Reynaldo Peguero
No recuerdo algún presidente que como Luis Abinader, haya sometido sus funcionarios a lo que impone la ley. A batirse en la inquisición y vergüenza de los tribunales. Esa es también, la conducta con opositores políticos náufragos en los mares de sus desatinos administrativos y actos de corrupción corporativa y familiar.
Los casos de real o probable corrupción o fraude, etiquetados en el Código Penal 74-25, surgen espontánea o planificadamente, en el curso de la administración del poder.
El poder, desde Aristóteles, Tomás de Aquino, Maquiavelo hasta Antonio Gramsci, es una categoría que hace concurrir dominio y coerción con dirección y consenso. El poder se despliega por fuerza o hegemonía. Hegemonía, que, de acuerdo a Gramsci, es la capacidad de un grupo social de imponer su visión, valores y normas como «sentido común», logrando así, la aprobación de su dominación.
La corrupción se impuso como esquema análogo, contiguo o colateral para dirigir el Estado.
En el pasado siglo XX, Trujillo y Balaguer impusieron a horca y cuchillo, su «paz romana». Casi aniquilaron, ahogaron en sangre y sometieron a la obediencia, la oposición política con métodos draconianos. Como gestores políticos y comandantes militares efectivos, asumieron un conjunto de prerrogativas que los llevaron a enriquecerse o empoderar económicamente, su círculo de mayor confianza política, familiar y empresarial.
Este modo de utilizar el poder, es una continuidad perfumada, de los métodos de regir en las antiguas Grecia y Roma, también en las democracias que se derivaron de la revolución francesa y en las democracias contemporáneas surgidas en la actual revolución digital e inteligencia artificial.
La corrupción es un comportamiento germinado en el modo esclavista de producción. Precisamente, en el momento de la humanidad cuando surgió el Estado, el ejército y lógicamente, los impuestos recaudados por quienes ostentan el poder.
Desde el esclavismo hasta nuestros días, quien triunfa política o militarmente, elimina adversarios. Se apropia de las mujeres, incauta riquezas y asume la propiedad de las tierras. Esa es la historia que llevamos impregnada en nuestros genes como modo político de comportarnos en el uso del poder.
En el poder, muchos triunfadores, despliegan avaricia, soberbia y lujuria, sobre bienes públicos. Modernamente, en la democracia, quien está en el poder se aprovecha de las prerrogativas del cargo público para enriquecerse.
Ese es el desafío generacional sobre el que Luis Abinader, Carlos Pimentel, Milagros Ortiz Bosch y Yenny Berenice, imponen transparencia sobre bienes públicos. Apuestan a crear el funcionario modesto, efectivo y de vida sencilla que requieren los tiempos modernos.