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Roberto Valenzuela

Dos intelectuales cercanos al dictador Rafael Leónidas Trujillo, miembros de su gobierno y dirigentes del Partido Dominicano, han manifestado con insistencia que sobre su vida hay una parte totalmente desconocida. En sus libros y en artículos, Mario Read Vittini y Ramón Font Bernard coinciden que nada se sabe sobre el proceso de joven desconocido de San Cristóbal, su primera mujer y de oficial al servicio de los invasores norteamericanos.

Vittini, primer vicesecretario general y dos veces presidente interino del Partido Dominicano, explica que Trujillo era un hombre, a la vez,  “diabólico y fascinante”, que tuvo una “juventud tortuosa” en un “estrecho y anónimo ambiente” en su pueblo natal. En 1913, a los 22 años, se casó con Aminta Ledesma, una muchacha buena, amable, simpática, dice don Mario en su libro: “Trujillo de Cerca”.  Ella jamás quiso hablar con nadie sobre su vida con Trujillo.

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Read trató de que su hija Flor de Oro la convenciera de que le diera una entrevista para publicar un libro sobre esa parte desconocida de Trujillo, pero Aminta se oponía. Al final de sus años de vida aceptó la entrevista, pero en ese momento Vittini estaba fuera del país en un cargo diplomático. Y a su regreso, la dama murió, llevándose a la tumba grandes secretos y vivencias al lado de unas de las figuras más conocidas de América y el mundo.

Historias inventadas
Bernard dijo que sobre el tirano hay muchas historias inventadas. “Yo sigo creyendo que todavía no se ha determinado quién fue Trujillo”, explica el intelectual al periodista Domínguez Moreno, de la Revista Cambio.

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Niega la versión de que Trujillo fue una creación de la ocupación norteamericana de 1916 a 1924. Explica que “los documentos muestran que no, porque los americanos instalaron una escuela militar para jóvenes dominicanos y Trujillo se graduó en 1922 en “el lugar 14, nada brillante”.

Para Font, todavía es inexplicable que un personaje con una juventud tumultuosa, delincuencial, en 1930, con 39 años, fuera muy rico y presidente de la República, e inclinándosele todo el mundo ante sus pies. Todos los intelectuales lo siguen: le cambian el nombre de Santo Domingo por Ciudad Trujillo y lo proponen como Premio Nobel de la Paz.

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