Por: Salvador Holguín “diciendo lo que otros callan”.
Difiero en el sentido más amplio de la palabra, de la posición externada por mi amigo y hermano Guido Gómez Mazara. No es cierto, como él ha manifestado, que en este momento exista una campaña sucia contra el líder del partido Fuerza del Pueblo y expresidente de la República Dominicana, Leonel Fernández Reyna. Lo que está ocurriendo ante los ojos del pueblo dominicano no es más que la manifestación pública de una persona, Quirino Ernesto Paulino Castillo, conocido como “El Don”, un ex narcotraficante que afirma haber tenido una participación directa en el proceso de retorno al poder del entonces candidato presidencial Leonel Fernández en el año 2004, con una inversión de más de 200 millones de pesos. Esta persona no ha actuado en el anonimato, ni sus declaraciones han sido producto del rumor o del chisme callejero, por el contrario, se ha expresado de forma directa, abierta y reiterada, señalando aspectos delicados que comprometen la integridad de un exmandatario de la República.
Ante este panorama, resulta irresponsable e incluso riesgoso para la salud democrática del país, que se intente reducir esta situación a una simple “campaña sucia” orquestada por adversarios políticos. No se puede ocultar bajo la alfombra un tema que ha estado en la palestra pública por años, sin que hasta la fecha haya una acción concreta por parte del aludido. La sociedad merece una respuesta clara, contundente y, sobre todo, basada en la verdad. Me ofrezco y pongo a disposición del Dr. Leonel Fernández el Grupo de medios Hilando Fino, que es una plataforma nacional e internacional, para que fije su posición y haga las aclaraciones de lugar.
Líder Guido Gómez, creo que ha llegado el momento de asumir una postura firme frente al tema Quirino-Leonel. La figura del expresidente no puede seguir arrastrando este manto de duda sin esclarecer los hechos, sobre todo si se tiene la convicción de que lo declarado por “El Don” carece de veracidad. En ese caso, lo que procede es demandarlo judicialmente por difamación, calumnia e injuria, como haría cualquier ciudadano que ve afectada su honra y reputación pública. Ahora bien, si por el contrario existe alguna base de verdad en lo que ha expresado esta persona, entonces la prudencia y el silencio podrían ser comprensibles, aunque no por eso aceptables para una sociedad que exige transparencia y responsabilidad de sus líderes, especialmente de quienes han dirigido los destinos del país.
Mi llamado no es uno de confrontación, sino de coherencia. No se puede, por un lado, reclamar justicia y transparencia en el accionar público, y por otro, evadir temas delicados cuando tocan a figuras de nuestro afecto, admiración o afinidad política. El país merece la verdad. La democracia se fortalece cuando se enfrenta el rumor con hechos y cuando se desmonta la mentira con pruebas. Guido, la historia no absuelve al silencio cómplice.