Cuando Hannah Price era estudiante y fue asaltada sexualmente se sintió incapaz de denunciarlo. Pero poco después descubrió que no era la única y que los asaltos sexuales en el campus universitario son más comunes de los que las cifras oficiales sugieren.
Esta es su historia:
No recuerdo que me enseñaran sobre lo que es el “consentimiento” en la escuela, aparte de que “No, quiere decir no”.
Lo que recuerdo es que me advertían que no caminara a casa sola. De lo contrario, me arriesgaba a ser violada en un callejón oscuro.
Pero cuando me violaron, no sucedió en una calle sino en mi propio dormitorio de estudiante, después de haber tomado la precaución de que una persona conocida me acompañara caminando a casa.
Era mi primer evento social de aquel año académico en la Universidad de Bristol (oeste de Inglaterra) y había sido una velada divertida. Para todos, era el momento preferido del semestre. Las clases no habían iniciado del todo y los plazos de entrega de tareas estaban lejos de nuestras mentes.
Bebí, me reí y bailé hasta que llegó el momento deirme a dormir.
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Cuando me dispuse a dejar el club, un tipo dijo que vivía cerca de mí y se ofreció a acompañarme. Yo trataba de evitar caminar sola en la oscuridad de la noche, así que acepté el ofrecimiento con mucho gusto.
Nos acabábamos de conocer hacía unas semanas, así que la conversación fue cordial. Hablamos de la noche y de lo que esperábamos de ese año de estudios.
Cuando llegamos a los escalones que llevaban a mi casa me preguntó amablemente si podía entrar para tomar un vaso de agua, ya que se sentía mal.
Tal vez ahí debí haber sentido las señales de alarma, pero incluso cuando le estaba sirviendo el vaso en mi cocina nada me pareció raro.
Hasta que terminó de beber el agua y ahí terminó el engaño.
“Decir ‘no’ no fue suficiente”
Tabla de contenido
Cuando exigió que fuéramos a mi dormitorio, emití el primer rechazo. Mi primer “no”.
Hasta el día de hoy, me impacta cómo una máscara de encanto se puede disolver tan rápidamente y transformarse en agresiva.
A pesar de mi rechazo y mis repetidos intentos de que se fuera, él era implacable: “¿Por qué me dejaste entrar si no querías que algo sucediera?”.
Cuanto más le repetía que no estaba interesada, él se ponía más enérgico. Perdí la cuenta de cuántas veces dije “no”.
Y, de pronto, ahí tenía a alguien físicamente más fuerte que yo que se negaba a marcharse hasta obtener lo que quería. Me agarró del brazo con tal fuerza que me quedó claro que su intención nunca fue verme llegar a casa sana y salva.
Fue una sensación extraña el estar paralizada de miedo en tu propia casa. En ese momento, me di cuenta que decir “no”, no iba a ser suficiente.
Perdí la cuenta de cuántas veces dije “no”. Y, de pronto, ahí tenía a alguien físicamente más fuerte que yo que se negaba a marcharse jasta obtener lo que quería.”
Me quitó las medias. Cuando terminó, por fin se fue.
Al día siguiente me encerré en mi habitación. Solo salía para ducharme y limpiar el recuerdo de la noche anterior. Me quedé tumbada, abrumada por el asco, el reproche y la culpa.
“¿Me hubieran creído?”
Nunca denuncié lo sucedido ante las autoridades.
¿Me hubieran creído? Yo había estado bebiendo. Le permití entrar a mi casa. No opuse resistencia física, porque el miedo se apoderó de mí. Sin duda, eso iba a significar que fue mi culpa.
Lo que sucedió no se enmarcaba en ninguna situación de las que había oído hablar antes: él no era un extraño, y no fue en un callejón oscuro.
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Sabía que lo tendría que ver otra vez. Aún en una institución tan grande como mi universidad, era inevitable toparse con alguien.
Y, debido a su personalidad carismática y popular, me pareció más fácil y menos traumático reprimir lo que había sucedido en lugar de enfrentarlo.
Esta era la primera vez que vivía de manera independiente. No había nadie en la universidad a quien le pudiera pedir ayuda. Me preocupaba que lo que pasó no fuera “suficientemente serio” para que me creyeran o me tomaran en serio.
La política de la universidad decía que si lo que denunciabas era una ofensa criminal, ellos no harían ni podrían hacer nada antes de que se encargara primero la policía.
Pero no me sentía a gusto acudiendo a la policía. El año anterior, denuncié ante la policía a otro estudiante por atacarme en un club nocturno. Hubo testigos y pruebas gracias a las cámaras de circuito cerrado de TV.
La política de la universidad decía que si lo que denunciabas era una ofensa criminal, ellos no podrían hacer nada antes que se encargara primero la policía”.
Sin embargo, el resultado fue muy estresante. Algunos de mis amigos se distanciaron. Tuve que lidiar con la angustia de encontrarme con ese estudiante a diario. Mi salud mental y física se deterioraron rápidamente.
Multiplica eso por 100, y así era como me imaginaba teniendo que denunciar mi ataque sexual a la policía.
El mal recuerdo
El proceso tras denunciar un ataque sexual puede tomar mucho tiempo. ¿Cómo afectaría a mis estudios una investigación y un juicio por un crimen tan serio?
La probabilidad de encontrarme con mi asaltante no disminuiría con el tiempo así que ¿estaría segura? También estaba la vergüenza y el temor de sentirme culpada, así como la duda de que nuestros amigos mutuos no me creyeran y me acusaran de dañar la vida de alguien.
Así que no se lo dije a nadie. Lo veía de vez en cuando y me obligaba a fingir que no había pasado nada.
Pero, cada cierto tiempo, había momentos en los que me acordaba de lo sucedido. Momentos en los que él se paraba muy cerca de mí o me enviaba mensajes repetidamente en la noche.
Aquella noche fue hace más de tres años. Sin embargo, no fue hasta este pasado verano, cuando me gradué y abandoné la universidad, que fui capaz de admitir a mí misma y a otros que yo había sido violada.
Y no soy la única. Lo que impacta es que haya tantas historias como la mía.
Como estudiante de periodismo, busqué durante mucho tiempo la manera de llamar la atención sobre el problema de los ataques y acoso sexual en el campus pero, igual a como me pasó a mi, nadie se sentía con suficiente confianza para hablar públicamente.
Herramienta útil
Después de leer un artículo sobre dos valientes sobrevivientes de violación en India que mantuvieron su anonimato usando las redes sociales, me pareció que Snapchat era lo mejor.
Es una plataforma moderna e innovadora que la generación de “millenials” conoce bien. El software de la aplicación que oculta la cara y la voz permite al usuario esconder su identidad hasta tal punto que te puedes sentir cómoda, a la vez que muestra tus emociones y tu fortaleza.
Así que fundé la campaña “Rebelión contra los Ataques Sexuales”, para denunciar la verdadera naturaleza y magnitud de los asaltos y acosos sexuales vividos por actuales y antiguos estudiantes de universidades en Reino Unido, y para exigir cambios de política en la manera como se aborda este problema.
Hasta hoy, escuché a través de la aplicación un sinfín de relatos de violencia sexual por parte de valientes estudiantes, todos increíblemente impactantes e imposibles de olvidar. Aún con los filtros de Snapchat, se pueden apreciar los profundos y perdurables efectos de estos ataques sobre las víctimas.
Parte del problema es que la gente no reconoce el acoso y abuso sexual cuando sucede, porque ocurren con demasiada frecuencia.
Desde que estuve en la secundaria me han silbado en las paradas de autobús. Hombres con el doble de mi edad me han gritado lo que les gustaría hacernos a mí y a mis amigas. Los transeúntes ni se inmutaban y, muy pronto, yo tampoco. Era algo “normal”.
He sido mirada de arriba a abajo como un pedazo de carne, he tenido que salir de vagones de tren y de bares por lo incómoda que me hacían sentir y me han dicho que me lo merecía por la forma en que iba vestida. En plena luz del día, camino a la biblioteca, me manosearon en la calle.
Durante mi segundo año, cuando alguien me agarró el trasero en un club y le dije que eso era un ataque sexual, me respondió con una carcajada.
He escuchado relatos de mujeres que despiertan en la noche y alguien ha estado teniendo sexo con ellas mientras estaban inconscientes, y que luego justifican las acciones de los violadores pensando que ha sido su culpa por llevar ese joven a su casa o por haber bebido demasiado.
Sondeo sobre Asalto Sexual
4.500 estudiantes en 143 instituciones
31%
sintieron presión de hacer algo sexual
- 10% reportaron sus experiencias a la universidad o la policía
- 6% reportaron sus experiencias a la universidad
- 2% quedaron satisfechas con el proceso de denuncia
Sondeo nacional
La triste realidad es que cuantas más estudiantes escucho, más veces surge el mismo tema: estudiantes como yo están sufriendo en silencio, culpándose a sí mismas y dañando sus vidas universitarias por la violencia sexual y por la falta de apoyo en los campus.
Pero hay muy poca información disponible. Las propias universidades registran muy pocos casos de acoso y ataque sexual. Por eso es que, en asociación con The Student Room, una comunidad estudiantil online, lanzamos el primer sondeo nacional en la última década sobre este problema.
El número de respuestas a la encuesta en línea confirmaron que el problema es grave.
- Respondieron 4.500 estudiantes de 153 instituciones de Reino Unido, la mayoría denunciando acoso o ataques sexuales.
- 10% denunció sus experiencias ante la universidad o la policía.
- 6% denunció una experiencia de violencia sexual ante la universidad.
- 2% de las personas que denunciaron ante la universidad quedaron satisfechas con el proceso.
- 31% de las personas se sintieron presionadas a hacer algo sexual.
Es fácil desestimar estas estadísticas porque la muestra fue autoseleccionada y dependía de que los estudiantes escogieran una opción, pero detrás de las cifras hay jóvenes con historias reales.
Las estudiantes tuvieron la opción de ampliar sus respuestas y miles sintieron la fortaleza para hacerlo. Leer estos relatos fue desgarrador.
Un cambio en la cultura
Pero los resultados más significativos, en mi opinión, fueron cómo tan pocas personas sintieron que habían recibido la ayuda necesaria.
Mucha de la juventud que experimenta un episodio de violencia sexual en Reino Unido no siente el suficiente apoyo de sus universidades como para acudir a la policía o pedir ayuda. ¿Por qué?
Ahora que los movimientos como Me Too y Time´s Up han tenido tanto impacto, llegó la hora de hablar sobre la violencia sexual en el campus.
Desde que escribí por primera vez sobre mi propia experiencia, “trolls” de internet criticaron mi historia, me acusaron de querer ser una víctima, de buscar atención, me llamaron mentirosa, puta, me degradaron, menospreciaron mi campaña y me acusaron de dañar la vida de mi atacante (aunque nunca lo haya nombrado).
Por eso es que un cambio en la cultura es tan importante.
He tenido el placer de conocer la gente más valiente e increíble a través de mi trabajo con “Rebelión contra los Ataques Sexuales”. Admiro su decisión de confiar en mí para contar sus historias. Es gracias a ellas que he podido aceptar lo que me pasó.
Esto es lo que dijo Mark Ames, director de servicios estudiantiles de la Universidad de Bristol:
Lamentamos que Hannah se sintiera incapaz de denunciar el ataque sexual y buscar apoyo.
El bienestar de todos nuestros estudiantes es de vital importancia para nosotros. Tenemos una política de tolerancia cero al acoso sexual y políticas claras establecidas para tratar este tipo de denuncias.
Personal especializado, incluyendo los de asesoría y servicios de salud estudiantil, está capacitado para responder a incidentes de ataque sexual y derivar a los estudiantes a agencias especializadas externas como el Centro de Referencia de Ataque Sexual.
Nos damos cuenta de que puede ser difícil para estudiantes denunciar estos problemas. Para facilitar el proceso, estamos lanzando un portal de internet este año de “Denuncia y apoyo” para las víctimas de violencia sexual y otras formas de acoso.
También estamos apostando por una nueva e importante inversión en bienestar para nuestros colegios, a través de servicios centralizados como el de consejería estudiantil o servicios de salud, y una reestructuración en nuestras instalaciones para ofrecer apoyo de 24 horas, 7 días de la semana, con personal presente físicamente en lugar de estar de guardia.