Por Miguel Ángel Cid Cid
— Patrón estas pájaras están bravísimas –, exclamó.
Jovani Guerra es profesor, economista, abogado y agricultor, de comportamiento apacible, acorde con su expresión corporal. A pesar de tener tres licenciaturas ha profundizado la herencia cultural y las creencias campesinas. En su casa del campo en la comunidad de Yásica Arriba, Puerto Plata, él tenía más de treinta palomas. Pero hacía meses que no iba a darle calor al rancho.
Bolívar Antonio Díaz, un joven flacucho, de poco hablar y ágil para trepar en los árboles. Él se encarga del mantenimiento de las tierras de Jovani en el campo. De modo que, a pesar de la prolongada ausencia de su jefe, aparte de las palomas, en el predio todo estaba en orden.
Para el caso, el ojo del amo en vez de engordar al caballo salvó a las palomas. Desde que Jovani regularizó sus acostumbradas visitas de fin de semana noto una merma en el palomar.
— Alguien se está comiendo las palomas, fíjate Bolívar que cada día son menos.
— ¿Usted cree patrón?
Los dos quedaron con la duda. Para desengañarse decidieron montar vigilancia sobre el palomar.
Era domingo en la mañana, Jovani se levantó de madrugada. Quería dejar claro qué estaba pasando con las palomas antes de regresar a la ciudad. Puso agua a hervir en el fogón para colar café y salió al patio a dar una vuelta.
Bolívar ya estaba haciendo sus labores habituales, atendiendo los animales. Jovani lo invitó a sentarse debajo del zaguán. Luego entró a la cocina, tomo el agua caliente y comenzó a echarla en el colador. En cuestión de segundos los dos estaban sentados en los bancos del zaguán tomando un café humeante.
Entre un sorbo y otro Bolívar dijo: – patrón ¿qué vamos a hacer con las palomas?
— Vea Bolívar, vamos a desenredar esto ya. Antes de irme quiero saber si son ladrones o los animales mañosos que están acabando las palomas. Cuando termine el café búsquese la escalera para revisar el palomar.
Terminaron el café. Bolívar saco la escalera que estaba detrás de la cocina y Jovani se fue directo al palomar. Al llegar encontró en el suelo varias plumas y dos cascarones de huevos de paloma. Estaban apretaditos, como si alguien los hubiera acomodado.
— Esto no es cosa de gente y menos de ratones o hurones, esto es obra de una culebra –, dijo Jovani.
Así que Bolívar Antonio subió por la escalera hasta el palomar, advirtió que adentro había una culebra enrollada como un babonuco.
— Patrón hay una, grito. Intento agarrarla, pero se espantó. No patrón, no es una, sino que son dos culebras.
Bolívar trataba de sacarlas por un lado y ellas sacaban la cabeza por el otro y le tiraban para morderlo
— Están muy bravas patrón.
Entonces Jovani le declaró la guerra. – Bolívar, bájate de ahí y ve a búscame la escopeta a la camioneta –, ordeno. Mientras él descendía le explico, — a las culebras no se les puede dar chance, son como los políticos, si te descuida te bajean.
Bolívar llego con el arma y se la entregó a su patrón.
Guerra preparó la escopeta, afincó la culata en su hombro y apuntó al palomar. Él impartía lecciones sobre política a su empleado, combinadas con las creencias y tradiciones heredadas.
— Este país no avanza porque los políticos hacen lo que les da la gana y nadie los vigila. Cuando llegan al gobierno creen que se sacaron la lotería. Que le dieron el país como si fuera una herencia. Y como nadie les reclama son ligeros con los dineros del Estado.
Y antes de dispar sentenció: — El mal hay que cortarlo de raíz, las culebras son obra del Enemigo Malo.
Disparó tres veces. Los pedazos de madera cayeron al suelo y las dos culebras, heridas, se retorcían buscando como escapar. Para rematarlas, Jovani sobó la escopeta calibre 12 y descargó los dos cartuchos que les quedaban en la recamara.
Satisfecho exclamó: – ahora esas culebras están bien muertas. Así como deberían estar los políticos culebrones que desfalcan el país.
Bolívar se santiguo y dijo: –¡Jesús! Ave María Purísima…
Miguel Ángel Cid
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