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Por: Agustín Perozo Barinas 

Altice

«Todos los hombres serían tiranos si pudieran». Daniel Defoe

Dicen que una leyenda urbana, para ser tal, debe ser contada una y otra vez entre la gente, o sea, ser popular. Dicho de otro modo: «Es una historia popular moderna que se transmite oralmente como si fuera cierta aunque no lo es. Es un relato perteneciente al folclore contemporáneo; se trata de un tipo de leyenda o creencia popular, a veces emparentable con un tipo de superstición, que, pese a contener elementos sobrenaturales o inverosímiles, es presentado como hechos reales sucedidos en la actualidad». No sabremos hasta qué punto la veracidad de la siguiente historia es, o no es…

Se abre el telón: 

En el año 1915 Rafael Leónidas Trujillo Molina le solicitó al Dr. Ángel Morales, médico de prestigio y perteneciente a la alta sociedad de entonces, que le bautizara a su primera hija de nombre Flor de Oro. El médico declinó ser compadre de Trujillo Molina…

Ya entrada la década de los veinte, Trujillo era entonces un prometedor brigadier (hoy, general de brigada), que soñaba con codearse con la alta sociedad capitaleña. En un dramático evento, de esos que el destino nos impone, le impidieron ingresar al exclusivo Club Unión de Santo Domingo por el voto negativo de uno de los integrantes de la directiva. Cuando hizo la solicitud se le echó bola negra, es decir, se le negó el derecho de frecuentar los salones de ese club, porque no pertenecía a ese grupo social. 

El destino aún no satisfecho preparó otro escenario: en la ciudad de La Vega, Trujillo pidió autorización para ir al baile del Club del Casino Central en 1929, al que también se le negó la entrada. Esto afectó la psique del tirano, hombre sensible y rencoroso, quien no olvidó aquellas afrentas imperdonables. En la mente de aquel psicópata que gobernó la República Dominicana desde 1930 hasta su ajusticiamiento el 30 de mayo de 1961, un desaire a su persona podría ser una condena de muerte. 

El Club Unión fue desmantelado por órdenes de Trujillo ya embriagado con el poder absoluto. Posteriormente, en consecuencia a la ofensa, fue asesinado don Nino Gómez, presidente del Club. El hecho de sangre ocurrió en la calle Mercedes esquina Duarte, en la casa del ciudadano alemán John Abbes, abuelo del temido jefe del Servicio de Inteligencia Militar (SIM) desde 1958 hasta 1961.

El recuerdo de los presentes en aquella aciaga sesión en el Club nunca esgrimieron, después de 1961, que Trujillo fuera objetado por su origen social. Recordaron, en cambio, informaciones tal vez imprecisas pero insistentes, de acciones de abigeato y violaciones, cometidas en sus días de oficial subordinado.

En un heroico intento para liberar al país de aquel leviatán que iba en ascenso, tres hermanos de apellido Perozo, santiagueros de ascendencia venezolana, junto a otros decididos compueblanos, urdieron emboscarlo en 1932. Fracasó la trama, fueron perseguidos y ejecutados luego de enfrentamientos a tiros con miembros del ejército. Muchos otros miembros de esa familia santiaguera fueron asesinados a lo largo de toda la tiranía: https://acento.com.do/opinion/siete-al-anochecer-14-8631974.html Trujillo sabría desde ese año que los Perozo eran sus enemigos en acción y estos querían su cabeza, literalmente.

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La ciudad de Santiago de los Caballeros, así como todo el país, se doblegaría ante un déspota sanguinario durante tres décadas.

No entendieron a Séneca: «Tu poder radica en mi miedo; ya no tengo miedo, tú ya no tienes poder». A ello se le sumó la ignorancia y el servilismo. Algo similar a los alemanes con Hitler y los italianos con Mussolini, entre otros muchos ejemplos en la historia universal. 

Como retaliación divina, esos mismos seguidores “incondicionales”, cuando llega la derrota se vuelven contra sus líderes como nuevos enemigos. En «Orgullo y prejuicio», Jane Austen lo simplificó: «A poca gente quiero de verdad y de muy pocos tengo buen concepto. Cuanto más conozco el mundo, más me desagrada, y el tiempo confirma mi creencia en la inconsistencia del carácter humano y en lo poco que se puede uno fiar de las apariencias de bondad o inteligencia».

Conjeturan algunos cibaeños que Trujillo llevaría como herida eterna aquellas humillaciones en el Club Unión de Santo Domingo y en el Casino Central de La Vega y legaría para la posteridad una mole alegórica a su falo, el Monumento de Santiago, justo en el corazón de la República; un símbolo de sí mismo como “Primer Macho Alfa” entre todos los machos inferiores: https://acento.com.do/opinion/una-largada-de-lambonismo-9000654.html

Como argumento apologista y apañador está la versión de don Rafael Bonelly de que la idea de construirlo surgió una tarde en que un grupo de santiagueros lanzó la propuesta de erigir un monumento en el cerro de Castillo, la colina más elevada de la ciudad. El 30 de abril de 1944, la entonces gobernadora de Santiago de los Caballeros, Isabel Mayer (montecristeña), realizó el primer picazo para su construcción. En ese entonces rondó vagamente la idea, a raíz del centenario de la independencia, que sería un monumento para conmemorar la gesta independentista, para “guardar las formas”.

El proyectista del monumento fue Henry Gazón Bona, mayor del Ejército Nacional e ingeniero arquitecto, educado en París. El ingeniero Mauricio Álvarez Perelló fue su constructor junto a su mano derecha, Julio César Menicucci Rodríguez, maestro de obra. Es una regia edificación fálica y desafiante, una torre de unos 74 metros de altura cubierta parcialmente en mármol de Samaná. Tiene una escalera con 365 peldaños (los días del año en la paz sepulcral de Trujillo), la cual conduce al tope del Monumento, y sus columnas están diseñadas al más puro estilo jónico (estilo arquitectónico clásico) donde se pueden observar imponentes lámparas elaboradas con cristal de roca.

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En el tope reposa una estatua con imagen femenina, que representa al «Ángel de la Paz», a fin de rendirle honor a la paz que Trujillo logró en el país (sin importar el costo en sangre). Otro objetivo era dar lugar a los peregrinos provenientes de todas las partes del país a rendirle culto a la obra y a la figura de “El Jefe”, como era conocido el tirano dictador: https://elnacional.com.do/trujillo-en-la-vida-social-de-santiago/

En una de las fachadas se erigió una estatua de Trujillo, de 12 pies de altura y 4 toneladas de peso, vestido con toga universitaria sosteniendo un pergamino de Doctor Honoris Causa, simbolizando al “Prohombre de la paz, al Estadista y gran Maestro de civismo”. Estaba montada en un pedestal con la inscripción: «El pueblo dominicano a Rafael Leónidas Trujillo, creador de la paz, genitora de progreso, justicia y libertad». Luego del tiranicidio fue derribada por una multitud de más de cinco mil personas, amarrándola a una camioneta. 

Con la caída de la tiranía el monumento fue vandalizado, profanado y convertido en un centro de prostitución y delincuencia. Surgió entonces la disyuntiva de destinarlo a honrar qué o a quién. Más tarde ese mismo año y por iniciativa del diputado por la provincia de Santiago, Mario Abréu Penzo, fue proclamado como «Monumento a los Héroes de la Restauración», anteproyecto aprobado y sancionado por el Poder Ejecutivo el 29 de diciembre de 1961. Así se libró de ser destruido parcialmente o saqueado completamente.

A partir de entonces, se iniciaría un largo proceso para desarraigar de la memoria social el «Monumento a la Paz de Trujillo», e imponer en el bloque mental colectivo el «Monumento a los Héroes de la Restauración».

Sin embargo, el falo de Trujillo, o su representación simbólica, sigue erguido erecto en el cerro de Castillo, recordando a los dominicanos un pasado que muchos desorejados no logran entender en su justa dimensión: fue una prisión colectiva donde la delación, el miedo, el terror, la sumisión como obediencia abyecta, eran la norma generalizada. 

La superamos pensando rebasar las miserias heredadas de la tiranía solo para sumirnos en otra larga era oscura: la partidocracia, que como orfeón ateísta canturrea: «Comamos y bebamos que mañana disfrutaremos con Plutón en los infiernos», la misma que en los últimos 56 años (excluyendo el convulso lustro 1961 – 1966) ha convertido este país en lo que cada quien quiere ver desde su propia óptica. 

Se cierra el telón con una reflexión sobre el humano que crea y fomenta sus propias desgracias: «El diablo es optimista si cree que puede hacer del hombre algo peor. ¿Es usted un demonio? Soy solo un hombre. Y por lo tanto tengo dentro de mí todos los demonios».

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