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Por Luis González Fabra

Altice

Trujillo fue el dueño absoluto de nuestro país hasta el momento en que lo acribillaron a balazos a orilla del malecón en ruta hacia su casa de caoba ubicada en la Hacienda Fundación, un feudo muy particular del tirano. Allí criaba caballos de paso fino y gustaba de abusar de jóvenes mujeres que sus aduladores captaban en San Cristóbal o en sus alrededores.

Yo estudiaba en la escuela pública de mi pueblo, San José de Ocoa, cursaba el tercer año del bachillerato en la escuela normal, como se le llamaba en esos tiempos. La escuela estaba en una vieja casona a una esquina de la iglesia. Tenía muchas habitaciones. En cada una había una foto de Trujillo colgada en la pared.

Los lápices que usábamos en las clases, igual que los cuadernos, tenían grabada la imagen de Trujillo. Era como un fantasma que nos seguía continuamente.

Una noche escuche una emisora de Venezuela, Radio Rumbo, donde criticaban duramente la dictadura de Trujillo y se referían a el con desprecio mientras alertaban a los dominicanos a estar preparados porque el final de la tiranía estaba cercano. Corrí a la habitación de mis padres y le dije a mi papa lo que acababa de escuchar en la radio. Se limitó a decirme: apaga ese radio. Vete a acostar y no le cuentes a nadie eso que me has dicho.

Cuando anunciaron en el pueblo una visita de Trujillo mi padre nos hizo levantar a las cinco de la mañana a mí y mis dos hermanos. Nos llevó a una propiedad rural que tenía a cinco kilómetros de distancia para que no estuviéramos en el pueblo cuando Trujillo pasara por sus calles camino a Constanza.

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Yo tenía conciencia de que Trujillo no era bueno. En varias ocasiones escuche a mi padre comentar con amigos que le visitaban en la casa los buenos tiempos que vendrían cuando “el hombre” desapareciera. Además, nunca vi en mi casa una foto de Trujillo colgada en su marco exhibiéndose como si fuera un santo.

2

 Un buen día estaba tomando mis clases regulares en la escuela, de repente la profesora se me acerco para decirme en voz queda que fuera a la oficina del director. Me sorprendió. No recordaba haber hecho nada malo. Pero tranquilo. No tenía nada que ocultar.  

entre a la oficina del director donde me esperaba el Síndico, la máxima autoridad del pueblo. La presencia del doctor Mignolio Pujols me dio la seguridad de que no había nada contra mí. El doctor Pujols era un hombre de tan buena voluntad que en una ocasión me acerque a él solicitándole me prestara algunos de sus libros personales en vista de que no tenía posibilidades económicas para adquirir material de lectura. Accedió a mi petición invitándome a su hogar a escoger los libros que fueran de mi interés.

´El Síndico vino a la escuela para informarme que había sido escogido (nunca supe como ocurrió esa escogencia) para ir a Bani y presentarle a Trujillo la petición de que ordenara la construcción de la escuela normal ya que recibíamos clases en una casa alquilada.

Don Mignolio trajo un texto escrito que yo debía memorizar cuando fuera llamado a hablarle a Trujillo.

El texto era el siguiente:” Excelencia, la masa estudiantil de San José de Ocoa que me digno en representar, tiene a bien solicitarle, respetuosamente, la construcción de un edificio para la escuela normal de San José de Ocoa ya que estamos recibiendo clases en una casa alquilada”.

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El domingo siguiente a las diez de la mañana debía estar en el edificio del partido Dominicano en Bani, en el primer piso. Allí esperaría a que me llamaran para subir al segundo piso y hablar con Trujillo.

Me vistieron con un pantalón blanco, una chaqueta azul de mangas largas y me pusieron un kepis en la cabeza. Me reia de mí mismo. Pero estaba tranquilo.

Me depositaron en el primer piso y espere pacientemente hasta oir pronunciar mi nombre, más o menos una hora después de llegar.

Subi la escalera y a pocos metros vi la figura de Trujillo. Vestía un traje crema de rayas discretas, con chaleco, zapatos de color marrón y corbata acorde con su vestimenta. A su lado estaba un círculo de funcionarios y amigos.  Pude observar varios maletines de buen tamaño, abiertos, llenos de dinero, todos los billetes eran de quinientos pesos.

Sin perder tiempo comencé a recitar el texto que me sabia de memoria y al hablar de la “masa estudiantil” Trujillo rompió el libreto, me interrumpió y me pregunto: Y esa masa tiene hueso. Mi contundente respuesta lo saco de quicio: no señor, dije, esa es una masa pura, limpia, que se inspira en su obra de gobierno. Hubo un momento de tensión entre los acompañantes del tirano, pero este, al escuchar mi discurso rio a carcajadas, y todos los demás hicieron lo mismo. Me felicitaron y elogiaron mi participación. A seguidas Trujillo ordeno la construcción del liceo.

Dos semanas después, el tirano fue ajusticiado.

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