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Por Alexis Rodríguez

Altice

Dios creó a nuestros primeros padres, Adán y Eva, y los puso en un huerto en Edén. Le dio instrucciones precisas, entre esas, que no comiesen del árbol de la ciencia del bien y del mal porque el día que de el comieran ciertamente morirían. La serpiente antigua (Satanás, según Apocalipsis) persuadió a Eva, y comió y dio también a su marido. Desobedecieron y por esa desobediencia entró la muerte al mundo y la muerte pasó a todos los hombres.

Todo el que peca está sentenciado a morir. Todos pecamos, todos somos pecadores. La Biblia dice que no hay justo ni aún uno, que por cuanto todos pecaron, están destituídos de la gloria de Dios. La paga del pecado es la muerte, más el regalo de Dios es vida eterna en Cristo Jesús, Señor Nuestro.

Para cubrir el pecado de nuestros primeros padres fue necesario derramar sangre para cubrirlos con pieles de ese animal sacrificado, símbolo de Cristo el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo.

La muerte de Jesús había sido profetizada en Génesis 3:15 (primera promesa mesiánica), y por otros hombres de Dios como David en el Salmos 22 y sobretodo por Isaías (el profeta mesiánico) en el capítulo 53 de su libro.

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Romanos 5:19 dice: Porque así como por la desobediencia de un hombre (Adán) los muchos fueron constituídos pecadores, así también por la obediencia de uno (Jesucristo), los muchos serán constituídos justos. Dios mismo se encarnó y vino a la tierra en la persona de Jesús, tomando forma de siervo, semejante a los hombres, humillándose hasta lo sumo, siendo obediente hasta la muerte y muerte de cruz. Se hizo maldito en lugar nuestro, optando morir en un madero, crucificado.

Traicionado por Judas Iscariote, conforrne Dios lo había concebido, siendo el traidor hijo de perdición, Jesucristo fue arrestado, juzgado, blasfemado, injuriado, rechazado, setenciado a muerte, abofeteado, escupido, ultrajado, maltratado, flagelado, herido, clavado sus manos y sus pies, una corona de espinas en su cabeza, colgado, desangrado, deshidratado, murió como el más vil de los malechores. Todo esto lo hizo por amor a tí y a mí. El castigo de nuestra paz fue sobre él.

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Jesús murió como expiación por nuestros pecados. Como oveja fue llevado al matadero y nosotros escondimos de él el rostro. Aunque nunca cometió pecado, ni se halló engaño en su boca, murió sin merecer morir. No debió morir, pero tenía que morir para poder salvarnos y reconciliarnos con el Padre Celestial. Dios cargó en él (en su muerte) el pecado de todos nosotros.

La muerte de Jesús, antesala de su gloriosa resurrección dio cumplimiento a Génesis 3:15. Por poco tiempo Satanás hirió a Jesús, simiente de la mujer, en los tobillos cuando murió en el Calvario; más Cristo al resucitar entre los muertos hirió contundentemente a Satanás en la cabeza. Por ésto el Apóstol Pablo dijo: ¿Dónde está oh muerte tu aguijón, dónde oh sepulcro tu victoria?. Sorbida es la muerte en victoria. Ya el pecado, ni la muerte, ni el enemigo podrá enseñorearse de nosotros los hijos e hijas de Dios.

Hoy, Jesús está a la diestra del Padre, intercediendo a favor nuestro, y en él somos más que vencedores.

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