Por JUAN T H
En la naturaleza la hembra ha jugado un rol fundamental en la procreación de todas las especies. Sin su existencia no existirían los animales, las aves, los peces, ni los humanos. El varón, por sí solo no procrea, no se reproduce, precisa de una hembra que guarda en su vientre durante un tiempo determinado a los nuevos seres, a los que han de continuar la especie.
La unión de dos, varón y hembra, en los animales, las aves y los peces, se requiere de esa unión. Por lo tanto, unos y otras, ella y el tienen que estar indisolublemente juntos. No es casual que los machos pelean, hasta la muerte muchas veces, por aparearse con las hembras en la selva, en los mares y entre los humanos.
Sin embargo, el hombre ha marginado históricamente a su compañera, subordinándola, relegándola, convirtiéndola en una cosa, en un instrumento sexual, en una incubadora, mancillándola, violándola, asesinándola y evitando su desarrollo integral.
No fue Dios el que creó al hombre, fue el hombre que lo creó, y lo hizo a imagen y semejanza, con todas sus imperfecciones, con su avaricia, con su ambición desmedida que ha terminado deshumanizándolo, convirtiéndola en una bestia más, que mata por matar, depredador de su propio habitad. El hombre contra el hombre. La explotación del hombre por el hombre mismo.
La mujer es la culpable de toda la tragedia humana. Ella convenció al estúpido de Adán a comer del árbol prohibido. Ella fue creada de una costilla del hombre porque Dios lo vio muy solo en el paraiso. Ella, por haber pecado, fue condenada “a parir con dolor sus hijos”. En casi todas las religiones las mujeres están relegadas a un segundo plano, igual que en todo lo demás.
Sin embargo, en la naturaleza no existe un ser más extraordinario y maravilloso que la hembra, no solo porque es quien alberga la vida en su seno para que ésta continúe, sino por todo el amor y la entrega, porque es capaz del sacrificio supremo de dar su propia vida a cambio de la vida de sus hijos.
Nacer hombre en un mundo de hombres, ha sido relativamente fácil y hasta placentero; en cambio, nacer mujer en un mundo de hombres, ha sido una desgracia que muchas veces se convierte en tragedia.
No obstante, la historia de la humanidad no puede escribirse sin el esfuerzo, la tenacidad, la valentía y el coraje de las mujeres que han tenido que luchar tesoneramente para lograr avanzar en contra de la corriente, teniendo muchas veces como su principal contendor al hombre, algo inexplicable, que ha retrasado el desarrollo de la humanidad. El hombre ha debido ser compañero, amigo, amante, cómplice de las mujeres, sus compañeras. Pero no ha sido así, para desgracia de ambos. Los aportes de las mujeres en el desarrollo de la humanidad son tangibles en todas las ciencias, en la literatura, en la enseñanza, en la producción de bienes y servicios, incluso en la guerra. Las mujeres inventaron la agricultura. Sin ese invento la humanidad probablemente habría desaparecido por falta de alimentos
Como se ha dicho muchas veces, la mujer es la mitad de la población, y la madre de la otra mitad. Los políticos hablan de democracia, exigen libertad y proclaman derechos, pero en la calle y en los medios de comunicación, no en sus casas, ni en sus hogares, donde se impone una dictadura, un patriarcado.
Hemos llegado a un punto en que los hombres quieren controlar la maternidad de las mujeres, eliminar su derecho, otorgado por la naturaleza, de dar vida en el momento que lo crea beneficioso y provechoso, replicando la práctica del Imperio Romano con los Césares, que las embarazaban y luego les abrían el vientre sin importarle si ella vivía o moría durante el parto. (De ahí la palabra “cesaría”)
No hay una sola sotana con la calidad ética y moral para condenar a una mujer por actuar de un modo o de otro, por decidir cuántos hijos debe tener, por practicarse un legrado o un aborto. Y muchos menos para oponerse a las “tres causales”.