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La Fundación Ciencia y Arte, Inc., institución que viene trabajando desde el 1989 para contribuir al desarrollo integral de la República Dominicana y que ha mantenido como uno de sus objetivos impulsar relaciones de armonía y paz entre los pueblos y Estados dominicano y haitiano, y de fraternidad entre los pueblos, muestra su preocupación por el curso que vienen definiendo las relaciones de vecindad entre dos naciones caribeñas.

Altice

Ojalá que dos países que comparten una misma isla del Caribe, como la República Dominicana y la República de Haití, que históricamente han sabido resolver sus diferendos fronterizos por la vía diplomática, no tengan que caer en lo absurdo del conflicto por asunto de manejo de sus ríos transfronterizos. Al entender de la institución y de sus fundadores, los Dres. Jacqueline Boin y José A. Serulle Ramia, los dos países están llamados a forjar una cooperación y vigilancia extrema de sus fuentes compartidas de agua, a establecer intercambios técnicos y de capacidades y a dar fiel cumplimiento a lo establecido en el Tratado de 1929, en aras de dar un uso  racional y equitativo a las fuentes compartidas de agua. Que se garanticen por igual los niveles elevados de reforestación de las cuencas y de protección de los ríos transfronterizos de Pedernales, Artibonito, Masacre o Dajabón, Macasía, Mulito y Pedernales.

La Fundación Ciencia y Arte, Inc., en el marco de sus 26 ediciones de la Feria Ecoturística y de Producción, ha realizado, junto a la Fundación por un Turismo Alternativo en Haití y Centro Puente Haití, y el Comité Interministerial del Gobierno haitiano, ocho versiones binacionales en la línea fronteriza, las cuales han arrojado importantes enseñanzas en los campos de la economía, la historia, el medio ambiente, la cultura y las relaciones entre los dos pueblos y Estados.

Se demuestra que el mantenimiento de relaciones armoniosas entre los Estados y pueblos dominicano y haitiano no sólo es posible y factible, sino también que es un potencial de desarrollo desaprovechado y una herramienta importante del desarrollo integral en cada uno de los países como de la isla en su conjunto.

Estas dos conclusiones, según la Fundación Ciencia y Arte, Inc., se fundamentan en varios aspectos.

El tema de las relaciones entre Estados y pueblos de las dos naciones vecinas es estratégico para la República Dominicana.

Sin embargo, históricamente, el tema se aborda solamente desde el punto de vista de la seguridad fronteriza, de la inmigración, del respeto a los derechos humanos y de las relaciones exteriores. Se cuantifican los intercambios comerciales formales entre los dos países, pero la dimensión real del comercio intrafronterizo se desconoce. Se le presta gran interés cuando “hace crisis”.

El Ministerio de Economía, Planificación y Desarrollo de la República Dominicana tiene un plan de desarrollo fronterizo, en el cual el tema está contemplado en términos de seguridad, pero no menciona las relaciones en sí. Estas son consideradas como competencia del Ministerio de Relaciones Exteriores.

Los gobiernos por lo general han mostrado un interés que no sobrepasa lo unilateral o incompleto de la dimensión de las relaciones entre ambas naciones caribeñas. No se ha articulado una fundamentación de conjunto, que parta de una visión objetiva de la historia y de los aportes hechos por los dos pueblos al desenvolvimiento e independencia de cada país.

Así, según la Fundación Ciencia y Arte, Inc., entre los ejes estratégicos más importantes de la Estrategia Nacional de Desarrollo y sus elementos transversales no se mencionan las relaciones entre la República Dominicana y Haití.

Los contactos oficiales entre las dos partes han venido decayendo, a pesar de los esfuerzos realizados por ciertos instrumentos del Estado, en particular vinculados a los dos gobiernos, a sus ministerios de relaciones exteriores, y organizaciones no gubernamentales. Se insiste más en los aspectos que desunen a los dos lados, como una forma de justificar sus discordancias, en vez de analizar el alcance de sus buenos vínculos.

El tema de las relaciones entre estas dos naciones caribeñas, las cuales se forjaron tras largas luchas contra el colonialismo y también tras epopéyicas batallas en contra de ocupantes extranjeros, encierra un carácter estratégico para la isla y todo el Caribe. Debería, pues, estar en uno de los primeros rangos de los planes de desarrollo de ambos países y, por tanto, de los programas de sus respectivos gobiernos. Estas relaciones influyen en la estructura económica, social, ambiental, política y cultural de las dos identidades.

La falta del conocimiento mutuo trae consigo mucha ignorancia a la hora de delinear políticas y tomar medidas concretas que redunden en beneficio del progreso de una y otra nación. Asimismo, estos bajos niveles de aprendizaje de sus respectivas realidades y expresiones culturales se constituyen en un estorbo a la buena vecindad, porque hace que se arrastren prejuicios que en vez de esclarecer el panorama lo oscurezcan y provocan un distanciamiento innecesario y nocivo de sus poblaciones.

La frialdad mostrada muchas veces entre los dos países se basa pues en percepciones históricas falsas y en la divulgación de imágenes incorrectas de su discurrir como naciones, con sus fortalezas y debilidades.

En ese contexto, los dos pueblos se conocen poco y no llegan a elevar su conciencia sobre la naturaleza de sus respectivas realidades socioeconómica, de su historia común en períodos determinados de la historia y cómo llegaron a constituirse en dos entidades culturales distintas, con formaciones socioeconómicas totalmente diferentes.

Se tiende a valorar la dimensión de cada nación por aspectos cuantitativos, coyunturales, y no por el proceso vivido de cambios y los intervencionismos foráneos que han buscado moldear su presente y futuro.

Se pierde de vista que la situación de inestabilidad en un momento determinado de un Estado o nación no es cosa ajena al proceso político y de intereses económicos que mueven a los dos países. Tanto el uno como el otro han experimentado períodos de estabilidad en este campo y también momentos, cortos o largos, de grandes turbulencias.

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Desde hace unos años, Haití está viviendo momentos muy difíciles en términos de gobernabilidad. La República Dominicana ha conocido años de guerras civiles, dictadura, golpes de Estado. Las luchas de ambos pueblos han sido entorpecidas por fuerzas oscuras internas e internacionales, egoístas e imperialistas, buscando impedir la materialización de las aspiraciones de progreso y paz de sus nobles y laboriosas poblaciones.

La precariedad que conoce Haití es producto del sistema económico imperante y de los niveles de corrupción y traición que se han entronizado en su aparato estatal y dominante. Asimismo, las grandes deficiencias que aún exhibe la población dominicana, sus desigualdades regionales y la alta concentración de riquezas, son el resultado de las limitaciones que tiene el régimen capitalista vigente en resolver de manera integral los problemas de su gente.

Producto de las limitaciones del desarrollo de ambas naciones una parte importante se ve impelida a emigrar, fenómeno que se viene acentuando desde la década de 1980 con el crecimiento de las ciudades y el incremento de las dificultades en su vida rural.

Esa emigración tiene sus aspectos negativos, pero también reúne potencialidades clave para el desarrollo de ambos países. Es sustancioso el aporte que hacen los trabajadores emigrantes a las dos economías y al progreso de amplios sectores sociales.

Los espacios que ocupan las dos naciones caribeñas están cimentados en intereses comunes y divergentes, a imagen y semejanza de las características geográficas, históricas y de sus procesos desiguales de desarrollo socioeconómico. Sin embargo, sus niveles de interdependencia son muy elevados. La República Dominicana depende estructuralmente en gran medida de la fuerza de trabajo haitiana para llevar a cabo sus procesos productivos en el campo de la agricultura, de la industria de la construcción y del propio turismo. Y el peso del consumo de Haití se hace sentir en muchas de las ramas comerciales, agrícolas e industriales de la República Dominicana. Más, en los últimos años, se observa un sustancial incremento de la inversión directa de capitales haitianos en áreas como la inmobiliaria, el turismo, la agricultura y el comercio. Muchas compañías de construcción dominicanas han desarrollado en los primeros diez años de este siglo un magnífico aporte al proceso de conectividad interna, de infraestructuras viales, en Haití.

Haití también depende estrechamente de la República Dominicana por los beneficios que recibe la población haitiana que vive y trabaja o transita ocasionalmente en el territorio dominicano, por los ingresos salariales y las remesas a sus familiares, y por los servicios de salud y educación que recibe el nacional de Haití.

Son aportes mutuos, difíciles de cuantificar.

No se puede hablar de una carga más pesada de un lado que del otro. Son sociedades con sus claras particularidades, pero seriamente intrincadas en su proceso de existencia.

Hasta la informalidad que se opera en la vida fronteriza y territorial de ambas naciones es un componente que entrelaza, en circuitos complejos, la realidad de estos dos países vecinos.

Se alega, con razón, que, aparte del diálogo y trabajo conjunto, la solución a los malentendidos y a los problemas concretos que puedan existir pasa por la corrección del desequilibrio existente en el desarrollo de los dos países. En este campo es mucho lo que se puede hacer. Es un asunto de voluntad política de sus Estados y de cooperación y solidaridad entre sus pueblos y sus sectores empresariales.

Después de la imposición por potencias coloniales de la división entre la parte occidental y oriental de la isla, los diferendos fronterizos se han resuelto de manera pacífica. La diplomacia ha primado sobre el conflicto.

Con el tratado de 1929, se tiene un instrumento legal que puede ser enriquecido pero que reúne las herramientas necesarias para evitar cualquier tipo de malentendido por asuntos territoriales o manejo de agua de los ríos transfronterizos. 

En el mundo de hoy, no son pocas las naciones que conocen fuertes conflictos y hasta guerras devastadores por el asunto del manejo de sistemas hídricos transfronterizos. Una de las características de estos conflictos es que cuando comienzan tienden a conocer formas cada vez más complejas y menos fáciles de controlar, que conllevan al odio y al desentendimiento constante, a la movilidad de poblaciones, así como a que se cometan atrocidades que afectan la buena vecindad, la paz y el sosiego de las poblaciones afectadas. Entre los países más afectados podemos señalar a: Yemen, Somalia, India-Pakistán, Israel-Palestina, Irak, Colombia…

La República Dominicana y Haití no pueden caer en este tipo de conflicto, que muchas veces se convierten en una infernal espiral de choques y muertes.

El ordenamiento territorial y poblacional, sobre todo por su urgencia en la frontera entre los dos países, es un gran imperativo, así como el rescate de las cuencas hidrográficas que nutren en agua a las dos entidades nacionales.

La reforestación en la franja fronteriza es un asunto de los dos territorios, así como el manejo racional, a favor de los sistemas productivos y de consumo humano y energético, de las fuentes hídricas. Esto hay que hacerlo con un sentido de ordenamiento territorial, pero también partiendo de acciones socioeconómicas específicas que cambien radicalmente la forma de existencia, caracterizadas por la falta de recursos monetarios y tecnológicos,  el abandono y la pobreza, de las poblaciones fronterizas.

Para nadie es un secreto que la presión demográfica de la parte haitiana de la frontera (tomando como referencia 100 kilómetros de profundidad de cada lado) es diez veces superior del lado haitiano que del lado dominicano. Mientras la población dominicana de la frontera disminuye, la población haitiana en esa franja es cada vez mayor, con necesidades vitales por resolver.

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En efecto, Dajabón, Elías Piña, Independencia y Pedernales -fronterizas-, Santiago Rodríguez, Montecristi y Baoruco -limítrofes- han disminuido su población. El último censo de 2022 arrojó que en las provincias limítrofes residen 234,591 personas y con las tres provincias de la región fronteriza, alcanzaría un total de 531,461. Sin embargo, los departamentos fronterizos y limítrofes del sureste, del centro y del nordeste de Haití suman más de cinco millones de habitantes. En estas condiciones, las exigencias alimenticias son dispares, siendo considerable en la parte haitiana, más si se toma en cuenta los niveles de erosión y de sequía que caracterizan a gran parte de los suelos de esa franja de Haití (diferente a lo que sucede en el Departamento del Sur y en el valle del Artibonito).

En el 2008, cuando Haití era víctima de la escalada alcista de los precios alimenticios internacionales, el arroz constituía 20% de la dieta en Haití. En 1981, el país importó 16 mil toneladas, y en el 2008 esa importación alcanzó las 350 mil toneladas. Su producción de arroz apenas alcanza menos de 25% de su consumo local. (Ver Joel K. Bourne, JR., en National Geographic en español, septiembre de 2008, p.30). Hoy, la crisis alimentaria es más aguda y afecta a un número mayor de la población haitiana.

El manejo mancomunado de las fuentes acuíferas transfronterizas, con la construcción de mini y medianas presas, que alteren lo menos posible el medio ambiente, puede ser un mecanismo que favorezca la seguridad y soberanía alimentarias de ambas naciones vecinas, así como la ampliación de sus fuentes limpias de energía.

A través de las ocho versiones de la Feria Ecoturística y de Producción, organizada por la Fundación Ciencia y Arte, Inc., y entidades haitianas, se ha mostrado las riquezas naturales y culturales que existen en la zona fronteriza, donde además existe una importante riqueza minera que debe ser analizada por los dos Estados y en el caso que se explote hacerlo con un criterio de alta racionalidad, de soberanía de las dos naciones, de mejoría real de sus poblaciones y de protección extrema del medio ambiente.

Por su diversidad biológica y cultural, la frontera, de ambos lados, encierra un potencial extraordinario para el desarrollo del ecoturismo y de la producción e inversión sostenibles, favorable al auge de la vida social, económica, científico-tecnológica, ambiental y cultural de sus poblaciones.

El ecoturismo se convertiría también en un factor de mayor convivencia pacífica y ayuda mutua, preservando ambos territorios y poblaciones sus costumbres y sus modos de producir, así como sus anhelos de bienestar y amor a sus respectivas identidades nacionales.

Por otra parte, el desarrollo económico de la zona fronteriza, la creación de fuentes productivas y creativas de trabajo, y el ordenamiento territorial, institucional y administrativo del paso fronterizo, es vital para regular y estabilizar el movimiento migratorio y eliminar las actividades ilícitas entre Haití y República Dominicana, y aquellos movimientos que puedan poner en peligro la seguridad de ambas naciones.

Además, para agilizar el proceso de armonización de las relaciones dominico-haitianas, es necesario instrumentar un proceso educativo que conduzca a que los dos pueblos se conozcan

mejor, eliminen los prejuicios y las falsas imágenes que tienen el uno del otro, promoviendo siempre el respeto a sus respectivas formas de producir y valores culturales.

Un centro de investigación y formación sobre las relaciones dominico-haitianas aportaría importantes insumos al proceso de toma de decisiones de políticas a ser aplicadas por las autoridades de ambos países.

-En las ferias binacionales y en su proceso de preparación, se abre un foro permanente de investigación, discusión y debate sobre la historia de las relaciones entre los dos países y sobre las políticas a ser aplicadas para hacerlas más llevaderas y fructíferas

El documento de la Fundación Ciencia y Arte, Inc., redactado por su presidenta y presidente-fundador, los economistas Dres. Jacqueline Boin y Embajador José A. Serulle Ramia, concluye con la siguiente observación.

Las relaciones bilaterales entre los dos Estados están ahora dedicadas fundamentalmente a los problemas migratorios y de seguridad fronteriza. Hay que avanzar en las relaciones estructurales que mueven en parte el tejido de la vida de las dos naciones caribeñas, las cuales están llamadas a constituirse en un ejemplo regional y mundial de entendimiento, cooperación, solidaridad y paz. Invertir en la paz es el mejor camino para alcanzar el desarrollo integral de los pueblos, acabar con las guerras, el hambre e injerencia de potencias en los asuntos internos de las naciones. (Ver Jacqueline Boin y José A. Serulle Ramia, “Capital y Humanidad”, Ediciones Fundación Ciencia y Arte, Inc., junio 2023, 506 páginas)

El documento asevera en sus conclusiones lo que sigue.

El diálogo, a través de una proactiva y sincera diplomacia, es lo único que puede resolver las contradicciones que emanan por intereses contrarios o malas interpretaciones de tratados o protocolos de convivencia pacífica. En lo que acontece hoy, entre República Dominicana y Haití, existe todavía mucho espacio y margen para emprender conversaciones que conduzcan a la solución de cualquier tipo de diferendo. Las dos partes tienen capacidades técnicas y deseos de entendimiento para dar una salida digna al impasse actual. Resolver este asunto no requiere de la intervención de personas o entidades foráneas. El mundo de hoy se ha vuelto cada día más complejo. Cada país tiene sus propios problemas. A los dominicanos y haitianos, con su buena fe y sus capacidades, corresponde dar solución a los percances que se puedan presentar en la vía de su florecimiento como naciones, Estados y pueblos. Se trata de una contribución significativa, de la cual toda la humanidad se sentirá agradecida.

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