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Por Miguel Ángel Cid Cid
¿A qué se va al mercado? Se va, incitado por la necesidad de adquirir un producto determinado. Pero, cada vez es más recurrente atosigar de ofertas innecesarias a los clientes potenciales, provocando consumir sin tener hambre.
Todo el que habita debajo del sol, tiene un precio. No lo digo yo, lo dice, Víctor Manuel San José en la canción: “Todos tenemos un precio”, cuyo autor es, Miguel Narros.
En verdad, “tú, tenías precio puesto desde ayer”, dice Silvio Rodríguez. El acertijo consiste en encontrar –antes de ir a la tienda– el precio exacto de lo que se aspira. No vaya a ser que, ofrezcas por encima del vale del producto.
Pero, la mayoría de las tiendas de expendio colocan una etiqueta sobre la mercancía en venta donde se lee a distancia el precio de cada pieza.
Lo contrario ocurre si el artículo en venta es una persona de carne y hueso. Peor, si la persona es un político con un puesto en el tren del Estado. Se agrava más, cuanto más elevado sea el cargo. Y, se vuelve impredecible si el político es dominicano de pura cepa.
Aunque, se sabe de legiones de funcionarios públicos electos que se pegan la etiqueta de precios en la frente. Ansían, desde el cargo que ocupan, servir mejor al pueblo que los eligió. El mundo está repleto de buenas intenciones.
El apoyo del gobierno de turno facilita concretizar las buenas intenciones, le da holgura a la gestión.
La raza humana, a fin de cuentas, compra y vende desde que los primeros homínidos se pararon sobre sus dos patas traseras. O, desde que el Homo erectus y el Homo sapiens salieron de las cavernas. Pasarían miles de años para que se creara la moneda como mercancía de cambio estándar. Entonces:
¿Por qué tanta alaraca por la compraventa de alcaldes y otros funcionarios públicos al mejor postor?
Convocar una licitación a fin de contratar un servicio, por ejemplo, implica contar con varios oferentes. Si nadie se interesa, hay que hacer una nueva convocatoria. Incluir elementos de interés para que los profesionales del área se motiven a concursar.
Los encartados en el expediente de Odebrecht –otro ejemplo fuera del tema– fueron descargados por el tribunal. Solo dos cargan con una condena por sobornar a funcionarios públicos. Pero, nadie sabe cuáles fueron los funcionarios sobornados.
Si no hay a quien sobornar ¿Qué harán los sobornadores?
Regresando al tema, la compra de alcaldes, regidores, diputados, etc., es la misma historia. Es decir, si los están comprando es porque ellos están a la venta. ¿O, acaso hay compradores sin que haya vendedores?
Lo cierto es que, la supuesta compra por parte del gobierno de alcaldes y otros funcionarios representantes de partidos de la oposición, a desatado una ola de denuncias. El PLD, la Fuerza del Pueblo y el PRD se asociaron en un bloque para combatir la supuesta carnicería orquestada por el Presidente Luis Abinader y los perremeistas. Recurrirán ante los organismos internacionales para impedir el abuso del Poder, dicen.
Ahora, demostrar la compra es una empresa difícil, por no decir imposible. Tendría que suceder una de dos, aunque, lo ideal sería que se den las dos opciones: primero, que los comprados confiesen su sacrilegio; segundo, que sean los compradores los que se declaren culpables.
¿Qué tan probable sería concretar una u otra confesión? ¿Hay algún precedente?
Pero, la palabra del señor dice, “la boca habla de lo que está lleno el corazón”. Y si hay algo de lo que están rebosados de bote en bote los morados, verdes y blancos es precisamente, de las artimañas para comprar simpatías y voluntades.

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