Por HUMBERTO CONTRERAS VIDAL
Observar los fenómenos naturales constituye un gran pasatiempo cuando se pretende entender la naturaleza misma. Uno de los aspectos más entretenidos es detenerse a comparar el parecido de una planta adulta con su correspondiente planta bebé.
Tal como ocurre con el ser humano, al momento de nacer todos se preguntan ¿a quién se parece más el recién nacido? ¿a la madre o al padre? Según intereses familiares se buscan rasgos característicos de ambos, aunque a medida se desarrolla el nacido se va definiendo con mayor claridad uno u otro.
En el caso de las plantas, en la mayoría de los casos que hemos observado, la forma de las hojas de las plantas bebés son idénticas a las hojas de las plantas adultas. Esto recuerda el dicho popular que dice “desde chiquito dice lo que va a ser”.
Uno se pregunta ¿Cómo en la naturaleza se traspasa la forma – el parecido- de adultos a bebés?
Desde un punto de vista químico la respuesta es sencilla. Sustancias químicas orgánicas como los aminoácidos que unidos forman las proteínas y están íntimamente relacionadas con el ácido desoxirribonucleico (ADN) definen esencialmente los rasgos característicos en la reproducción animal y vegetal.
Una alteración en el ADN cambia la naturaleza de un ser. De ahí que la alteración del ADN consciente o inconsciente resulta en variaciones de las características que identifican una especie. Este punto está estrechamente relacionado con procesos cancerígenos.
En síntesis, la forma de la carita de un bebé humano y la forma de una hojita de una planta bebé están íntimamente vinculadas con el ácido desoxirribonucleico y otras sustancias químicas asociadas a los rasgos genéticos. De esta forma la naturaleza propicia la existencia y mantenimiento de las especies mediante los diferentes actos de reproducción animal o vegetal.
El autor es doctor en ciencias químicas, residente en Santiago de los Caballeros. [email protected]