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Por Alejandro Abreu

Altice

El miedo es una amenaza, una inquietud, una incomodidad, que a veces es una sensación intensa que escapa a la razón, crea desconfianza y nos impulsa a creer que va a suceder algo negativo, generador de angustia frente a lo que percibimos como un peligro real o imaginario.

El miedo a la grandeza que es “el más común y poderoso” (Alejandro Meza, 2016), se disfraza en el “fracaso aparente”,  que suele ocultar el miedo a la grandeza.

La ley de la inercia no está presente solo en la física de los cuerpos como regularmente nos enseñan en la escuela, también se manifiesta con mucha intensidad en la realidad emocional, psicológica, social y política.

La forma de sentir y pensar, igual que los modelos sociales y políticos tienen una raíz y manifestación histórica, que se resiste al cambio, sino hay una fuerza que presione en su dirección y realización.   

Las “creencias y los deseos” son persistentes, no son fáciles de superar y mirar lo nuevo que se presenta ante nosotros.

Sino vencemos los miedos contenidos en nuestras creencias tradicionales y deseos más comunes e inmediatos, seguiremos petrificados buscando la seguridad y la confianza en los modelos y los liderazgos del pasado. 

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La primera condición para cambiar es vencer el miedo que nos paraliza.

No es casual que en la primera declaración del profesor Juan Bosch, al regresar veintitrés años después de su largo exilio y bajar de la escalinata del avión,  llamara a los dominicanos  a “vencer el miedo”.

Representado por el autoritarismo, machista,  represivo, personalista y monopolista a nivel político, social y económico, sustentado por un ejército y una policía fiel al JEFE, su familia y sus oficiales.

El maestro se refería al miedo a la libertad que él representaba.

Sesenta y un años después, el fantasma de la cultura política trujillista da sus últimos coletazos resistiéndose a la derrota de la impunidad.

El miedo  del presente, ahora se manifiesta frente a la iniciativa presidencial de reducir sus atribuciones constitucionales y transferirlo para  fortalecer la independencia del sistema judicial y de control institucional del propio poder del grupo gobernante.

Es un nuevo modelo de presidencia democrática ciudadana, que escucha, conversa y es capaz de auto corregirse, no es adecuadamente comprendido por ir en contra de la tradición del “criollismo político”, elevado a su máximo nivel en el régimen trujillista, su continuidad reformista Balaguerista y sus imitadores recientes.

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Algunos sectores del partido de gobierno que responden a la cultura política tradicional también manifiestan miedo al cambio.

Lo cual es un peligro comprensible, ya que vencer la fuerza de la inercia que presiona para que todo siga como antes -primero el partido y sus funcionarios- y construir una cultura política al servicio ciudadano, sin privilegios y distinción tiene riesgos.

El liderazgo gubernamental y de salud, junto a nuestro tejido empresarial logró enfrentar la pandemia, quitar las restricciones primero que la mayoría de los países del continente, reactivar la producción nacional y retomar el crecimiento económico.

Vencimos esta primera ola de incertidumbre y amenazas reales, aun nos encontramos en medio de una segunda ola caracterizada por una inflación expansiva provocada en el exterior por la invasión rusa, la guerra de Ucrania y las sanciones financieras, comerciales y energéticas que trajo consigo, cuyo panorama parece comenzar a mejorar.

Frente a estos evidentes logros, sería una vergüenza que nos falte valentía  ciudadana para derrotar los fantasmas y miedos políticos del pasado que  amenazan con regresar.

Nos corresponde construir aquí y ahora, una mayoría constructiva en lucha permanente contra los miedos que pretenden hacernos perder las oportunidades del presente.

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