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JUAN T H

Altice

Pocos políticos de la República Dominicana pueden explicar convincentemente sus riquezas  más allá de una falsa declaración jurada de bienes. ¡Muy pocos! Son muchos los que al entrar al Estado como empleados no tienen abolengo, ni siquiera el traje la corbata y los zapatos para juramentarse, pero cuando abandonan los puestos poseen fortunas incalculables que les permiten vivir como reyes. No dar un golpe jamás, ni de barriga.

Muchos de mis amigos (hoy ex amigos) dejaron de hablarme (ni el teléfono me toman) por haber dicho reiteradamente que “todo el que llega pobre al gobierno y sale rico, es un ladrón”. Y lo reitero. El Estado no es una fuente de enriquecimiento. Al Estado se va a servir, no a servirse, como ocurre cotidianamente. “Servir al Partido para Servir al Pueblo”, sostuvo Juan Bosch cuando fundó el Partido de la Liberación Dominicana en el año 1973. Es lo mismo: Al Estado hay que ir para servirle a la gente y al país, no  al revés, como han hecho sus alumnos más prominentes, que entraron al Estado pobres, miserables, sin prosapia, y hoy tienen “todo el dinero del mundo”, tanto, que “no lo salta un chivo”; como dice un amigo; están “podridos en dinero”, tanto tienen que no saben cómo gastarlo.

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El que esté fuera de culpa, como dijo el Señor, que “lance la primera piedra”. Pocos pueden hacerlo hoy día.

Dice el Procurador General de la República, al estallar el nuevo escándalo de Punta Catalina, que adicional a los 92 millones de dólares en sobornos suma otros 50 o 60 millones,  que “el grupito” –refiriéndose al Partido Revolucionario Moderno y otras fuerzas políticas y sociales- que exigen su renuncia o cancelación no tienen calidad moral, que están enojados porque entre los encartados se encuentran dos dirigentes de ese partido, entre ellos Andrés Bautista, que, dice un principio jurídico, “es inocente hasta tanto se demuestre lo contrario”, algo que dudo ocurra.

El joven Procurador “no da pie con bola”, dice la gente. “No pega una”, proclama   Interactivo de la Súper 7. Sus yerros van uno tras otro, tal vez por inexperiencia, desconocimiento o voluntad política emanada del Poder Ejecutivo a quien le debe el cargo y por el cual, según las bocinas, tiene que estar eternamente agradecido. No lo sé. Lo que sí sé es que su comportamiento no es la de un Procurador General de la República al que debemos suponerle preparación profesional, carácter, voluntad y determinación dentro del marco constitucional.

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Los casos de corrupción que han llegado al Ministerio Público en los últimos años no se han resuelto pese a la promesa de investigarlos “caiga quien caiga”, porque en este “gobierno no hay vacas sagradas”. ¡Y si las hay! ¡Muchas! (Quirinito es un “Torito Sagrado”)

Si el Procurador quiere investigar y castigar a los corruptos, que comience por el Senado, dónde solo uno dice haber salido del lodazar sin enlodarse; luego que prosiga por la cámara de diputados que es otro lodazar; que no se detenga mucho tiempo en el Banco de Reservas ni en la Corporación de Empresas Eléctricas Estatales, que haga una parada técnica en algunos ministerios; y finalmente que se mude por un tiempo en el  Palacio Nacional, principalmente en el despacho presidencial.

El Procurador no puede olvidar que la corrupción, según estudios de organismos nacionales e internacionales se llevan todos los años –atención- ¡todos los años! más del 4% del PIB, es decir, más de lo invertido en educación. Calcúlelo usted en 20 años. La pregunta es: señor Procurador, ¿en qué cárcel están los presos? Deben estar -¡sin duda!- ocultos tras la sombra de la impunidad.

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