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Por Miguel Ángel Cid Cid

Altice

Ángel Lockward es el empresario, escritor y político más vituperado del país. Posee un carisma que atrae como imán todo tipo de malentendido, suspicacia y mala fe. Pero Lockward ha hecho un grande esfuerzo para mantenerse a un paso delante de aquellos que le atribuyen conductas impropias. Siempre logra afirmar su no culpabilidad, aunque suele quedar en duda su presumida inocencia.

Su vertiginosa vida está interconectada entre lo público y lo privado, vía la ley dialéctica de la unidad de los contrarios.

En el área empresarial el ángel de Lockward sonó con fuerza cuando se le acusó de vender títulos académicos en su centro de estudios CETEC, en fecha tan temprana como el año de 1984. Pero nadie pudo probarle nada, a pesar de que las autoridades le cerraron el centro.

Encajó con gallardía de joven promesa reformista aquel malentendido y con sigilo lo desvaneció como mugre por el sumidero. Desde entonces su estrella brilló tan robusta que su resplandor todavía dura.

El escritor

Esa lucidez, esa aura, ese ángel lo trasvasó al arte de la escritura. Porque goza de una pluma ágil y veloz que la mueve, con una fecundidad que asombra, entre el ensayo y la ficción. Aunque Pedro Conde, el respetable crítico literario, señala a sus libros como bodrios, o sea, desordenados, mal hechos y de mal gusto, confieso que no estoy de acuerdo con el juicio. Sobre todo porque jamás se me ocurriría leer a un escritor de una musa tan trepidante y de una mano tan rápida.

En el mundo de la ficción acumula un cuerpo de novelas que ya suman media docena. En particular llama la atención dos títulos suyos.

El primero, La leyenda de los hombres rana, luce interesante. No por la alusión a los militares que pelearon por la soberanía dominicana en 1965, sino por la evocación de las metáforas anfibias y marinas. Y dado el urticante Caso Calamar, por ejemplo, resulta llamativo que la editorial de ésta novela se llame Cangrejo.

El segundo título, El gabinete de la sombra, se ajusta como anillo al dedo a su versatilidad de empresario, abogado y político. Remite a lo oscuro, a donde no se percibe la luz; al lugar subterráneo donde opera fingiéndose Batman. No luz, no color; aunque el editor del libro sea la Editora de Colores.

En el género ensayo Lockward obtiene un mayor calado, porque se muestra como un autor reactivo y, a la vez, proactivo.

Reactivo cuando se espantó con el terremoto que devastó nuestro vecino país el 12 de enero del 2010. Pero proactivo porque en el mismo año publicó su obra Haití: la tragedia. —Santo Domingo: Cangrejo editores. Eso fue friendo y comiendo.

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Pero el punto es que el libro le sirvió como base para lo que vendría después cuando ocupó un cargo en el exterior y que veremos más adelante.

Otro relevante ensayo —uno de tantos se titula Expropiación forzosa en República Dominicana. —Santo Domingo: Editorial Santuario, 2015. Todo un manual que convierte a Lockward en el mayor experto en la materia.

Justo de eso se le imputa en el Caso Calamar: de apropiarse de lo expropiado. Y es tan potente su pensamiento mágico y ensayístico que, según la fiscalía, puso a firmar en el año 2019, a una señora que estaba muerta, muertecita, desde el año 2012.

Pero la cúspide de su virtuosismo literario la alcanzó en un ensayo menor, Comentando la decisión de un juez deshonesto, donde molestó al juez José Alejandro Vargas. Éste lo demandó por difamación e injuria, exigiendo 300 millones de pesos de indemnización.

El Comentario Lockward lo escribe en 2006, luego que el juez lo enviara a juicio de fondo por presunta estafa de 200 millones en el célebre caso GLP.

La demanda concluyó con un resultado mixto. Lockward perdió el caso, pero no la vergüenza. Vargas ganó, pero sólo pudo darle un pellizco de 2 milloncitos (que son muy buenos) de los 300 que pedía.

El político

El legendario perfil político de Ángel Lockward resulta seductor. Tanto, que sorprende que las facultades de ciencias políticas de nuestras universidades no lo tengan como materia obligada. Quien suscribe, como humilde columnista, ha tratado de aportar un granito de arena en el estudio de ese complejo fenómeno del saltapatrismo político.

Lockward, por supuesto, supera con creces la noción de tránsfuga y saltapatrás consumado. Él es el perfecto representante de la realpolitik, de la política concreta, de esa práctica que se levanta por encima de lo ideológico y por debajo de lo moral en la consecución de resultados provechosos: la de buscarme lo mío a manos llenas.

Por ello Lockward usa los entresijos de la política como trampolín para catapultarse hacia el disfrute del poder, con o sin cargo político. No busca el poder sometiéndose a votaciones, sino que su estrategia es la del operador político, buceando en los acantilados de las sombras.

Empezó con el partido colorao y allí se convirtió en un quiquiriquí por derecho propio. Pasó del reformismo al perredeismo, al peledeismo y al perremeismo. Se iría hasta con Pin Montás si emerge con reales posibilidades de poder. No importa la dimensión del huracán, Lockward se mueve por donde soplan los vientos.

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La lista de las posiciones que ocupó en el Estado es tan rica como las de sus obras como escritor. En esta ocasión sólo miraré a las de Ministro, Ordenador y embajador.

El presidente Hipólito Mejía lo designó Ministro de Industria y Comercio. En éste puesto logró que lo sometieran a la justicia por desfalco de 200 millones, como ya se dijo, pero el caso no prosperó porque Lockward se batió como un campeón. Y en ese combate fue que tropezó con la demanda del juez Vargas.

El presidente Leonel Fernández lo nombró Embajador Extraordinario y Plenipotenciario en Colombia.

De allí salió, cual prestidigitador, rápido y furioso y dejó dos percepciones encontradas.

Una apreciación fue la unánime exaltación de sus colegas embajadores de medio mundo por los logros obtenidos. Hubo un embajador, el de México, Florencio Salazar, que parodiando a Winston Churchill y para que vean que no sólo Leonel Fernández copia:

“No he visto a nadie hacer tanto en tan poco tiempo por su país”.

La otra percepción está relacionada con una de esas tantas cosas que concibió: la brutal recolección de fondos colombianos con el objetivo de construir un barrio, que llamaría Bogotá, en el centro del arruinado Haití. De seguro que todavía nuestro ex embajador está esperando a que merme la violencia en Haití para poner manos a la obra con los 4 millones de dólares que recogió.

Un auténtico suertudo porque a él los colombianos le dieron plata; al presidente Jovenel Moise, plomo.

Ocupó el prestigioso cargo de Ordenador para los Fondos Europeos de Desarrollo, con los éxitos que nos tiene acostumbrados. Los envidiosos lo acusaron de que, allá abajo, en el fondo de los fondos, guardaba un maco. Pero salió airoso, con la frente en alto, con aire respondón y dispuesto a batirse con cualquiera.

Las expectativas de su defensa de la participación suya en el esquema calamar eran la de un enfrentamiento sin cuartel en contra de los fiscales Yeni Berenice Reynoso y Wilson Camacho. Pero de repente las cambió de forma dramática, prefiriendo el mal menor.

Se declaró culpable, se ofreció como testigo y le dio una vuelta de 180 grados a sus declaraciones anteriores: ya dice que no le dio “dinero limpio” al Presidente Abinader, sino que le donó dinero sucio al PLD.

¿Cómo saldrá Lockward de éste caso? ¿Será su caída definitiva? O ¿Le callará la boca a aquellos de mala fe que le tienen tantas ganas?

Miguel Ángel Cid

[email protected]

Twitter: @miguelcid1

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