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POR JUAN T H

Altice

Si en algo parecen estar de acuerdo la inmensa mayoría de los dominicanos, es que la solución de la crisis haitiana no está en nuestro territorio; que podemos hacer todo lo que esté a nuestro alcance, incluso más, para que el vecino país encuentre su propio camino hacía la solución de sus males. Pero jamás podrá ser sobre la base de perder nuestra identidad cultural y nuestra soberanía. ¡Eso nunca!

Los Estados Unidos parece no entenderlo, al igual que otras naciones igualmente poderosas, que intervienen en otros países donde hay muchas riquezas, poder económico, petróleo, oro y otros recursos renovables y no renovables, pero no quieren meterse en Haití, donde sólo hay pobreza y desolación. Quieren que seamos los dominicanos quienes, con nuestras propias miserias, asumamos la crisis de ese país sabiendo que no podemos, que igual somos pobres, aunque en mejores condiciones políticas, económicas y sociales.  Con mucha precariedad, y a pesar de los pesares, el Estado funciona.

Las Naciones Unidas, dirigida por EEUU, ha utilizado todos los recursos habidos y por haber para que cambiemos nuestra posición en lo referente a las repatriaciones, legales por demás, poniendo de manifiesto su doble moral. Los haitianos son echados literalmente a patadas, foetazos y culatazos donde quiera que lleguen, incluso en los propios Estados Unidos, donde los apalean. Para los haitianos “el sueño americano no existe”.

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No voy a reiterar los grados de solidaridad y hermandad que ha mostrado la República Dominicana cada vez que Haití lo ha necesitado, más que todos los demás países que nos acusan de xenófobos, racistas, etc. El pueblo dominicano siempre les ha tendido la mano a los haitianos. Y no será de otro modo en el futuro, pero no entregándole los derechos adquiridos, algo que ha sido reconocidos en su momento por las propias Naciones Unidas.

Somos un país libre y soberano, aunque muchas veces hemos sido genuflexos ante los pedimentos que constantemente nos hace Estados Unidos, país que no tiene amigos, ni enemigos, solo intereses, tácticos y estratégicos. Cuando les conviene nos tratan como amigos, cuando no, como enemigos. Somos un país aliado, nuestro primer socio comercial, pero cuando creen que deben enviarnos los marines, los portaviones, los cañones y los tanques, lo hacen, como ya ha ocurrido en el pasado no tan lejano.

El gobierno dominicano no tiene un discurso de odio ni de rechazo absoluto contra los haitianos. Al contrario, son necesarios, aportan mucho con su mano de obra, pero deben estar debidamente documentados y regulados por nuestras leyes migratorias. Es cierto que determinados sectores y grupos extremistas tienen una actitud distinta, pero no se le puede atribuir al gobierno ni al pueblo dominicano que durante siglos ha convivido con ellos, creando un sincretismo cultural que nadie, en su sano juicio, puede negar.

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A la crisis haitiana hay que buscarle una salida urgente. El país se desgasta y se desangra cada día más. la pobreza y la miseria ha alcanzado niveles alarmantes. Haití está devastado, sin agua potable, sin energía eléctrica, sin alimentos, sin empleos, sin turismo, sin inversión extranjera, con un nivel de analfabetismo enormes, con un territorio desértico que ya no da frutos. Haití camina hacia su disolución con la desaparición del Estado y el surgimiento de las bandas de asesinos y ladrones, matando, secuestrando y robando todo cuanto pueden. Hay que buscarle una salida, pero las Naciones Unidas, encabezadas por sus dueños, las potencias mundiales, encabezadas por Estados Unidos, tienen la ultima palabra, no la República Dominicana, un país pequeño y pobre, lleno de problemas económicos, donde hay una gran deuda social, que los propios Estados Unidos, al que le hemos dado tanto, debería contribuir con pagarla.

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