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Por JUAN T H

Altice

Conocí a una joven que con gran entusiasmo y satisfacción me dijo que había terminado la carrera de comunicación social en una de las universidades del país. Quedó muda cuando le pregunté si estaba convencida de haber elegido bien la carrera con la cual pretendía abrirse paso durante la mayor parte de su vida. No entendió bien la interrogante. – ¿Para qué estudiaste periodismo en un país que no necesita periodistas? ¿Para qué ir a un centro de estudio a especializarse en una carrera en decadencia? La chica parecía cada vez más escéptica. “Ya cualquiera es periodista, cualquiera se engancha a comunicador. Las redes sociales están saturadas de comunicadores. Más fácil obtiene una entrevista con un ministro, un alcalde, el presidente o vicepresidente de la República, un “Influencer”, mientras más bruto, mejor, que un periodista de la categoría de Edith Febles, que no abandona el sentido crítico, y que pone en duda todo cuando se le dice, porque sabe que “dudar” forma parte del ejercicio periodístico.

La dominicana es una sociedad en decadencia, amoral por completo, donde lo positivo es falso y lo falso positivo, donde se promueven falsos valores, ídolos con los pies de barro, que apenas saben leer y escribir, pero que gracias a su propia  ignorancia, a la vulgaridad, la obscenidad, el morbo y la pornografía, logran llamar la atención de los demás.

Vivimos en “la sociedad del espectáculo”, como escribiera Debord, donde el “tener” es más importante, socialmente, que el “ser”. Las redes sociales han formado la tesis de “la sociedad del espectáculo” que se pone en escena cotidianamente en todas nuestras actividades, ya sean individuales o masivas. La vida es un espectáculo, al igual que la muerte, la tragedia, el desamparo, el hambre y la miseria.

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Tengo meses que no enciendo el televisor, que no escucho radio y sigo a pocas personas en las redes sociales. Mantengo una cuenta en Twitter solo para escribir lo que pienso; no le respondo a nadie, ni leo las cosas desagradables que me escriben. Cada vez me aíslo más del “espectáculo”, porque definitivamente, como decía Enrique Santos Discépolo, “los inmorales nos han igualado”, porque hoy más que ayer “a nadie le importa si naciste honrado”, porque da lo mismo “un burro que un gran profesor”. ¿Para qué estudiar, hacerse profesional, adquirir con esfuerzo y dedicación una maestría, un doctorado, con tanto esfuerzo si basta con desnudarse, decir algunas vulgaridades para convertirte ser un “influencer” famoso en el mundo del espectáculo?

En el mundo del espectáculo no importa si una cosa es falsa o verdadera, es lo que la gente quiera creer en un momento determinado. Está comprobado que Donald Trump  mentía una y otra vez durante el ejercicio de su mandato. La verdad es manipulable. La mentira por igual. Un estúpido como Donald Trump compite con otro más estúpido como Bolsonaro en Brasil. Y paro de contar…” Da lo mismo un burro que un gran profesor”. La “posverdad”. Nadie podrá borrar de los diarios todas las mentiras que se dijeron sobre la masacre cometida en Irak, donde, alegando la existencia de armas biológicas que nunca existieron se asesinó a más de un millón de personas, sin que a nadie se le ocurriera denunciar el genocidio.

Hace  pocos meses otro joven me  dijo que quería escribir artículos en los periódicos y hacer comentarios en la televisión y en las redes sociales. Le dije: el problema es que los periodistas de hoy no quieren subir peldaños, aprender con los años, hacer de reporteros; todos ustedes quieren ser -en el mejor de los casos- como Huchi Lora, Juan Bolívar Díaz, Bonaparte Grauteaux Piñero, Ramón Colombo, Altagracia Salazar, Margarita Cordero, Sara Pérez, Zoila Luna, José Rafael Sosa, Cristhian Jiménez, Ivonne Ferreras, Daniel Díaz Alejo, entre otros. Todos quieren escribir artículo, hacer opinión sin tener la experiencia ni el conocimiento.

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De un tiempo a esta parte todos somos “periodistas” o “comunicadores”. Basta con abrir una cuenta en cualquiera de las redes sociales. Buscar seguidores, porque pagan mucho dinero por hablar disparates. A pesar de vivir en el siglo del conocimiento, en nuestra sociedad no es mejor “comunicador” el más inteligente, el más enjundioso en sus ideas, el más profundo, no, es el más vulgar, el que dice más palabrotas sin ningún reparo, sin importarle que haya menores escuchándolos o viéndolos.

Las redes sociales deben prohibirlas o adecentarlas de algún modo, como ha ocurrido en otros países. No todo el mundo está preparado para enviar mensajes al gran público. Alguien debe proteger la sociedad. Se supone que debe hacerlo el Estado, pero el Estado nuestro está tan enfermo como las  propias redes. El Estado es responsable de lo que ocurre no solo en las redes, sino en la radio y la televisión. Particularmente la radio es una vergüenza, principalmente desde que el narcotráfico y el lavado de activos decidieron que era un buen medio para embrutecernos.

Los políticos, que forman parte de la degradación social y moral de nuestro país tienen una gran responsabilidad con lo que está ocurriendo, promoviendo esos “comunicadores sociales”, “influencer”, analfabetos en la mayoría de los casos, solo porque tienen “muchos seguidores”, estúpidos que a todo le dan “like”, pero que no incluyen en las decisiones políticas, económicas y sociales de un país.

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