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Por Rebeca Olivet

Altice

En estos tiempos que estamos viviendo es esencial trabajar diariamente en todas las áreas de nuestra vida, incluyendo las emocionales y espirituales, pues están surgiendo una seria de cambios que tienen a nuestra parte emocional como una montaña rusa.

Se estima que en varios países ha subido el porcentaje de casos graves de depresiones, las cuales han llevado a muchos al suicidio, a raíz de la inestabilidad y falta de control al momento de enfrentar una crisis que termina derrotando la estabilidad mental de muchas personas.

Aunque a veces nos enfocamos más en trabajar nuestra parte exterior, es muy importante estar estable emocionalmente para avanzar en nuestra vida, ya que cuando estamos mal por dentro todo se va desvaneciendo y empezamos a fracasar en nuestros planes. En algunos casos, hasta perjudica nuestra salud integral y muchas áreas de nuestra vida.

Debemos tomar en cuenta que, a pesar de cualquier circunstancia difícil que estemos viviendo, intentar estabilizarnos nos hará ver las cosas más claras para poder salir más pronto de la situación, que en la mayoría de veces llega sin que estemos preparados.

Por mucho tiempo sufrí muchos decaimientos emocionales que se convirtieron en largos días de depresión.  En esas ocasiones, empecé a pensar que mi mayor debilidad era la parte emocional y esto me llevó a ser extremamente cautelosa para abrir mi corazón y confiar a ojos cerrados en las personas.  Y lo mismo frente a cualquier experiencia nueva en donde mis sentimientos estaban de por medio.

Estos abatimientos anímicos, que muchas veces no sabía cómo manejar, se convertían en miedo, y cuando llegaba el miedo empezaba la inseguridad y todo se volvía inestable, como si estuviera caminando en una cuerda floja tendida sobre el vacío, muchas veces esto se convertía en ansiedad.

Hay personas que se acostumbran tanto a pasar por esto, que cuando les toca hablar de ellos agregan como una característica de identidad “yo soy muy depresiva”, y esto te va creando mentalmente la aceptación de esta negatividad como algo normal, donde ser depresivo es parte de ti, convirtiéndote así en alguien muy débil sentimentalmente.

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En muchas ocasiones, esto me llevó a tumbar en la cama, a dejar de comer por días y hasta tener más sueño de lo normal. Dormir mucho era como un escape para olvidar lo que me estaba pasando, también era muy común sentirme incapaz de superar el trance que estaba atravesando.

Recuerdo que mi primera depresión fue cuando me separé de mi primer amor, con el cual tuve una relación amorosa muy filial, además de ser mi novio, era como mi familia y sentirme sin él era como sentir que me faltaba algo para vivir. Sin exagerar, ambos creamos una dependencia psico-emocional el uno del otro que provocó que nos hiciéramos tanto daño.

La relación terminó por la distancia y fue algo que me costó más de 4 años superarlo. Fueron largos días buscando encontrarme nuevamente dentro de mí, porque parecía haber perdido hasta mi identidad. Era como si todo de mí se derrumbara junto con él.

Empecé desde cero a construir todo lo que era, todo lo que quería ser y todo lo que consideraba que merecía ser.

Luego de esta experiencia pensé en no volver a repetir lo vivido y pasar otra vez por algo así, hasta que el tiempo que todo lo cura, me hizo superar el pasado, recuperarme y sacar lecciones, haciéndome sentir más fuerte y fortalecida emocionalmente, hasta el punto de sentirme bien dispuesta para aconsejar a otros. Pero de repente perdí a la persona que más he amado: Mi madre.

Ella murió de cáncer, lejos de mí y sin tener mucho tiempo, por lo menos para asimilarlo, todo fue súper rápido y otra vez volvieron a acosarme los fantasmas del ayer: el miedo, el querer dormir y dormir para olvidarme del mundo. Lloré poco pero ardiéndome el corazón por dentro.

Tuve episodios de insomnio y estuve ensimismada en mis pensamientos. Pero esta vez lo asumí con más carácter y es que aunque esto era bastante fuerte, dentro de mí había algo y era las ganas, la voluntad y la seguridad de que podía luchar y superarlo.

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La medida de mi fe no la puedo saber, pero sí podría estar segura que mi fe está construida en Dios. Y cada vez que pienso que Jesús, el hijo de Dios, quien murió por todos nosotros, sintió miedo antes de ser entregado para crucificarlo, mi fe se intensifica, pues nadie está exento de pasar por circunstancias difíciles, pero sí podemos estar seguros de que Dios nos da una fuerza increíble para salir de lo que estemos pasando, así como se la dio a él.

Tener fe es estar segura de que algo muy complicado puede pasar en cualquier momento para bien, y esto es como una medicina para la angustia. En mi caso, creer en Dios me hace libre de toda debilidad y de esta forma puedo estabilizar mis emociones cuando se salen de control.

Un día te puede cambiar la vida para bien o para mal. Pero tener a Dios como autor de tus días es lo mejor que te puede pasar.

Todos tenemos la necesidad de creer en algo, los seres humanos andamos buscando respuestas de nuestras luchas, y la fe nos da esperanza, seguridad, y esto me ha mantenido hasta el día de hoy disfrutando la vida, sabiendo que cada día lo puedo vivir mejor, aunque vengan dificultades.

Ahora bien, la fe es la garantía de lo que se espera, la certeza de lo que no se ve (Hebreos 11:1).

“Y saliendo, se fue, como solía, al monte de los Olivos; y sus discípulos también le siguieron. Cuando llegó a aquel lugar, les dijo: Orad que no entréis en tentación. Y él se apartó de ellos a distancia como de un tiro de piedra; y puesto de rodillas oró, diciendo: Padre, si quieres, pasa de mí esta copa; pero no se haga mi voluntad, sino la tuya.

Y estando en agonía, oraba más intensamente; y era su sudor como grandes gotas de sangre que caían hasta la tierra.” (Lucas 22)

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