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Un cuarto de siglo después de la muerte de Diana de Gales, las teorías conspirativas siguen alimentando mitos como que la princesa fue asesinada o que la familia real británica estuvo implicada, a pesar de que las investigaciones oficiales mantienen que falleció en un accidente de coche en París.

Altice

Así lo confirmó finalmente en 2008 la pesquisa judicial británica sobre la muerte de Lady Di, de 36 años, y su novio Dodi al Fayed, de 42, al concluir que la tragedia se debió a un homicidio por imprudencia.

La culpa recayó, según las pruebas recabadas por la policía, en Henri Paul, el conductor del Mercedes que se estrelló en el Puente del Alma de París en la noche del 30 de agosto de 1997, cuando el vehículo era perseguido por un grupo de fotógrafos a la caza de la valiosa instantánea de la entonces mujer más famosa del mundo.

Solo sobrevivió el guardaespaldas de la pareja, Trevor Rees Jones, quien, no obstante, nunca pudo aportar un testimonio esclarecedor sobre este suceso porque sufrió amnesia, circunstancia que ha cargado de sospechas a los conspiranoicos, que entienden que pudo ser silenciado.

El jurado de aquella investigación también consideró culpables de homicidio por imprudencia a los «paparazzi» que seguían al vehículo, foco en un principio de la ola de indignación que se dirigió hacia los medios sensacionalistas.

«LO HIZO LA REINA»

Sobre estas mismas hipótesis trabajaron los primeros efectivos de la Brigada Criminal de París que llegaron a la escena del accidente, pero en los días siguientes ya comenzaron a correr como la pólvora todo tipo de teorías, algunas impulsadas por un internet todavía en su infancia y otras defendidas por personajes clave.

Apenas 24 horas después del suceso, Mohamed Al Fayed, padre de Dodi y entonces dueño de los grandes almacenes Harrods, pidió la apertura de una instrucción judicial por homicidio involuntario, al tiempo que la Fiscalía parisina anunciaba que Paul triplicaba la tasa de alcohol en sangre permitida.

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Varios días después, se celebró el funeral en memoria de Lady Di en la Abadía de Westminster (Londres), en el que el hermano de la princesa, Charles, cargó contra la prensa. Después tuvo lugar el entierro privado de la princesa en la casa familiar de los Spencer, Althorp House, en Northamptonshire, centro-norte de Inglaterra.

Se estaban sentando las bases para que arraigasen las sospechas más inverosímiles, como demuestran algunos grafiti que aparecieron cerca del puente del Alma: «Paparazzi asesinos» o «Lo hizo la Reina».

Ahí comienza un viaje hacia la madriguera del conejo de Alicia en el país de la maravillas, el lugar al que recomiendan acudir los conspiranoicos en busca de respuestas, ya sea para desmontar la pandemia, el cambio climático o la muerte de Diana.

Un agujero del que es difícil salir, porque resulta tentador pensar que algún fotógrafo no trabajaba realmente para los medios, sino para los servicios secretos encargados de ejecutarla, una de las teorías que explora ahora el canal británico Channel 4 en un documental de cuatro capítulos: «Investigating Diana: Death in Paris» (Investigando a Diana: Muerte en París).

El programa, realizado al más puro estilo del género «true crime» (crímenes reales), aborda, por ejemplo, la posibilidad de que los ataques contra la prensa sensacionalista sirvieron para desviar la atención de los verdaderos autores, según expone en la cinta el propio Al Fayed en declaraciones recientes.

El magnate egipcio repite así las tesis que ha mantenido durante los últimos 25 años, en las que asegura que la muerte de su hijo y la princesa se debió a «un complot» porque ambos tenían planes de boda.

SICARIOS PARA ASESINAR A DIANA

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Sigue sin creerse las conclusiones de dos investigaciones, la policial de 2006 y la judicial de 2008, que aseguran que fue «trágico accidente» y un homicidio por imprudencia, respectivamente.

Sigue aferrándose, por ejemplo, a una carta que publicó el tabloide británico «Daily Mirror» en la que Diana, diez meses antes de su fallecimiento, dice que su marido, Carlos de Inglaterra, tramaba un plan para matarla en un accidente de coche, por lo que llegó a ser interrogado por la policía.

Por ello, Al Fayed acusó a la familia real de conspirar para que los servicios secretos asesinaran a Diana y Dodi porque la princesa estaba embarazada de su hijo, un musulmán.

Su dedo acusador apuntó directamente hacia el marido de Isabel II, el ya fallecido duque de Edimburgo.

En este contexto, el citado documental explora la existencia de sicarios, con testimonios de un testigo que afirma que, justo antes del siniestro, vio un haz de luz, quizá un flash de una cámara, saliendo de una motocicleta que adelantó al Mercedes, dejando entrever que el fogonazo sirvió para que Henri perdiese el control.

Otra testigo asegura que vio un Fiat Uno blanco salir zigzagueando del túnel momentos después del accidente, con un hombre de «piel oscura» al volante y un gran perro con bozal en el asiento trasero del coche, que tenía, recuerda, las luces traseras rotas.

La entonces jefa de la Brigada Criminal, Martin Monteil, confirma que se encontraron trazas de pintura blanca en el Mercedes y restos de cristales de luces en el asfalto, si bien confiesa que ninguno de esos testimonios arrojó pruebas concluyentes.

Sea como fuere, el documental sobre Diana tiene enganchados a millones de británicos estos días, lo que demuestra que la princesa sigue tan vigente ahora como hace 25 años, al igual, por desgracia, que las teorías conspirativas.

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