Por Miguel Ángel Cid Cid
El impacto sonó como un rayo sobre el techo de zinc. Grégory estaba en el baño cepillándose los dientes para acostarse. Yo seguía en el comedor cerrando los archivos de la computadora para irme a la cama. Era poco menos de la media noche, por lo que descarté que fuera una piedra de las que lanzan los muchachos para cazar pajaritos.
De repente me paré de la silla. La laptop quedo sobre la mesa y me dispuse a inspeccionar la casa para determinar qué pasó. Quería saber qué tipo de cosa puede producir un sonido tan ruidoso al golpear el techo. Así que quise confirmar primero si Grégory estaba bien. Pero cuando me acercaba al baño él ya estaba en el pasillo. Asustado. Mirando hacia el techo buscaba lo que ya savia. Al verme preguntó:
Ñangue ¿qué jué? Jum e la cía, cía, cía, cía… tio, tio, tio… con la tola, tola, tola, tola – Gritó.
Mientras hablaba se agachaba. Vía a uno y otro lado. En sus manos parecía como si estuviera en ellas un arma de fuego. Y disparaba a cada lado.
Poo, poo, poo, poo – Gritaba.
Al día siguiente, después de un café reinicié la búsqueda. Revisé por donde quiera, la sala, los dormitorios y el cuarto de baño. Y nada. Grégory iba detrás repitiendo:
— E la cía, cía, cía, cía… tio, tio, tio… tola, tola, tola, tola…
Rato después regresé al baño sin la intención de buscar nada. De repente vi el destello de una luz que distrajo mi atención. En la esquina de la bañera, justo frente a mí, estaba una diminuta pieza dorada “éste debe ser el anillo de mí hermana que lo dejó tirado otra vez”. Ésa fue la primera idea que pasó por mi mente.
Simplemente me dispuse a recoger el anillo. Pero resulta que no era un anillo. Lo que brillaba era una bala perdida.
Al rato busque un pie de rey, que es un calibrador para medir el diámetro del plomo. Era una bala de bronce, rellena de plomo, calibre nueve milímetros.
Austria, mi hermana y madre de Grégory, le contó el suceso a Sandro nuestro vecino. Sandro Blanco, de contextura fuerte y hablar campechano, al estilo cibaeño vino a la casa, revisó y luego señalando al techo, dijo:
— Mire Miguei, por ahí fue que entró ei tiro. Mírelo bien, ahí, donde tá ei zinc jodora’o.
Yo tenía el proyectil en la mano. Se lo mostré a Sandro y él, sin tener que medir su calibre con el pie de rey, exclamo:
— Oh eso e de una pitola nueve milímetro.
Cuando Grégory repetía — Ñangue ¿qué jué? jum e la cía, cía, cía, cía… tio, tio, tio… con la tola, tola, tola, tola… Lo que decía exactamente era: Miguel Ángel, ¿qué fué eso? Jun eso es la policía tirando tiro con la pistola.
Para escribir éste artículo busqué la bala y la puse sobre la mesa, al lado de la computadora. Pero lo de Gregory es un caso extraño. Sin nunca escuchar el sonido de un disparo, él estaba seguro que lo que sonó esa noche era un tiro de pistola.
Miguel Ángel Cid
Twitter: @miguelcid1