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Por Miguel Ángel Cid Cid

Altice

La función principal de un partido político consiste en organizar a los ciudadanos de un país para luchar por la conquista del Poder. Pero, dominar en política obliga a conocer —en detalles profundos— las reglas de juego del Poder político.

Cuanto más se conocen las razones políticas que desataron los hechos históricos del país, más fuertes serán los liderazgos.

Por derivación, las funciones primordiales de un partido político, sin importar el país, pueden ser:

  1. Conquistar el Poder Político para transformarlo. Es decir, llegar al gobierno del Estado y gestionar los cambios que garanticen las transformaciones sociales y económicas que se requieren.
  2. Desplegar un proceso de acumulación de Poder Político. Emplearse a fondo en ampliar las bases de sustentación social de la agrupación; implementar una metodología garantista de la participación y la transparencia tanto del partido como del gobierno. Asegurarse de que la distribución sea justa, equitativa y de respeto a las capacidades de cada quien.
  3. Crear los mecanismos de acumulación de riquezas. Esta tarea es ultra secreta, fáctica, solo la conocen las alcancías del líder. Los dirigentes medios y varios de los líderes nacionales ni se enteran de su existencia.

Consiste en acumular una fortuna —crear un grupo que garantice el futuro para cuando estén fuera del poder— que facilite el vuelve y vuelve.

Sobra aclarar que, esta es una función súper importante para los partidos políticos dominicanos.

  • Implementar métodos que garanticen la permanencia en el Poder Político. Queda claro que cumplir con las tareas a y b es clave para la aplicación metodológica que de paso a la continuidad. La carpintería electoral es fundamental.

A partir de los roles señalados, se desprende una amplia gama de tareas específicas para perfilar el desarrollo de la agrupación partidaria. La lista estará sujeta a la ley vigente en cada país y a los postulados estatutarios que la organización se impuso cuando se constituyó.

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Entre todas las tareas derivadas de la clasificación anterior, hay dos que revisten mayor relevancia: la electoral y la gestión ejecutiva y legislativa del gobierno. Tareas que, junto a la construcción de una cultura de la planificación deberían ser práctica generalizada en todos los partidos políticos, sin importar el país donde operan. La primera muy socorrida, la segunda es la gran olvidada. La planificación es —para ellos— pérdida de tiempo.

Lo electoral

La gestión electoral se erige como una actividad tan intensa que en muchos casos termina absorbiendo por entero al partido. Los miembros quedan atrapados por el activismo.

Para las asociaciones políticas es obligatorio desarrollar capacidades de persuadir a los ciudadanos a participar en las elecciones. Para garantizar esa presencia deberá diseñar herramientas que propicien la calidad y eficiencia de la participación. Dígase, por ejemplo, la discusión en los procesos de toma de decisiones, el dominio de las leyes electoral y de partidos, así como el proceso de votación per se.

La participación en todos los aspectos de la política legitima a la agrupación igual que al sistema nacional de partidos. Es un valor agregado que aporta seguridad cuando se gestiona el gobierno y cuando se está en la oposición.

Pero a la gente hay que enseñarles a votar, repetirles las lecciones hasta setenta veces siete.

Gestión ejecutiva y legislativa de gobierno

La gestión del gobierno de la nación se enfoca en lo ejecutivo en dos niveles: el municipal y el del gobierno central. En el ámbito legislativo está el Senado, la Cámara de Diputados y los respectivos concejos de regidores en los ayuntamientos.

El gobierno central lo dirige el Presidente y los gobiernos municipales los encabezan los alcaldes.

Los partidos, en tal sentido, están llamados a crear programas de educación y capacitación para que sus miembros sean exitosos en los cargos que les toque ocupar. Cada ministerio comprende características específicas que los ministros deberían conocer al dedillo.

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Los senadores y diputados, por su lado, les toca legislar en favor de los intereses nacionales. Es decir, formular y aprobar las leyes que rigen sobre los diferentes tópicos del gobierno. Los regidores, en cambio, deberían regular —entre otras— las acciones de los alcaldes.

Como puede verse, la tarea de gobernar requiere de grandes capacidades. Capacidades que se adquieren con la experiencia acumulada en el ejercicio y con el estudio segmentado y disciplinado. De modo que, quede borrada la práctica de que al llegar a un cargo el nombrado ande dando tumbos.

Pero los líderes de los partidos políticos —sean mayoritarios o emergentes— se conforman con ver pastar el ganado. Se las pasan condenando los errores del pasado para justificar sus debilidades.

La planificación

La cultura de la planificación, como cultura al fin, no se reduce a una simple tarea. Consiste, más que todo, en desarrollar la capacidad y la virtud de divisar los logros anhelados como si ya se hubieran cumplidos. Permite, en suma, ver el camino recorrido y evaluar tanto las metidas de pata como los éxitos conseguidos. Trazar nuevas metas.

Pero, mientras el país se estanca, ve desvanecidas las esperanzas de avanzar y la corrupción tiende su manto impune, los líderes partidarios comen con grasa. Se concentran en ordeñar la vaca para hacer fortuna.

Hace falta, en consecuencia, que los ¿ciudadanos? asuman el poder que les corresponde, que exijan a los partidos políticos cumplir con sus funciones, que reclamen sus derechos en las plazas.

Con todo, los escombros ahogan el Ágora. ¿Habrá algún partido dispuesto a movilizar la gente para adecentar la plaza?

Para algo deberían servir.

Miguel Ángel Cid

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Twitter: @miguelcid1

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