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El café levanta pasiones. Que se lo digan a Aitana y Zoilo, que proclaman en la canción Mon Amour: “Y es que me gustas no sé cuánto, más que el olor a café cuando me levanto”. Sin llegar a la adicción de Honoré de Balzac, que según dicen consumía la cifra astronómica de 50 tazas al día, millones de personas en todo el mundo no pueden comenzar el día sin un buen café. No están realmente despiertos y listos para la actividad cotidiana si no se han tomado una generosa taza de este elixir¿Qué tiene esta bebida para causar semejante efecto? La cafeína sería la respuesta más lógica, pero resulta que no. Hay algo más.

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Las imágenes de la actividad cerebral que se obtienen con la técnica conocida como resonancia magnética funcional han permitido a un grupo de investigadores portugueses y españoles aproximarse a la cuestión desde un punto de vista que va más allá de los efectos fisiológicos del café y se adentra en la psicología. Sus resultados se han publicado recientemente en la revista Frontiers in Behavioral Neuroscience.

Una de las conclusiones de este estudio es que a los efectos neuroquímicos de la cafeína hay que sumar la experiencia de tomar un café: el momento del día en el que tiene lugar, la sensación placentera, los rituales y la rutina a la que se asocia, el aroma, el sabor…

Diferencias entre un café y una dosis equivalente de cafeína

La primera firmante de este estudio, María Picó-Pérez, investigadora Ramón y Cajal de la Universidad Jaume I de Castellón, ha explicado a CuídatePlus cómo se llevó a cabo. “Contamos con dos grupos de personas que son bebedores habituales de café -al menos una taza al día- y les hicimos una resonancia magnética funcional en estado de reposo, es decir, pensando en sus cosas tranquilamente, pero sin ejecutar ninguna tarea concreta”. A continuación, los componentes de uno de los grupos tomaron una taza de café, mientras que los del otro consumieron un comprimido con una dosis equivalente de cafeína disuelto en agua. De este modo, prosigue la científica, “un grupo estaba bebiendo café con su sabor, olor y demás elementos, y el otro, agua con cafeína”.  

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Por último, se les hizo a ambos grupos una segunda resonancia magnética funcional para apreciar cómo cambiaba la conectividad de las redes del cerebro. Antiguamente se pensaba que las distintas áreas cerebrales se activaban de forma separada según la acción realizada: leer, hablar, hacer ejercicio, ver la tele, comer… Sin embargo, desde bastantes años se sabe que “el cerebro funciona de forma coordinada -refiere Picó-Pérez- y que a partir de cómo trabajan las diferentes regiones podemos hablar de redes, que son agrupaciones de regiones que están haciendo lo mismo o cosas parecidas”. 

La conectividad de la red de funcionamiento en reposo disminuyó tanto en las personas que bebieron café como en quienes consumieron el comprimido de cafeína, lo que indicaría una mayor predisposición para pasar a la acción y realizar tareas. Sin embargo, se constató que la conectividad de otras dos redes solo aumentaba entre los bebedores de café. “Las que no aparecían con el consumo de comprimidos de cafeína eran una red visual -más sensorial, relacionada también con estímulos- y otra red denominada ejecutiva, que es la que tiene que ver con nuestra cognición y también con realizar tareas”, señala la científica.

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A la vista de estos resultados, se podría extraer el siguiente mensaje: “Si quieres sentirte realmente preparado para comenzar el día, la cafeína no es suficiente; necesitas la experiencia que proporciona una taza de café”.

¿El café actúa como un placebo?

Así las cosas, ¿se puede concluir que el café tiene un efecto placebo? No. Picó-Pérez explica por qué: “El café tiene cafeína, por lo que el efecto que apreciamos se puede interpretar como una combinación de esta sustancia y todo lo demás: el ritual, el olor, el sabor…”. Para poder averiguar hasta qué punto se trata de un compuesto que ejerce su acción por la sugestión o convicción de quien lo toma, “necesitaríamos contar con otro grupo que tomase café descafeinado”. En ese supuesto, si finalmente se apreciase el mismo resultado sobre el estado de alerta y la activación, “sí que podríamos decir que el café es solo placebo porque, independientemente de si tiene cafeína o no, pasa lo mismo”.

Pero, de momento, eso es mucho suponer. Por otro lado, no se puede descartar la influencia de diversos factores, como que el café contiene otras sustancias aparte de la cafeína -los compuestos fenólicos, por ejemplo-, que también podrían influir en la activación de las redes cerebrales.

En opinión de la investigadora, lo más interesante de su estudio es la información que aporta sobre el efecto del café en la red cerebral más sensorial, que apunta hacia “esa percepción del olor y los estímulos visuales” que, mediante un proceso de aprendizaje, “hace que sepamos que después de tomar ese café vamos a estar más despiertos”.

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