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Al concluir un proceso electoral, los políticos saben que sus partidos tienen que emprender la recomposición interna, hacer aquí y allá los ajustes de lugar, ya sea si lograron llegar al gobierno o si se quedaron en la oposición.

Altice

A partir de las elecciones pasadas, entonces, quedaron establecidas las tareas de todas las organizaciones políticas dominicanas. De los tres partidos, en el orden en que quedaron en la boleta electoral, el PLD se trazó la labor de renovar su dirección –en un auténtico marasmo de sus fuerzas–, sin socavar la unidad. La FUPO se impuso la ardua faena de fijar y documentar su identidad ideológica, su estructura orgánica y trazar las líneas de acción política como entidad de oposición. La cuestión del PRM es el tema de esta entrega.

Se recuerda que al concluir las elecciones del 2016 los perremeistas se emplearon a fondo en aplicarse en dos frentes de trabajo. El primero consistió en avanzar en la consolidación del partido recién nacido. El segundo radicó en definir la estrategia electoral con los ojos fijos en el 2020. Necesitaban, ansiaban, llegar al Poder.

Ésa ardorosa urgencia los llevó a priorizar las estrategias de imagen del partido y su candidato, Luis Abinader, y ambos se abrieron como paraguas, para cobijar todas las fuerzas de la oposición, y caerles todos juntos, como los pavos, a Gonzalo Castillo. Y así le arrebataron el poder al partido por largo tiempo gobernante. Ahora el turno le toca al fortalecimiento interno del partido con miras a tratar de alargar su contundente victoria más allá del 2024.

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Precisamente en ese orden, los estatutos del PRM indican qué hacer. El artículo 14 consigna que “La Convención Nacional de Delegados se reunirá ordinariamente cada cuatro (4) años”. La más reciente convención se celebró en 2018. Por lo tanto, el límite de tiempo para reacomodarse y prepararse para la pelea se acerca, imperturbable.

El presidente del partido José Ignacio Paliza y la secretaria general Carolina Mejía, representan el equilibrio de las fuerzas internas. Ellos tienen el poder de convocar la Convención Nacional Ordinaria.

Las atribuciones de la Convención Nacional Ordinaria las establece el artículo 15. Para muestra dos botones: b. Elegir los miembros del Comité Nacional y proclamar a los dirigentes nacionales elegidos por el voto universal. Y d. Fijar los lineamientos de la política general del Partido.

Un partido moderno respeta sus reglas internas. Las del PRM mandan que el partido aplique una gestión de Gobierno Compartido. Pero es, justamente, a esa Convención que corresponde precisar cómo será el Gobierno Compartido. Así lo manda el literal “d” citado.

Por tanto, la tarea inmediata de los perremeistas sería concretizar el Gobierno Compartido. Luego seguiría especializar el trabajo de los dirigentes de la organización. La división del trabajo pondría a José Ignacio Paliza a la cabeza de la reorganización. Pero a Paliza habría que atestarlo contra una empalizá y darle una paliza para que entienda que para esa tarea debe salir del gobierno.

A Carolina Mejía, secretaria general de la organización, le tocaría delegar funciones a su equipo de la Alcaldía del D.N.  Confiar en que su equipo le garantizaría dos puntos claves. El primero, hacer su gestión de gobierno municipal inclusiva y participativa, como mandan los estatutos. El segundo, apartar tiempo para cumplir con las obligaciones de la Secretaria General del partido.

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Pero la organización, ahora gobernante, tiene otra alternativa. Dejar a Paliza y a Carolina concentrados en sus cargos gubernamentales. Y, en la presidencia y Secretaría General, elegir nuevos compañeros. 

En sentido general, el PRM debe abocarse a definir los límites de la dinámica dialéctica entre el partido y el gobierno. Esa lógica impediría que el gobierno arrolle al partido o que el partido distraiga al gobierno.

¿Acaso los perremeistas creen que el solo hecho de ser gobernantes los hace fuertes y grandes?

Por ese narcisista juego de espejo, entre otras cositas, cayó abatido el Penco.

Con todo, hasta ahora el gobierno está inclinado a servir a aquellos poderes fácticos que fueron obligados a rebelarse en contra del régimen anterior. Falta, entonces, la inclusión –deliberada y con sentido de equidad– de los más amplios sectores populares. Y ese balance, por muy precario que sea, sólo lo puede dar la influencia militante e ideológica del partido. Esa es la relación actual y pertinente partido-gobierno, gobierno-partido. Teniendo en cuenta que el Estado debería trabajar para la sociedad en general, no para ningún sector particular.

Mientras tanto, la fiesta empezó hace ya seis meses, pero todavía el baile sigue desacopla’o. Y eso con una oposición en cuarentena, sin atreverse a organizar su propia fiestecita clandestina.

Por Miguel Ángel Cid Cid

Miguel Ángel Cid

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Twitter: @miguelcid1

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