Por Nelson Marte
De nuestros siete periódicos impresos y matutinos —que también circulan en versión digital: Listín Diario, Diario Libre, Hoy, El Nuevo Diario, El Caribe, El Día y La Información— sólo uno, Diario Libre, destacó ayer en su portada una noticia verdaderamente extraordinaria, reseñada a nivel mundial:
República Dominicana es el país que más ha avanzado en el fortalecimiento del Estado de derecho entre los 195 del planeta, según el más reciente informe del World Justice Project (WJP).
La organización independiente evalúa factores clave como:
- Restricciones al poder del gobierno
- Ausencia de corrupción
- Gobierno abierto
- Derechos fundamentales
- Orden y seguridad
- Ejecución regulatoria
- Justicia civil
- Justicia penal
Aun así, resulta llamativo que, además de Diario Libre, sólo El Nuevo Diario reprodujera esta buena nueva en su edición del día, según muestra una búsqueda en Google.
Surge entonces la pregunta:
¿Es que la mayoría de los medios evita dar visibilidad a una noticia así por temor a que se interprete como un favor al gobierno?
No lo creo.
¿Será que el amarillismo, ese afán por lo escandaloso, los hace desdeñar lo positivo, lo que proyecta confianza para las inversiones y el turismo dominicano?
Tampoco.
¿Podría ser que sus directores o dueños carecen de visión para advertir lo que conviene al país en medio de las turbulencias globales?
Eso no me da.
¿Será acaso que algunos medios no ponderan su rol de principales orientadores del pueblo en formación de la conducta de todos para que tengamos un país cada vez mejor?
Definitivamente, no creo a ningún periodista tan desentendido de sus compromisos fundamentales con el país.
Creo que la razón es otra, más profunda y paradójica.
Después de tan breve experiencia democrática —apenas unos fragmentos dentro de 181 años de historia dominados por tiranos, dictadores y aprovechadores—, y luego del deterioro institucional dejado recientemente por políticos que confundieron el poder con impunidad para enriquecerse ilícita y vertiginosamente, hemos comenzado a acostumbrarnos a algo inusual: la normalidad democrática.
Hoy, con un presidente como Luis Abinader, que sepultó constitucionalmente la ambición continuista —esa vieja enfermedad política que tanto daño hizo al país—, y que no llegó al poder a favorecer a familiares, asociados y amigos, la gente siente confianza.
Y en medio de esa confianza, nos hemos permitido olvidar lo extraordinario que es vivir protegidos por un Estado de derecho que se fortalece.
Por eso tal vez necesitamos que nos lo recuerden desde afuera.
Porque la verdadera madurez democrática no sólo se mide por los avances, sino por la tranquilidad con que los asumimos.

