En un mitin reciente en Latrobe, Pensilvania, el expresidente Donald Trump defendió una de sus ideas más controvertidas: su plan de imponer aranceles comerciales masivos, una estrategia que califica como “la solución para enriquecer a Estados Unidos” y que busca trasladar la producción industrial de regreso al país. Con el apoyo de una base que ve los aranceles como un medio para castigar a China y revertir la globalización, Trump propone imponer tarifas amplias de entre el 10% y el 20% para la mayoría de las importaciones, con un 60% o más para los productos de China.
Los economistas advierten que estos aranceles podrían tener repercusiones graves en la economía estadounidense. Mark Zandi, economista jefe de Moody’s Analytics, calificó la propuesta como “una granada lanzada al corazón del sistema internacional” y una “mala idea” que podría llevar la economía de EE. UU. “a un abismo”. Los costos de manufactura y materiales extranjeros para empresas estadounidenses se dispararían, impactando particularmente a los consumidores de menores ingresos.
Un impacto directo en los consumidores y una posible guerra comercial
Además de elevar los costos para empresas y consumidores en Estados Unidos, la implementación de aranceles tan amplios también podría desencadenar represalias de otras naciones y desencadenar múltiples guerras comerciales. Las consecuencias incluirían la reducción de exportaciones estadounidenses, la interrupción de cadenas de suministro y un daño significativo a las alianzas comerciales que Estados Unidos ha desarrollado desde la Segunda Guerra Mundial.
La propuesta de Trump, que ha generado críticas tanto de republicanos como de demócratas, pretende imponer una estrategia arancelaria nunca vista en casi un siglo, inspirada en la época de altos aranceles del presidente William McKinley en las décadas de 1880 y 1890.