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Manuel Salazar

Altice

La tendencia hacia un cambio del PLD en el 2020 crece a saltos de garrocha, con un impulso inusitado por los problemas internos cada vez más graves de ese partido, que, además de desunión entre sus jefes, provoca, por eso mismo, pérdida de votantes.

El trasvase de parte de esos votos hacia el PRM se produciría por inercia; que es de honestidad decirlo, es de momento, el partido mejor habilitado para recibir ese beneficio. Pero hay una cuota grande, el voto liberal progresista consciente de clase media, al que se suma un alto porcentaje de los nuevos votantes, que debe ser encantado con ideas- propuestas de gobierno, que expresen lo verdaderamente nuevo, mover el país política y socialmente hacia delante.

Hace falta ideas nuevas que encanten a muchos, que nos movemos en esta coyuntura solo en busca de una nueva ambientación, una sensación de triunfo y cambio, que rompa el inmovilismo y rutina prevalecientes; despierte subjetividades en el pueblo, y se abran mayores perspectivas a metas más calificadas.

Debe entenderse a través del análisis político sereno y de las experiencias pasadas, que el triunfo electoral sobre el PLD no es un hecho consumado. «El juego no se acaba hasta que no se termina», dijo Yogui Berra, el emblemático cátcher de los antiguos Yankees de Nueva York.

Y a fin de fortalecer la tendencia del cambio hay que plantear propuestas políticas nuevas, y por nuevo debe entenderse lo que en esencia es diferente a lo que hay. Esta es la cuestión central de la coyuntura en curso.

El “marketing” logra éxitos en presentar como “nuevo” lo que en realidad es viejo. Con un simple cambio de envoltura, o en la presentación, ha logrado que el público consuma como novedoso un contenido viejo. En los procesos electorales ocurre lo propio de más en más. Candidatos con las mismas ideas que han venido dominando el desenvolvimiento del país, se presentan o son presentados como lo nuevo, lo diferente; cuando en realidad solo hay maquillaje distinto a los anteriores.

Los procesos políticos son una compleja madeja de contradicciones, y si uno participa en los mismos, debe tener la visión y disponer de la herramienta teórica para determinar qué es lo nuevo en un momento determinado; cuál es la contradicción más apremiante, de cuya solución depende el avance, o la creación de mejores condiciones para la lucha política en una perspectiva del desarrollo democrático, o para la revolución misma.

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Saltando el debate teórico que conduciría a dilucidar la vigencia histórica de la contradicción capital- trabajo; baste con decir que en este momento la contradicción del momento político actual está centrada en si se supera o no el régimen político que, a pesar de todos los gobiernos desde 1962, es en esencia el mismo centralizado que en los tiempos de Trujillo, sin los crímenes, presos ni exiliados políticos; y es el marco apropiado para el crecimiento económico a costa de la pobreza; de la corrupción y la impunidad; de la concentración de la riqueza en unas cuantas manos; de la hipoteca del país mediante la deuda externa; de la depredación de los recursos naturales y el medioambiente; del machismo con todas sus derivaciones negativas; del poder omnímodo del presidente de la República, entre otros problemas que mantienen al país en un círculo dantesco, y que, en suma, constituyen la problemática nacional.

Cada cosa va con lo suyo. Y lo que son los elementos que constituyen los problemas del país tienen una relación directa con el régimen institucional. Ninguno de esos problemas puede ser resuelto a fondo, que no necesariamente por vía de una revolución (aunque fuera bueno), en el marco de instituciones gastadas y desacreditadas.

La economía, en todas sus expresiones de política económica, y las instituciones del país, están al margen de la sociedad, la dominan, no la incluyen.

Esta es una sociedad en crisis, es una situación que, como dijera Antonio Gramsci, en la que “lo viejo no acaba de morir y lo nuevo no acaba de nacer”.

En la historia universal se encuentran sociedades en momentos como este. El epígrafe “Cuando los dioses ya no existían y Cristo no había aparecido aún, hubo un momento único…en que solo estuvo el hombre…”, con el que Marguerite Yourcenar inicia su ensayo “Memorias de Adriano” resume el momento de transición en que Roma luchaba por ser república y los príncipes todavía resistían.

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Las reformas constitucionales apresuradas que se están proponiendo después del discurso de Danilo Medina, o a propósito de este, expresan algo como esa realidad, la de una contradicción entre la necesidad de una república realmente democrática, o la de una dominada por Príncipes.

Se es viejo o nuevo en términos políticos en virtud de la actitud que se tenga respecto a este régimen. No es cuestión de rostros. La esencia está en las ideas de esos rostros como propuesta de gobierno.

La solución a esta contradicción con un régimen que debió morir con Trujillo, se sintetiza en una divisa, que es una propuesta formulada por Fafa Taveras hace más de 30 años: “Refundar la República”, que plantea una perspectiva para discursos y acciones que conduzcan a ese propósito en el mediano plazo.

Sería de locos pensar que el gobierno que surja tras el desplazamiento del PLD en el 2020 va a refundar la República. Pero si es de esperar que siente las bases para que en poco tiempo el país transite hacia un nuevo régimen político, y esa intención debe quedar establecida en la asunción de unas propuestas de cambios mínimos, como convocatoria a apoyos y/o acuerdos para ganar el gobierno.

Hay que atreverse a correr riesgos proponiendo ideas nuevas, que son tales, solo si son diferentes a las que ya son régimen.

Desde 1962 se espera en el país una transición a la democracia. Y en ese período hasta hoy, pasamos del gobierno de un solo partido, el dominicano de Trujillo, al de otro, el PLD. En 1961 se derrocó a Trujillo, pero el trujillismo sobrevivió en las instituciones. Por eso, 58 años después, el PLD ha podido erigirse también en partido único.

En el 2020 hay que derrotar al PLD, y consecuentemente, o si se quiere, en un proceso continuo, firme, desmontar el régimen político- institucional que lo ha hecho posible. Eso sería una perspectiva nueva, e incluso, la base para una unidad programática entre varios partidos y movimientos.

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