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Por Miguel Ángel Cid Cid

Altice

¡Los ingenieros de la palabra!, expresión despectiva para José Luis Chamorro, exsacerdote dominico, tildar de teóricos a unos mozalbetes izquierdosos. Olvidando la soberbia de la sotana, la poesía transforma en arte la mecánica de la palabra.

La poesía para niños, por el contrario, exige del adulto imprimir vida y asombro a la palabra. El poeta debe ser un pedagogo consagrado. El vate Acevedo es el mejor ejemplo.

Andrés Acevedo, (1964) poeta, narrador, ensayista y gestor cultural santiaguero. El periódico La Información de Santiago, fue el primero en publicar sus poemas en 1989.  Procura la acción creadora refugiado en la naturaleza. Guiado por el candor y la creatividad del niño se pasea por el bosque, el jardín o la ciudad. 

La aptitud mutante de Andrés, va de la adultez a la niñez, olvida la actitud taciturna que lo caracteriza. El que no lo conoce –al ver su semblante— puede confundirse y creer que el poeta está dolido por un amor no correspondido.

Pero, observarlo en el oficio de poeta es otra cosa. Su rostro adquiere un brillo inusual, su aura asemeja la energía inagotable de un niño.

Internado en el bosque

El acto creativo del poeta es un viaje astral que lo lleva de la selva de cemento al bosque poblado de árboles, frutos y pajarillos; al cruzar el umbral se topa con el “Homo Urbanus”, hijo de la nueva especie depredadora. El cazador.

Pero, el poeta arrebata al cazador las herramientas mortales hechas en la selva de acero y hormigón. El poemario Arcoíris Derretido es un peine cargado de proyectiles trasmutados en versos para cazar al propio trampero.

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En el poema “Cazador”, la imaginación del lector figura al pájaro carpintero martillando a picotazos, –no a la palmera– sino al cazador que lo persigue solo por gusto. Cuando el vate llama “fusil impío” al arma mortal, le concede categoría religiosa, dice:

“Cazador, ¿a dónde vas / con ese fusil impío?”

Construye, además, un símil entre la inocencia del niño y la ausencia de conciencia en los animales, dice que los pajarillos están “indefensos como niños”.

El poema se niega a condenar al cazador per-se. Se empeña más bien, en señalar un camino que guíe a los que sin norte andan. Quiere gritar a la inconciencia para que despierte la conciencia. Una ráfaga de palabras concatenas fulmino al cazador, dice:

“Entonces volvió en silencio / al polvoriento camino / el rifle quieto en el hombro / y el corazón oprimido”.

Textos escolares

En la espesura boscosa, Acevedo emerge hasta el sistema de educación nacional. Para muestra dos botones: 1. El poema ¿Quién dijo que el bosque?, incluido en el libro “¡Cuenta Conmigo!, Español para 7mo. Grado, PUCMM-EDUCA-PIPE, para la entonces Secretaría de Estado de Educación, Bellas Artes y Cultos”.

Los versos son una oda al bosque, un canto para convertirse en el himno de los ambientalistas y ecologistas, dice, por ejemplo:

“¿Quién dijo que el bosque / no guarda en su alma / rítmicos perfumes / voces de fragancia?”.

Y 2. El poema “Mi Gatito” contenido en “Cuaderno de estrategias de Lengua Española 4”, Proyecto Conecta, editorial SM, publicado en 2015. Las coplas demuestran la observación cuidadosa del poeta a los protagonistas de sus versos sencillos, dice:

“Durmiendo su siesta / esta mi gatito […] Duerme con las manos / puesta en los ojitos…”.

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Regreso al asfalto   

Pero Acevedo es fiel a la irreverencia impenitente del artista consagrado. Hostil al encierro, a lo estático, permanece en un ir y venir de la urbe al monte y del monte a la urbe.

En “Yo no quiero a Santacló”, Acevedo hace una crítica socio-político-cultural a “Santacló”, nombre despectivo que otorga a Santa Claus, una narrativa del ámbito urbano. Le atribuye ser intruso e interventor de culturas ajenas. Lo tilda de mentiroso y de hacer trampas a los niños pobres. No les da juguetes, afirma.

“Yo no quiero a Santacló / ese viejo regordete / que se burla de los niños / ofreciéndoles juguetes”.

Llama a los niños a no confiar en un personaje extraño. En cambio, los convida a ampararse en Dios, dice:

“No le pidas, mi niñito / nada, nada a Santacló / que a los pobres, pobrecitos / juguetitos les da Dios”.

¿De dónde le nace al vate Acevedo, la pasión por el bosque sin renegar de la otra selva? ¿La de acero y hormigón? Las respuestas, habrá que escarbarlas adentrándose en las lecturas y vivencias del poeta.

Por lo pronto, se sabe sobrado que, el poeta prefiere a los niños en el bosque, el jardín o la ciudad, en vez del mar que Pablo Neruda comparte con Alfonsina Storni o el pan de César Vallejo que, “en la puerta del horno se nos quema”.

Publicaciones realizadas

Andrés Acevedo a publicado cinco poemarios para niños, un poemario para adultos y un ensayo, aquí los detalles:

Andrés Acevedo, en suma, dibuja en sus poemas un paisaje de trazos sencillos, firmes y de colores vivos e impactantes.  

Miguel Ángel Cid

[email protected]

Twitter: @miguelcid1

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