Diego A. Sosa
En el Caribe se dice, “divariar”. Esta frase me la dijo una joven, Gabriela, en una charla donde explicaba cómo hay personas que, por ser aceptados en una manada, se gastan lo que no tienen.
No sé quién será el autor original de ella, la vi por muchos lados en la Red. Lo que sí sé es que es muy atinada, una sabiduría que algunos deberían analizar antes de seguir por un camino que les llevará a obtener más de lo que tienen y no quieren tener… como deudas estresantes.
–¿Pertenecer a qué, Diego Sosa?
A una clase social o a un grupo de cierta élite, por ejemplo. Lo malo es que eso no se logra con dinero. Bueno, no siempre. El dinero no nos lleva a ser del grupo de los ricos de siempre, sino de los nuevos ricos. Los ricos de siempre no nos aceptarán en su grupo por más que compremos lo que usan, vayamos a los lugares donde van o juguemos el deporte que practican. Así como ellos no entrarán en nuestro grupo, aunque dejen de comprar lo que adquieren y se comiencen a comportar como nosotros.
–¿Cuál es el motivo de este comportamiento si sabemos que no seremos de ese grupo?
No es tan difícil de ver. No queremos aceptar lo que vivimos. Todo porque no sabemos lo que realmente somos.
Mira: Si no sé que lo que tengo no es lo que soy, nunca entenderé que tener otra cosa no me cambia. Vestirme de seda no me cambia.
No soy el teléfono que tengo, mucho menos el vehículo en el que ando (que muchas veces a quien le pertenece es al banco).
Hemos confundido algunas cosas. Cuando podemos entrar en una clase social de mayor poder adquisitivo, queremos apresurar el proceso. Usar dinero prestado es cada día más fácil. Tarjetas de crédito y préstamos nos acercan con gran rapidez. Pero la realidad es que estamos adquiriendo algo que nos costará más, por tener que pagar intereses.
El gran problema radica en una autoestima basada en el pertenecer, y teniendo creemos que seremos aceptados. En una manada a la que realmente nunca perteneceremos si es por las posesiones obtenidas que entraremos.
Saber quién soy me lleva por un mejor camino. Es más largo, pero mejor. Reunir patrimonio requiere más tiempo que mostrar adquisiciones con deudas. Pero los de afuera lo ven como igual.
Tener un vehículo de 20 mil dólares y 80 mil en el banco no es lo mismo que tener uno de 100 mil con una deuda de 80.
Me dirán que vive mejor el del vehículo más costoso. Le diré que es relativo a quién lo diga. Si no nos quejamos de trabajar para pagar la cuota del banco, quizá vive tranquila la persona con la deuda. Si me dicen que no temen perder el trabajo, también podría ser.
Lo que estoy casi seguro es que el del vehículo de 20 mil teme menos a cualquier desviación económica, y lo que cobra le da para mucho más.
“Divariar” por deseo de pertenecer sale caro, tan caro que terminamos empeñando hasta el porvenir.