Por Asiaraf Serulle
“El respeto nos guía, el trabajo en equipo nos impulsa, el liderazgo nos define.”
En un país donde la palabra corrupción suele asociarse con daños, pérdidas y desconfianza, vale la pena explorar una idea diferente: la corrupción positiva en la educación. No se trata de justificar lo injustificable, sino de imaginar cómo podríamos transformar lo negativo en un impulso real para el desarrollo de nuestra juventud y del país.
Este artículo nace de una reflexión ya que, en la República Dominicana, los temas de conversación pública gira casi exclusivamente en torno a la corrupción que nos frena y amenaza nuestro futuro. Al mismo tiempo, surge inspirado por las fotografías y comentarios de un buen amigo José Arnaldo Blanco (Jochy Blanco) que visitaba la emblemática Librería Lello, en Oporto, Portugal. Me contaba sorprendido la larga fila de personas esperando para entrar, aun cuando debían pagar la entrada. Y entonces surge la pregunta: ¿por qué en nuestro país cuesta tanto creer en la educación, en lugar de buscar la riqueza por caminos que construyan un futuro mejor?
La idea central de esta corrupción positiva es sencilla: tomar el tiempo que los jóvenes desperdician en ocio improductivo y devolverlo multiplicado en aprendizaje, lectura y formación. Es un acto simbólico que no resta, sino que suma; que rescata horas dispersas y las dirige hacia la construcción de su mente, la creatividad y la preparación para la vida.
En esta visión, el desvío de fondos no es económico, sino mental y emocional: consiste en redirigir la dejadez, la falta de motivación y la indiferencia hacia una mentalidad productiva y emprendedora. Transformar un “no puedo” en un “sí puedo”, y enseñar que la educación no es una obligación, sino la llave para la libertad y el éxito personal.
Incluso el soborno, una de las expresiones más negativas de la corrupción tradicional, aquí se reinventa: incentivar a un joven a cambiar una hora de distracción por una hora de lectura o estudio. Un soborno que no compra conciencias, sino que despierta talentos, fortalece la mente y amplía horizontes.
También existe un tráfico de influencias positivo: usar nuestra voz, nuestros ejemplos y nuestro liderazgo para inspirar a los jóvenes a creer en sus capacidades, esforzarse, pensar críticamente y ayudar a otros a crecer. Un tráfico de influencia que eleva expectativas y motiva a la acción.
Esto es un trabajo de todos: desde los hogares, donde debemos aprender a gestionar el tiempo de nuestros hijos, hasta la comunidad y la escuela. Las páginas de un libro o las pantallas de los dispositivos deben convertirse en espacios de motivación y disfrute, no de aburrimiento. Incluso pueden integrarse con redes sociales para compartir aprendizajes y contagiar entusiasmo a amigos y familiares.
Porque, al final, la verdadera gran obra nacional no se mide en cemento, sino en pensamiento. La República Dominicana necesita construir lectores, soñadores, profesionales y ciudadanos capaces.
Si algún tipo de “corrupción” puede transformar al país, sería esta: corromper la ignorancia, alterar la apatía y falsificar el conformismo, para convertirlos en educación, disciplina y esperanza.
Educar es, sin duda, el acto más trascendente de una nación. Toda inversión intelectual en la juventud es una inversión en un futuro mejor para todos.

