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Se marchó a la Casa del Padre. Su paso por la tierra está marcado con las palabras de amor y entrega a los demás. El trabajo que realizó con los privados de libertad es el mejor testimonio de una mujer que mostró la misericordia del Señor entre aquellos despreciados por la sociedad.

Altice

En el centro de corrección de Rafey, Santiago, los internos le decían Mamá. Es que ella con su ternura llenaba el vacío profundo que sienten quienes viven años fuera del entorno familiar, en condiciones muchas veces inhumanas. Y quienes más sufren son los pobres, que no cuentan con los recursos económicos para lograr quién los defienda.

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Sus años, que ya pasaban de los 90, nunca fueron motivo para detener el apostolado que realizó con la población carcelaria.

Se nos fue una gran dominicana. La que brindó sus manos a los leprosos. La que enseñó en las aulas. La monjita que evangelizó en campos y barrios.

Ella encarnó la verdad en medio de tanta mentira, que como dicen nuestros Obispos en la Carta Pastoral de este 21 de enero del 2022: “La mentira bombardea nuestros hogares presentando normas, costumbres y modelos de vida contrario a la Revelación.”

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El amor al dinero nunca tocó su alma. Los valores del Reino fueron el motivo de su existir. No se contagió de la pandemia del afán al dinero, porque como siguen diciendo los Obispos en la Carta Pastoral: “Los ilusos piensan que quien más bienes consiga, más asegurada tiene la supervivencia en este mundo.”

En Sor Magdalena encontramos una cristiana ejemplar. Paz a su alma.

Editorial del periódico Camino

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