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Por Luis González Fabra

Altice

Poco ha faltado para que en las redes sociales y en algunos programas televisivos de opinión, gente que no se detiene a leer la información que tiene delante de sus ojos pida la crucifixión del Plutarco Arias, Ministro de Salud Pública.

Lo acusan de practicar una doble moral al firmar un comunicado del Ministerio que dirige en el que se advierte que el medicamento Ivermectina no debe usarse en operativos médicos ni sin prescripción facultativa pero el, como médico, la receta en su práctica privada.

La idea de doble moral se refiere al criterio que usa una persona o entidad cuando se comporta de dos maneras distintas respecto a una misma situación.

Ese no es el caso del doctor Plutarco Arias quien según la publicación de una receta emanada de su consultorio indica a un paciente el medicamento Ivermectina.

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No hay dualidad.  Lo expresado por el reputado neumólogo ahora Ministro de Salud Pública es que “a pesar de los resultados positivos obtenidos en República Dominicana con la Ivermectina, con pacientes contagiados con el virus, la eficacia de este y otros medicamentos como tratamiento contra el COVID continua en evaluación científica a nivel nacional e internacional”. 

Además, el Ministro afirmo que Salud Publica no recomienda que la Ivermectina se reparta masivamente ni que los ciudadanos se auto mediquen y hagan uso de medicinas que no son recetadas por su médico, que son los profesionales quienes a su criterio deben recomendar el uso de cualquier medicina a sus pacientes.” (sic)

La posición del Ministro Arias es clara. Si un médico entiende, por la información que maneja y la experiencia clínica que tiene, que la Ivermectina es un medicamento apropiado para enfrentar los síntomas que su paciente presenta, se lo indica.  En ese caso no está violando ninguna ley ni disposición del Ministerio de Salud, puesto   que lo que ha dicho es que esta en evaluación científica. No lo ha prohibido. Tampoco lo rechaza.

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La extendida costumbre de mirar un texto, pasarle la vista por encima y de su contenido hacerse un juicio sin haber leído a conciencia lo que dice ese texto, lleva a la equivocación.

Lo peor del caso es que quienes así actúan, creyéndose dueños de la verdad, toman posiciones públicas y juzgan y condenan, cual jueces impertérritos. Serenos. Inmutables. Impasibles.  Ni siquiera se detienen a pensar que su opinión equivocada al hacerla pública en medios masivos, infecta la opinión de otros tantos que de igual manera opinan y sancionan olvidando la vieja sentencia: quien no investiga no tiene derecho a la palabra.

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