La cita:
“Un hombre sin ética es una bestia salvaje rondando libre en este mundo”.
-Albert Camus-
Vía Contraria
Víctor Bautista
@viktorbautista
Cuando un empresario me dice que no es político y que su único territorio es el negocio, me invade la lástima ante tanta ingenuidad y lo proyecto de inmediato en medio de una crisis turbulenta, destructiva, de esas que no tardan en reflejarse en los balances o en los estados de resultados. Es una víctima en potencia de los lobos que, con intereses corporativos, se cobijan bajo el poder político.
¿Por qué deben ser políticos los empresarios? Situemos primero el contexo de lo que quiero decir. No me refiero a tener militancia partidaria integrado a un órgano de dirección. Hablo de ejercer la política -en paralelo con el desarrollo empresarial- como guardián y monitor de la institucionalidad y, si es posible, hasta financiándola como ejercicio de responsabilidad social.
Generadores de empleos directos e indirectos, creadores de riquezas, aportantes al fisco para mantener en operación la maquinaria del Estado ( aun con las mañas o niveles de evasión de algunos), los empresarios contribuyen con la gobernabilidad, la paz social y -aunque parezca extremista- pueden llegar a garantizar más bienestar duradero que el propio gobierno. Son reales instancias de poder.
Así, los empresarios (no los corsarios oportunistas que se apalancan en la política en busca del crecimiento exponencialmente impúdico de su patrimonio) tienen calidad moral para exigir que las instituciones y las reglas del juego funcionen, demandando certidumbre y seguridad para la inversión privada. Para esto no tienen que ser candidatos, ostentar puestos públicos ni entrar en tratativas indecentes.
El empresario auténtico se preocupa porque el mercado fluya basado en la sana competencia, cree en la diversidad de oferentes, el cumplimiento de las leyes y las normas, elementos claves para un clima de negocios recubierto de confianza.
Aprovechar las falencias institucionales, inscribirse en el pillaje y en la asociación de malhechores con políticos de ocasión y agentes de gobierno, puede acarrerarle graves consecuencias, como la cárcel -cuya distancia se acorta cada vez más de las casas de gobierno- hasta la condena social, una especie de ostracismo que los indignados de las redes sociales saben bien como diseñar y construir para hundir a los ladrones que creen que el poder es perpetuo y su ordeño infinito, hasta que llega la pesadilla.