En la historia del desarrollo del capitalismo, los negocios y las guerras han sido, desde siempre, dos caras de la misma moneda. El Imperio Británico, uno de los más criminales y devastadores de la era colonial, libró dos guerras para imponer el negocio del opio en China. En el actual mundo de gobernanza global, el imperialismo norteamericano reproduce la misma lógica de dominación: combina la economía y la fuerza militar para imponer sus intereses.
Los principios del libre mercado, la competencia, la democracia y la libertad de prensa se manipulan de acuerdo con sus conveniencias y sus negocios. Ese patrón ha prevalecido en la geoestrategia de las potencias imperialistas, donde el poder económico y militar se ejerce para controlar recursos naturales y someter a las naciones más pobres.
La guerra en Ucrania es un ejemplo trágico de esa ecuación entre negocio y conflicto. La OTAN y Estados Unidos han mantenido una política de escalada que ha convertido el territorio ucraniano en escenario de una guerra prolongada, mientras Rusia busca consolidar su dominio en el este del país. El resultado ha sido una catástrofe humanitaria y económica para Europa del Este, con miles de muertos y millones de desplazados.
En el frente militar, Ucrania ha resistido con el apoyo masivo de armamento y financiamiento occidental, pero a un costo devastador. La industria armamentista de Occidente, en cambio, ha experimentado un auge sin precedentes: el negocio de la guerra se ha reactivado como uno de los motores del capitalismo global.
El reciente ciclo de cumbres internacionales —incluyendo las reuniones de la OTAN y la Unión Europea— volvió a dejar claro que, más allá del discurso de defensa y democracia, prevalecen los intereses energéticos y comerciales. Europa firmó nuevos acuerdos con Estados Unidos para garantizar el suministro de petróleo y gas, consolidando la ruptura definitiva del proyecto Nord Stream 2, símbolo de la relación económica entre Alemania y Rusia.
El objetivo geopolítico de esta guerra negocio se ha cumplido en parte: debilitar a Rusia como potencia energética y reafirmar la dependencia europea del mercado estadounidense. Lo que no se ha logrado, sin embargo, es la paz.
El mundo esperaba señales de diálogo y acuerdos de seguridad que incluyeran a Rusia. En cambio, las potencias occidentales insisten en prolongar la resistencia ucraniana, alimentando un conflicto que solo deja más destrucción y muerte. Un triste y macabro espectáculo donde la guerra sigue siendo, como siempre, un gran negocio.
Franklin Rosa

