Todo empezó por un desastre. Una colisión entre dos petroleros en 1971 que contaminó la bahía de San Francisco con más de medio millón de galones de crudo.
“Me enteré y quise verlo, así que conduje a San Francisco desde mi pequeño pueblo en Inverness. Vi gente en la playa en pequeños grupos limpiando. Se metían al agua y salían con las aves marinas -pelícanos, gaviotas y cormoranes- cubiertas de petróleo”.
Ver las aves y la gente que intentaba salvarlas lo impactó tanto que sintió que tenía que hacer algo.
“Pensé: ‘Ya no quiero conducir automóviles’. Esto fue como durante la época de los hippies y yo ciertamente era un poco hippy, y decidí que eso era lo que iba a hacer”.
Ten en cuenta que era en la década de 1970 en California. Todos conducían a todas partes, por lo que renunciar a los vehículos motorizados por completo fue un paso audaz.
John se encontró caminando solo.
“Pensé que todo el mundo caminaría conmigo, porque el derrame de petróleo impactó a la gente tan severamente que decían cosas como ‘voy a dejar de andar en auto’. Así que realmente no era raro que yo lo dijera.
“Sin embargo, cuando cumplí, me dijeron: ‘¿Para qué lo haces? ¡Es una locura! Nada va a cambiar‘“.
“Pero, como mi madre me decía, soy testarudo, y seguí caminando”.
“Mientras lo hacía, algo comenzó a suceder. Empecé a disfrutarlo. Empecé a disfrutar de vivir donde vivía y no tomar en mi coche e irme a la ciudad o a comprar gangas en las tiendas… Me volví parte del lugar en el que vivía”.
Paso a paso, John fue notando que en vez de que su mundo se redujera por permanecer tan local, se estaba expandiendo.
“¡No es increíble! Como antes me movía tan rápido, tenía muy poco tiempo para darme cuenta de lo que me rodeaba; salir del automóvil para mí fue una oportunidad para experimentar mi entorno a un ritmo humano“.
Pero su decisión motivó polémica.
“La gente discutía conmigo sobre si una persona podría marcar la diferencia”.
Los conductores lo criticaban por hacerlos sentir mal o por querer que se sintieran mal, y John se defendía… hasta que se cansó del sonido de su propia voz.
En vísperas de su cumpleaños número 27, John estaba leyendo “El Hobbit” J. R. R. Tolkien y tuvo una idea.
“Quienes lo han leído saben que cuando los hobbits tienen cumpleaños, no esperan que les den regalos sino que los dan”.
Como era un gran conversador, se le ocurrió cuál podría ser su regalo para los demás: “Voy a dejar de hablar ese día”.
“Así que me levanté esa mañana y me quedé en silencio”.
Hay tantos intercambios en un día normal… ¿cómo se resistió a hablar?
“Fue muy interesante, porque la gente tenía mucho que decir y, para su sorpresa y deleite, yo solo escuchaba”.
“Para mí fue revelatorio porque escuché lo que la gente tenía que decir, tal vez por primera vez“.
“Lo que solía hacer hasta ese día cuando me empezaban a hablar, era pensar en lo que iba a responder, en cómo decirles que estaban equivocados y yo tenía razón”.
“Durante ese voto de silencio de 24 horas, me di cuenta de que no había estado escuchando a nadie, y de que ahora que lo estaba haciendo, posiblemente podría aprender algo”.
“Pensé: ‘Me voy a quedar callado otro día’, que se convirtió en otro y luego en una semana”.