Miguel Ángel Cid Cid
Olvidado durante décadas, nadie pudo imaginar que el jabón de cuaba iba a reivindicarse así mismo, gracias a la desgracia del coronavirus. Los lectores dominicanos que pasan de los 40 años recordarán el anuncio de jabón Hispano, donde el sucio era representado por un muñeco inmundo, peludo y sin peinar, montado en un avión de Dominicana de Aviación, y cuyo estribillo decía “Se va, se va, el sucio se va”.
El jabón venía en bloques rectangulares, tipo pequeño ladrillo o adoquín. A la vez llevaba una ranura que lo dividía en dos trozos. Esta división facilitaba la venta al detalle en los colmados de los barrios y en las pulperías de los campos.
Pero la economía del pobre es un mundo lleno de ingenio. A una sexta parte de la pasta le llamaban pastilla de jabón, la cual se vendía profusamente. ¿Y cómo se cortaba? Con una hebra de cáñamo atada al mostrador por una punta y la otra punta colgando. El colmadero o pulpero medía el jabón con el cáñamo a petición del cliente, le daba la vuelta, halaba el hilo sobre sí mismo y listo, ya tenías un corte perfecto y limpio.
¿Y qué de nuestras santas mujeres del campo? Pues las campesinas hervían el jabón para ablandarlo, para luego convertirlo en bolas, golpeándolo sobre una piedra. Más adelante los fabricantes al observar esa práctica la copiaron e hicieron jabón en bola. ¡Qué buenos son los empresarios apropiándose del producto cultural del pueblo sin pagar licencia o derecho de autor! La fórmula del jabón de cuaba líquido, para hacerle la vida más fácil al cliente, en cambio, viene del extranjero.
El reinado del jabón de cuaba, tal y como lo conocemos hoy, fue dominante durante más de un siglo. Pero la postmodernidad trajo consigo el boom del jabón de olor, de envolturas lujosas y colores exóticos. El extraño perfumado fue desplazando poco a poco al rey de la higiene dominicana. Los supermercados, por ejemplo, colocan en la actualidad al jabón de cuaba en los rincones de las góndolas, en la bandeja de abajo, cerca del piso.
En estos días de cuarentena iba por los pasillos de un supermercado y escuché al supervisor regañar un empleado que rellenaba una góndola:
— Papito, ¿por qué está cambiando de lugar ese jabón? El jabón de cuaba es ahí, en esa esquina–. Dijo Francisco, el supervisor.
Papito le respondió con una actitud muy seria y seguro de sí:
— Patrón, ¿usted no sabe que ahora este es el jabón que más se vende? ¿el jabón qué se usa en contra del coronavirus? Por eso hay que ponerlo donde se vea, para que los clientes sepan que aquí hay auténtico jabón de cuaba.
Y fue así como la mutación letal del coronavirus y su posterior llegada a República Dominicana propició que el jabón de cuaba resurja de sus cenizas, como el ave Fénix. Los medios de comunicación de masas, ahora orientan a la población a que laven sus manos con jabón de cuaba. El uso habitual de mascarillas, junto al lavado de las manos, es la clave para reducir el riesgo de ser contaminados con el virus.
Por eso no hay manitas limpias que valgan. El jabón de cuaba regresó orondo por la puerta grande, y ya nadie se atreve a cuestionar su escamoteada autoridad.
“No hay mal que por bien no venga”, solía decir don Luis Emilio Cid, mi padre. El Covid-19, un virus de la postmodernidad, le dio el pase al jabón de cuaba, un producto del mundo moderno.
Nunca podré olvidar el consejo que le dio una vecina a su comadre, cuando yo vivía en Bella Vista. Resulta que la primera tenía una hija de corazón grande y expansivo, por coincidencia la ahijada. Ante la preocupación de la madre por tener una hija chivirica, la comadre le dice:
— No se mortifique comadre. Eso es de goma y e’terica y con agua y jabón tiene.
Miguel Ángel Cid
Twitter: @miguelcid1