Por Diego A. Sosa
Después de poco tiempo en una situación dejamos de repeler lo que al inicio refutábamos. Un mal olor en una habitación pasa a no molestar, así como, por ejemplo, financiar tarjetas de crédito.
Nos vamos acostumbrando a lo que no es lo mejor y sacamos de nuestra vista lo que podríamos tener.
Retorno al ejemplo de la tarjeta de crédito. Muchas personas que nunca han tenido tarjetas de crédito, o que nunca las han financiado con regularidad, consideran un mal olor esa práctica. Pagar intereses altos por no saldarlas a tiempo o no tener el monto completo para hacerlo es repudiable. Hasta que lo hacen por algunos meses. En ese momento, se convierte en la normalidad.
¿Dejó de oler mal? No, la persona que inició ese camino dejó se sentir el mal olor.
Mismo ver un comportamiento en la sociedad hace que algunos malos olores desaparezcan. Como la mayoría lo hace, o por lo menos, creemos, porque no tenemos estadísticas que lo aseveren, pensamos que está bien. Si “todos” compran un vehículo por encima de sus posibilidades con un préstamo, pero no toman un crédito para comprar su vivienda, pensamos que así debe ser.
Aquí entra también el refrán que dice: “Mal de muchos, consuelo de tontos”.
Hasta llegamos a aplicar lo que se llama disociación cognitiva. Encontramos excusas que nos permiten convencernos de que no somos capaces de detectar el olor. “Es que no hay otra forma de vivir si no es financiando las tarjetas de crédito, todo el mundo lo hace”.
¿Todo el mundo? Ni siquiera sabemos si es una mayoría. Mucho menos buscamos la razón del mal olor para anularlo.
A ver: Cuando financiamos la tarjeta, siguiendo con el ejemplo ilustrado, estamos pagando intereses. La cantidad de dinero disponible para el próximo mes se reducirá. Y antes decíamos que no nos alcanzaba pudiendo disponer del 100%. El siguiente paso será buscar un olor fuerte pero agradable que opaque el que no queremos sentir. “Voy a pagar el mínimo de la tarjeta, así tendré disponible suficiente”.
¿Ves? Disociación cognitiva. Tengo la excusa perfecta, no he reducido mi disponibilidad. Así puedo seguir gastando igual. O más, porque descubrí que, pagando el mínimo, me queda más dinero en el bolsillo.
Ahora seguiremos usando la tarjeta y en poco tiempo dejará de oler mal aquello de pagar el mínimo. Hasta que entremos en la próxima habitación. Tomar otra tarjeta porque la que tenemos tiene el límite copado. Percibimos ya el mal olor de la siguiente habitación. Hasta que la financiemos, luego le pagaremos el mínimo, luego tomaremos otra. En un tiempo aparentemente lejano, una consolidación de deudas será el siguiente olor no deseable… El círculo se cierra una y otra vez.
—¿Qué puedo hacer, Diego Sosa?
—Sencillo, eliminar la fuente del mal olor.
Si te vas a la base no tendrás que buscar excusas que no llegan a disculpas. El mal de muchos es consuelo para tontos. Nuestro dinero se esfuma cuando no lo usamos de la mejor manera. Y no dejar que el olor sea identificado por nuestro olfato y cerebro no es la solución. En cuestión de finanzas personales ese olor destruye nuestro poder adquisitivo y nos limita la construcción de nuestro bienestar futuro.
En el caso que ilustré te diría que a la segunda vez que financiamos la tarjeta es hora de reducir gastos. Tomar el control de mi dinero es esencial si quiero que se convierta en bienestar y no en estrés.