bajaba corriendo las escaleras con su hijo pequeño, miró por la ventana y vio un árbol de 12 metros que caía en dirección de la casa.
“Toda la casa temblaba como una montaña rusa”, dijo Swearingen en una entrevista fuera de su vivienda. “Pensé: ‘hasta aquí llegamos’”.
Pero el árbol atravesó una habitación por encima del garaje de la familia, dándole tiempo para recoger a su hijo de 7 años. Mientras otro árbol aplastaba el otro lado de la casa, ella, su esposo y sus hijos se acurrucaron en un dormitorio del primer piso. “Pensé que la casa se abriría y que íbamos a ser succionados”, dijo Swearingen, de 35 años.
Cerca de allí, Byron Copeland, de 38 años, había enviado a su esposa, a sus tres hijos y a los perros de la familia al sótano, mientras él monitoreaba la tormenta. Entonces se oyó el estruendo aterrador de la explosión de los transformadores eléctricos. “Corrí hacia el sótano como una niñita”, dijo Copeland. Mientras esperaban a que pasara el temporal, dijo, la familia cantó la canción de cuna “Jesús me ama”.
Los Swearingen y los Copeland están entre los millones de familias cuyas vidas se vieron alteradas por la racha de tornados que asolaron partes de Arkansas, Oklahoma, Texas y Kentucky durante el fin de semana del Día de los Caídos. Al menos 23 personas murieron, ocho de ellas en Arkansas.
Una de las ciudades más afectadas fue Rogers, situada entre la sede de Walmart en Bentonville y el mayor parque estatal de Arkansas. Casi dos tercios de Rogers se quedó sin electricidad. Los árboles caídos han dificultado los desplazamientos. Y el alcalde de Rogers, Greg Hines, tuvo que abrirse paso entre las ramas de un arce de 120 años que bloqueaba la puerta de su casa antes de poder hacer un recorrido en helicóptero para evaluar los daños.
“Se veían las copas de los árboles al ras. Nunca había visto nada igual”, dijo Hines.
Los tornados volcaron camiones y destrozaron edificios y casas. En el cercano lago Beaver, las tormentas arrancaron de la orilla un muelle de 20 amarres, que apareció flotando en el lago con los botes aún sujetos.
Un árbol de las calles Quinta y Cypress chocó contra un hidrante y causó un géiser que inundó el camino. También fue destruida una catalpa de 250 años.
Hines dijo que esperaba que al anochecer del lunes todas las carreteras tuvieran al menos un carril transitable, y que el martes la ciudad abriría un centro de mando para ayudar a la gente a obtener alojamiento y asistencia alimentaria.
Calculó que más de 30.000 personas en Rogers no tenían electricidad, pero que la mayoría de ellas podrían volver a tenerla en los próximos días.
Los habitantes de Rogers dijeron que estaban decididos a reparar y a seguir al pie del cañón como una comunidad.
La gobernadora Sarah Huckabee Sanders visitó los restos de la querida maltería Susie Q Malt Shop, un negocio que ha estado en operación durante casi 64 años. Los tornados habían arrancado el tejado y derribado paredes, dejando al descubierto la cocina y la fuente de soda. Solo quedó en pie el pesado congelador de acero.
En un video de los escombros tomado por un fotógrafo local, se veían paquetes de galletas Oreo en armarios cuyas cubiertas había volado por los aires. Una de las paredes del edificio permanecía intacta, con el menú de Susie Q pintado en rosa y turquesa.
Hines dijo que, incluso en medio de una devastación tan generalizada, la pérdida de Susie Q fue especialmente dolorosa. “Los ciudadanos me enviaron como 18, 22 fotos”, dijo. “Todas eran de este edificio, no de sus propias casas. Eso subraya lo que este edificio significa para esta comunidad”.
El lunes, en el centro de Rogers, un trabajador municipal utilizaba una retroexcavadora para retirar ramas y depositarlas en el césped. Los vecinos pasaron gran parte del Día de los Caídos limpiando las calles de escombros y árboles desgajados que habían destrozado tuberías y pavimento.
“Seguimos adelante”, dijo Will Swearingen, de 40 años, esposo de Melisa. Él y su familia planean vivir en su casa mientras reconstruyen. “Motosierras, agua, aceite, gas. Es todo lo que necesitamos”.
Casi dos decenas de miembros del clan familiar Swearingen viven en el distrito histórico de Rogers, y participan en un desfile anual del 4 de julio por el barrio. Hasta 300 personas asisten a la celebración, siguiendo la ruta a pie o a caballo, en cortacéspedes o en carritos de golf.
Mientras el primo del Swearingen, Scott Swearingen, de 41 años, caminaba por un terreno salvaje de madera, hojas y casas destrozadas, señaló dos árboles de hoja perenne que seguían en pie. Se acostumbra colgar una gran bandera estadounidense el Día de la Independencia en esos árboles. La tormenta no cambiará esa tradición.
“Al cien por cien, sin ninguna duda, tendremos desfile este año”, dijo. “Al cien por ciento”.
Katie Benner es corresponsal y escribe principalmente sobre las grandes instituciones que conforman la vida estadounidense
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