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JUAN T H

Altice

Estimada, admirada y respetada señora:

Ya todo está consumado. La marea ha bajado, señal de que la tormenta pasó. Danilo Medina logró su objetivo: Sacarte del Poder Judicial.

Esta breve carta no tiene el propósito de salir en tu defensa. De ser ese el motivo estaría ofendiéndote. Tú no necesitas un defensor embadurnador de cuartillas como yo, ni un abogado prominente de los que tiene el  país. Tus 40 y tantos años de servicio judicial hablan por ti. Los hechos son testarudos, no aceptan disquisiciones, conjeturas o especulaciones. Defenderte de misóginos encadenados por prejuicios milenarios o de políticos sin escrúpulos capaces de enviar a sus madres a la hoguera por herejes, si los beneficia, no tiene sentido.

Estas notas, por lo tanto, no constituyen una lisonja, homenaje o desagravio.

Quiero, eso sí, dejar constancia de la rabia que me produjo la impotencia al ver como esta sociedad permitió que  destrozaban impunemente a una mujer de cuya integridad y capacidad nadie había dudado en 44 años, objeto de múltiples reconocimientos, incluso de los verdugos desalmados que intentaron matarte moralmente para que no continuaras en  la Suprema Corte de Justicia.

Los que te llevaron con los ojos vendados frente al pelotón de fusilamiento en medio de un circo mediático no tuvieron compasión ni remordimientos frente a una mujer de  70 años que le había entregado más de la mitad de su vida a la judicatura, soltera, madre, incluso de un adulto interdicto al que acusaron insolentemente de testaferro.

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Lo que sucedió durante tu evaluación de desempeño (un fusilamiento moral) solo fue posible porque la sociedad civil, los partidos políticos y sus líderes, profesores, médicos, abogados, periodistas, medios de comunicación, jueces, Colegio de Abogados, entre otros, lo permitimos sin percatarse de lo que estaba en juego, que no era tu permanencia en la Suprema Corte de Justicia, eso era lo de menos, lo que estaba en juego era el estado de derechos, la libertad y la justicia que tanto nos han costado.

El presidente Danilo Medina no atropelló ni ultrajó a Mirian Germán, atropelló y ultrajó su propia investidura,  al Consejo Nacional de la Magistratura que absurdamente preside, ultrajó al sistema de justicia violando los reglamentos y la Constitución que juró cumplir y hacer cumplir, de la misma manera que juró ante Dios que sólo gobernaría cuatro años, que no se reelegiría y pronto cumplirá ocho años en el poder  y quiere mantenerse  hasta que la providencia lo permita.

Lo de Mirian Germán no fue un acto de soberbia, fue un mensaje a los demás integrantes de las llamadas “Altas Cortes” y de todos los jueces en sentido general, incluyendo a los integrantes de la Junta Central Electoral y el Tribunal Superior Electoral, que ya saben lo que les puede suceder si no se arrodillan ante el perínclito de Arroyo Cano.

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Creo que así como el asesinato de las hermanas Mirabal significó el comienzo del fin de la dictadura de Trujillo, la manera burda como se “eligió” la Suprema Corte de Justicia, significa el comienzo del fin de la “Era del PLD”. No olvidemos –lo he dicho otras veces- que los dominicanos que cantaron y bailaron “recogiendo limosna no lo tumban”, fueron los mismos que cantaron y bailaron “la fiesta del chivo”.

Finalmente, apreciada Mirian Germán, tú lo dijiste, algunos valoran a los demás “como ellos son, no como tú eres”. Dicho en palabras más populares, “cada ladrón juzga por su condición”.

Hace muchos años hice míos unos versos del poeta uruguayo Mario Benedetti escritos durante la larga dictadura de  su país que aparecen en el poema “hombre preso que mira a su  hijo”:   “uno no siempre hace lo que quiere, uno no siempre puede, pero tiene el derecho de no hacer lo que no quiere”, porque “una cosa es morirse de dolor y otra cosa es morirse de vergüenza”.

Mirian, muere de dolor, pero nunca de vergüenza para que no tengas que bajar la cabeza frente a los demás, sobre todo frente a tus hijos. Recibe un abrazo solidario.

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