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JUAN T H

Altice

Siempre he creído que los concursos de belleza femenina constituyen una ofensa hacia las propias mujeres, inaceptable en estos tiempos. Es una pena verlas enajenadas y envilecidas por un sistema que las prostituye, las empobrece negándoles sus derechos más elementales como el de la salud y la educación. Y que además las mata.

Mientras un grupo de mujeres desfilan por la pasarela de oscurantismo del capitalismo salvaje, exhibiendo sus cuerpos en un espectáculo que las ridiculiza, la brecha que separa a las  mujeres de los hombres, sigue siendo brutal.

De acuerdo con oxfam Internacional,  “en todo el mundo las mujeres perciben los salarios más bajos. A nivel mundial, la brecha salarial entre hombres y mujeres es de un 24% y al ritmo actual serán necesarios 170 años para cerrarla”. Y añade: “Hay 700 millones menos  que hombre con trabajo remunerados”.  Considera una barbaridad que el 75% de las mujeres en países en vía de desarrollo trabajen sin contratado laboran, sin seguridad social, ni garantías de permanencia en sus puestos. En esa condición se encuentran más de 600 millones de mujeres.

Las Naciones Unidas ofrecen datos espeluznantes: “Unos 15 millones de niñas nunca aprenderán a leer y escribir y 300 mil mujeres mueren anualmente por causas relacionadas al embarazo. En América Latina 124 mujeres que viven en extrema pobreza por cada 100 hombres, y en Colombia, casi el 50% de mujeres en hogares rurales no tienen acceso a la asistencia médica cuando van a dar a luz”. ¡No puede ser!

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En lugares que creemos lejanos como el Medio Oriente, miles de mujeres son violadas, torturadas y asesinadas; en África, en pleno siglo 21, continua practicándose en niñas la ablación o mutilación genital, lo que constituye una práctica salvaje, inconcebible, inhumana.

Las Naciones Unidas aseguran que “Las mujeres están por debajo de los  hombres en todos los indicadores de desarrollo sostenible”. En esas condiciones muchos países realizan concursos femeninos, estereotipando el concepto de belleza y convirtiéndolo en un elemento racial y excluyente. ¿Cuáles son los elementos estéticos que determinan la belleza de un hombre o de una mujer? ¿Qué tiene una occidental que no tenga una latinoamericana, una asiática, o una  africana? ¿Con que parámetros definen la belleza?

En nuestro país la situación de la mujer no es distintas a las del resto del mundo en material de educación, salud, empleo, pobreza, violencia, etc. Del 2005 al 2019, según la Procuraduría General de la República, alrededor de mil 500 mujeres –deben ser mucho más- han sido asesinadas por sus parejas o ex parejas. Un informe del Centro de Estudio de Género del Instituto Tecnológico de Santo Domingo dice que una gran cantidad de mujeres están condenadas a la desigualdad y la pobreza desde su nacimiento hasta la muerte, lo que constituye una vergüenza para un Estado que anuncia todos los años, con bombos y platillos, un crecimiento económico casi exponencial, por encima de los demás.

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Exhibir a las mujeres en trajes de gala, con vestidos alegóricos a sus países o en ropa interior, casi desnudas, es un ultraje, una burla a su condición humana. En esos concursos de belleza las mujeres se presentan como una cosa, no como un ser humano, distinto en su fisonomía, pero iguales a los hombres; superior incluso en muchos renglones.

Los concursos de belleza femenina son anacrónicos, enajenantes, embrutecedores y perversos. No resaltan sus condiciones intelectuales, culturales y productivas, al contrario, las ignoran. Como diría René, de Calle 13, es como si las mujeres no fueran más que “parte del paisaje”.

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