No está Tiger Woods pero está Lee Elder, el primer golfista negro que disputó el Masters de Augusta, en 1975, a quien Jack Nicklaus y Gary Player reverencian en el simbólico golpe de salida. Son las 7.45 de la mañana y ahí se acaban las risas. Comienza entonces la agonía, la lucha por la supervivencia desde el primer golpe. Augusta vuelve a ser Augusta. El campo ha recuperado su piel de abril, dura, firme, con esos greens que han escrito una historia de trincheras. Ya no es el campo encogido de noviembre, cuando la lluvia y el frío le cambiaron la cara y Dustin Johnson se paseó muy chulo con un 20 bajo par para la enciclopedia. El Masters recuerda su vieja receta: nadie lo ganará el jueves, muchos lo perderán.
Sergio García recibe tres bofetadas nada más despertarse. Si en la víspera celebraba sus mejores sensaciones en mucho tiempo ante un grande, cuando quiso darse cuenta había cargado con tres bogeys en los cuatro primeros hoyos. A la pinaza de salida en el uno para ir a remolque, igual que en el cinco, otra calle perdida que empeoró con un putt corto fallado, y otro error en el juego corto en la cuarta estación. La visita al búnker en el nueve le hizo cerrar la primera vuelta con cuatro arriba y mucho tajo por delante. Remó el campeón de 2017 hasta coger algo de aire en el par tres del 16, que bordó desde el tee para quitarse una piedra de la mochila. Una falsa ilusión. De búnker a búnker, volvió a sumar lo descontado en el cierre de la jornada y con otro bogey bajó la persiana con cuatro golpes de más y la carrera cuesta arriba para la jornada que este viernes decide el corte.
Jugar el Masters sin pensar en el Masters. Así se plantó Jon Rahm en la línea de salida, el último de la clase de llegar, también el más feliz por el nacimiento el sábado pasado de su hijo Kepa Cahill. Con solo nueve hoyos de ejercicios previos, el vasco tiró de recuerdos. Ningún problema para quien tiene una memoria golfística propia de un robot. El vasco se apuntó el birdie de rigor en el par cinco del segundo hoyo, donde camina como por casa. Salvando algún putt delicado, llegó el de Barrika al lugar de su última pesadilla: noviembre de 2020, tercera ronda, hoyo ocho. Un pino de Augusta se cruzó en su camino hacia la chaqueta verde. Aquella bola rebotada en el árbol pesó como una tonelada en una carrera desatada por el liderato. Y allí volvió a tropezar esta vez, errático en el segundo golpe, desviado con el putt para un bogey que le envió a cerrar en el par los primeros nueve charcos.
Ya sabía Rahm que era un día para la lija más que para los violines. Cuando Augusta enseña los dientes, es momento de apretarse el cinturón. Ya vendrán las jornadas de banderas más amables. Que el reciente papá descontara un golpe en el 15, par cinco, para una tarjeta de -1 parecía un resultado notable cuando por la zona alta los primeros de la tabla se movían en resultados similares y los pesos pesados se conformaban con pasar el trago. Parecía… Un putt fallado en el 18, el par en el día y un sabor agrio de vuelta a casa.
Para ejemplo de los sudores fríos, el número uno del mundo y defensor de la chaqueta verde. Si hace cinco meses Dustin Johnson batió un récord como el campeón con menos bogeys en la historia del Masters, solo cuatro en el torneo, este jueves sumó en un solo día tres más un doble bogey en el 18 para un +2 que es poco más que una condena. No se gana Augusta un jueves, pero sí se pierde.