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La prensa escrita ha comenzado a sucumbir en muchos países por causa directa de los estados de cuarentena que ha provocado la pandemia del coronavirus, imponiendo un sello de desolación humana en las calles y llevando al descalabro las economías de los países más golpeados por su contagio.

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El efecto inhibidor más importante para los periodicos ha venido por partida doble: por la pérdida casi total de la publicidad, que es la que genera ingresos para la sustentación editorial y por la ausencia de compradores en las vías públicas. Apenas cuentan con la fidelidad de sus suscriptores.

En un estado de forzoso aislamiento social, en el que se restringe la circulación de los vehículos que distribuyen impresos a los suscriptores y confina en sus casas a los trabajadores de la redacción y de las rotativas, no hay condiciones para mantener el montaje normal de todas las piezas indispensables en la producción.

Por tanto, la cuarentena también ha resultado ser catastrófica para una buena parte de los robustos medios que tradicionalmente han constituido la fuente de información y conocimiento de las sociedades y eficaces vehículos de la publicidad comercial en el mundo, sin excepción.

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Tratando de esquivar la muerte total o la entrada en un coma profundo del que no se sabe cuando podría salir, esos medios tradicionales recurren al auxilio de su mejor anticuerpo para sobrevivir: el valor iconografico de su marca y tradición, indelebles todavía en la mente y el corazón de los lectores.

El estupendo ecosistema digital les ha permitido reproducir en sus plataformas de internet el mismo formato del impreso con la única diferencia de que no es palpable al sentido del tacto, no es hojeable ni tampoco pueden segregarse sus cuadernillos o secciones para que toda la familia comparta su lectura.

El valor iconografico es lo que cuenta en esta coyuntura, pues el lector no se distancia, ni visual ni emocionalmente, de la imagen a la que está acostumbrado y que permanece entroncada en su memoria histórica.

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Si no hubiese existido este ecosistema digital, la desaparición física hubiese sido total, aunque quedase impregnada por mucho tiempo en la mente de sus lectores.

El LISTIN DIARIO es un ejemplo. En las condiciones más difíciles de la dictadura de Trujillo en 1942 dejó de circular físicamente. Una vez al año imprimía una estragada edición de registro, simplemente para dejar constancia que todavía respiraba dentro de la tumba. En ese estado de inanición casi total permaneció 20 años.

Pero los lectores nunca se olvidaron de él y por eso pudo volver a la luz en 1963, imponente como una especie de iceberg que emerge poderoso desde el fondo del mar para recuperar su sitial como modelo de periodismo profesional en una sociedad democrática.

El coronavirus, ciertamente, ha sido una plaga destructiva que no distingue objetivos. La prensa escrita, en muchas partes, ha quedado en estado de coma, más no muerta. Ojalá que podamos celebrar pronto su resurrección.

Miguel Franjul

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El Jacaguero es una fuente de noticias en línea que se especializa en brindar a sus lectores las últimas novedades sobre la República Dominicana.

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