Ayudar a los demás, dedicar tiempo al voluntariado o ser solidario pueden tener efectos beneficiosos para la salud a todas las edades. Varios estudios han analizado este efecto positivo sobre la longevidad y la mejora de enfermedades crónicas.
Desde tiempo inmemorial la Navidad, al margen de creencias religiosas, es época de regalos para familiares y amigos, pero también de donar para los más desfavorecidos y de acoger a personas solitarias. Una pregunta frecuente en estas fechas es ¿por qué hacer que altruismo y solidaridad sean de temporada?
Algunos expertos creen que ese hábito puede recetarse para todo el año, incluso para toda la vida. Y es que refranes, versículos o aforismos en torno al “haz bien y no mires a quién”, o “más vale dar que recibir”, tendrían base científica, según las decenas de estudios que han abordado esta cuestión desde mediados del siglo XX. Porque resulta que el altruismo centrado en los demás puede ser una costumbre saludable que sumaría beneficios a los hábitos nutricionales y de ejercicio físico tan recomendados actualmente.
Los resultados de algunas investigaciones sugieren que las personas dadivosas, no necesariamente por donar grandes sumas económicas, sino por ayudar individualmente o por dar apoyo social a otras personas, obtienen más beneficios para la salud que los receptores de la ayuda. Claro está, esas acciones tienen que ser significativas, sostenidas en el tiempo y organizadas porque el altruismo que se ejerce en privado es difícil que se someta a escrutinio científico.
Voluntariado por prescripción médica
“Los médicos deberíamos prescribir voluntariado como receta para mejorar la salud, la felicidad, la resiliencia y la longevidad”, sostiene Stephen Post, profesor del Departamento de Bioética de Familia, Población y Medicina Preventiva en la Universidad de Stony Brooks (Nueva York), que ha explicado a CuidatePlus las recompensas de salud que obtienen los voluntarios. “Las personas que se implican en voluntariado tienen menos problemas de sueño y de ansiedad, menos sensación de desamparo y de desesperanza, mejores amistades y entramado social, incluso controlan mejor las enfermedades crónicas”, resume, arguyendo que los voluntarios enferman menos y viven más.
Este bioeticista publicó en 2017 una revisión en el American Journal of Health Promotion que recoge la evidencia científica sobre los beneficios para la salud que reporta ayudar a los demás y plantea la necesidad de recomendar actividades de voluntariado a todo el mundo, aunque “a niveles sostenibles para cada persona, siempre dentro de límites individuales de comodidad y conveniencia”. Entre otros datos esgrime una encuesta realizada a 4.852 voluntarios en Estados Unidos, en la que el 96% de los participantes dicen sentirse más felices con sus actos solidarios. “Tenemos que tomar en serio una actividad que hace más feliz a la gente, frente a miles de personas infelices y depresivas”, propone este profesor.
Otros resultados del sondeo son también positivos: sentirse más sanos físicamente (68%); tener menos estrés (73%); mejorar la salud emocional (77%); enriquecer el sentido de la vida (92%); mejorar la percepción de bienestar (89%) y recuperarse mejor de los sentimientos de pérdida y decepción (78%).
El altruismo también se dosifica
Como ocurre con todas las recetas médicas, es importante conocer la dosis adecuada para cada individuo. Desde luego no es necesario morir en el intento de ser voluntario: “Cien horas al año distribuidas en 2 horas semanales son suficientes para mantener una actividad regular y que impacte en el bienestar, teniendo en cuenta que las personas difieren psicológica y físicamente, por lo que hay que equilibrar el compromiso de cada uno”, aclara Post, porque traspasar ese umbral no aumenta necesariamente los beneficios del “efecto de cambio”. Con esto se refiere a una transformación del modo de ser y de sentir que los estudios científicos han detectado en personas que ayudan 2 horas semanales, inspirado en el cambio emocional a través de la acción que describió James-Lange. Es decir, que no por practicar un altruismo desmesurado aumentaríamos más nuestros niveles de salud.
¿Se puede hablar de sobredosis en este ámbito? “Sí, pero solo cuando ayudar es estresante y potencialmente dañino, algo que depende de la constitución del individuo, sus circunstancias y su escala de valores”, matiza este médico preventivista. Para obtener beneficios de salud recomienda a los adolescentes una hora semanal de voluntariado y 4 horas a las personas jubiladas (así pueden reducir un 40% la posibilidad de desarrollar hipertensión), aunque redunda en que para la población general un par de horas semanales son suficientes. Así se crea el efecto de cambio que libera de emociones destructivas como la amargura, la rumiación de pensamiento y la rabia porque, dice, “el amor expulsa el miedo y la hostilidad”.
La solidaridad beneficia en todas las edades
Post reitera que los beneficios de ayudar a los demás acompañan a lo largo de la vida. Pero ¿cómo hacerlo sin ser invasivos o metomentodos en un mundo en que cada uno va a su aire? “En realidad todos nos necesitamos. Sufrimos la ilusión del individualismo y de la independencia, pero eso no dura tanto. Al final todos somos frágiles, vulnerables y muy interdependientes cuando nacemos, enfermamos y morimos”. Advierte el experto que lo que se haga, poco o mucho, “hay que hacerlo desde el corazón, porque lo que importa no es la apariencia externa, aunque haya acciones rutinarias sin demasiado corazón que pueden cambiar ciertas emociones hacia la amabilidad”.
Sobre si la bondad de la persona (entendiéndola como amabilidad, cortesía, delicadeza, solidaridad, altruismo…) es innata o se aprende, este bioeticista comenta que algunas personas nacen más bondadosas que otras, pero eso no es determinante, porque existen buenos modelos de padres, cónyuges, vecinos o amigos que podrían compensar una carga genética de escasa amabilidad. “La dimensión innata quedaría modulada por los aspectos culturales y sociales de cada persona y por su responsabilidad individual”, agrega.
Las evidencias científicas que aporta este investigador sobre las ventajas que reportan el altruismo y la solidaridad son muy numerosas. Por ejemplo, la Encuesta de Panel de Hogares Británicos mostró que la asociación voluntariado/ bienestar crecía a partir de los 40 años y que continuaba hasta la vejez, si bien solo estudiaron a adultos.
La Universidad de Cornell (Nueva York) hizo un seguimiento durante 30 años de mujeres voluntarias una vez a la semana, concluyendo que vivieron más y mantuvieron mejor forma física que las que no tenían esa actividad. Otro estudio sugiere que los adultos mayores que ayudaron durante 100 horas o más al año presentaban un 30 por ciento menos de probabilidad de tener limitaciones físicas.
La relación entre altruismo y longevidad se confirma al comprobar en una residencia de mayores que las personas de 85 o más años que decían anteponer las necesidades de otros a las suyas propias tenían menos síntomas depresivos y eran más felices que los que no declaraban esa actitud. Otro grupo de estudios se inclina a favor de una mortalidad más baja para quienes más ayudan a los demás.
Altruismo para mejorar enfermedades crónicas
Las repercusiones positivas de ayudar a los demás de forma regular y organizada se han comprobado en las principales enfermedades crónicas. Hace escasas semanas se confirmó que los voluntarios con diabetes tipo 2 mejoran su salud cuando ayudan a otras personas en igual situación. Psicólogos de la salud de la Universidad de Nortfolk reclutaron y entrenaron a un centenar de estos voluntarios (legos en medicina) para actuar como mentores y promover cambios en el estilo de vida de otras personas con diabetes tipo 2. En Health Education Behavior detallan las mejoras experimentadas a los 12 meses: mejor dieta, menos sedentarismo y autocontrol de la enfermedad.
En un estudio anterior realizado en Estados Unidos con pacientes de Alcohólicos Anónimos se comprobó que un 40% de quienes ayudan a otros bebedores evitan recaer al año de tratamiento, frente al 22% de quienes no hacen voluntariado. Es llamativo también el caso de personas con dolor crónico que ayudan a otras personas que lo padecen, ya que disminuyen la intensidad de su propio dolor, los niveles de discapacidad y la depresión.
Por otra parte, un pequeño número de pacientes de esclerosis múltiple que atendió durante 2 años un teléfono de apoyo a personas con esta enfermedad notaron mejoras en autoconfianza, autoestima, depresión y desempeño de funciones. Igualmente se beneficiaron los pacientes cardiológicos que volvían al hospital regularmente para apoyar a pacientes ingresados, según un estudio de la Universidad de Duke: presentaban más determinación y reducían el nivel de desaliento y de presión (factores ligados a la mortalidad).
También se han registrado los efectos del voluntariado sobre la enfermedad mental. Una encuesta del Estado de Nueva York constataba hace unos años que ayudar a los demás con regularidad reducía la depresión en grupos de todas las edades, pero particularmente en los mayores de 65 años.
En el estudio publicado hace unas semanas en Brain, Behavior and Immunity investigadores de la Universidad de Ohio abordan un enfoque similar sobre las bondades del altruismo. En este caso el estudio sugiere que quienes dan apoyo social a sus parejas, familia y amigos tienen menores niveles de inflamación crónica, lo que podría considerarse un indicador de relaciones sociales positivas. Los investigadores creen que las relaciones especialmente gratificantes podrían aliviar el estrés y eso reduciría la inflamación en gente que apoya a su familia y amigos. También advierten que el estudio se basa en lo que las personas dicen estar dispuestas a hacer, pero no en las acciones realizadas.
La bondad mejora la salud mental
“Es bueno ser bueno”, sentencia Post, reconociendo el valor del voluntariado en medio de la crisis pandémica de Covid-19 que está afectando al humor, la fatiga y la soledad de las personas. “Preocupan especialmente los niños y todas las personas con algún desequilibrio de salud mental, pero también la gente que vive enganchada al Zoom y a los dispositivos electrónicos, en vez de interactuar socialmente en el mundo real”. Por ello alerta de que las personas que más se aíslan terminarán viviendo en una matrix que les hará perder “la sensación de pertenencia, del tiempo, de las estaciones del año, incluso de su propia identidad”.
Este experto en relaciones humanas cree que en Navidad es positivo guardar las tradiciones familiares, que “nos conectan y mantienen vivas nuestras expectativas de estabilidad porque, en definitiva, la familia es el lugar donde en tiempos duros te acogen de vuelta”.