En contenidos anteriores veíamos la importancia del autoconocimiento como clave de bienestar y estabilidad emocional, pero no podremos avanzar todo lo deseable ante este reto si no somos capaces de mantener una estructura de coherencia interna entre lo que hacemos y lo que somos.
En este somos recogemos todo aquello que pensamos y sentimos, lo que nos lleva a la acción, al hacer. Será, por lo tanto, muy importante conocer cómo construimos nuestro mundo, cómo crecemos y cómo nos adaptamos a los retos cotidianos. Toda esta evolución la haremos a través de nuestras creencias: las aprendidas de modelos cercanos con referencia afectiva para nosotros y las que elaboramos fruto de nuestra proactividad y capacidad de aprendizaje biográfico. Además, nuestros valores, deseos, expectativas y emociones tendrán un peso altamente relevante en esta conformación de quienes somos.
A pesar de que pueda parecer relativamente sencillo equilibrar nuestras acciones (lo que hago) y nuestra construcción del soy (nuestro mundo de las emociones y cogniciones), lo cierto es que desarrollar esta coherencia interna es una tarea compleja y para muchas personas puede llegar a ser una gran desconocida.
Consecuencias de la falta de coherencia interna
Como consecuencia de la falta de coherencia interna (alineación y consistencia entre lo que pensamos, sentimos y hacemos) podemos sufrir una alteración o un conflicto interno que nos lleve a desconfiar de nosotros y de nuestro mundo. Este malestar suele debutar cuando mantenemos creencias contrapuestas o necesitamos justificar acciones con las que no estaríamos de acuerdo con anterioridad a los acontecimientos del momento actual. Esta dificultad tiene nombre y solución: es la famosa disonancia cognitiva.
Para generar bienestar y estabilidad emocional, el ser humano necesita coherencia interna; entonces ¿por qué aparece la disonancia cognitiva? No surge porque tengamos una intencionalidad de mantenernos en desajuste entre lo que pensamos, sentimos y hacemos, ya que no contar con coherencia nos lleva al sufrimiento y al malestar con nosotros e incluso con otras personas (aquellas que perciben nuestras disonancias cognitivas).
Este desajuste puede ser fruto del desconocimiento, pero también del autoengaño, del deseo de agradar a otros por encima de nuestros valores y creencias, de la evitación experiencial ante situaciones de dureza emocional y desagradables. Pueden irrumpir los sentimientos de culpa por pensar que no estamos a la altura de las demandas percibidas e, incluso, por no alcanzar los retos autoimpuestos. Como vemos podemos tener múltiples causas para que irrumpa esta fórmula de afrontamiento que nos roba la estabilidad emocional.
Es común intentar gestionar la falta de coherencia interna cambiando la creencia original, a pesar de que esta fuera compatible con nuestra estructura de valores. También podemos llegar a cultivar y añadir nuevos elementos que justifiquen nuestra disonancia. Al descubrirnos en disonancia, tendemos a compensar y “tapar” lo que estamos viviendo, ya que nos resulta muy incómodo visibilizar que pensamos una cosa, sentimos otra y, finalmente hacemos otra diferente.
Qué podemos hacer para lograr el equilibrio
Si añadir nuevas creencias o justificar nuestras acciones no es la manera de ganar la tan deseada coherencia interna, ¿qué podemos hacer?:
En primer lugar, es muy importante identificar si estamos siendo coherentes entre lo que pensamos, sentimos y hacemos.
Desarrollar un sistema de valores nos permitirá tener una guía clara sobre la gestión de nuestro mundo.
Cada uno de nosotros debemos buscar cuál es el motivo que nos lleva a desarrollar esta disonancia cognitiva.
Descubrir en qué contexto aparece con más frecuencia la disonancia cognitiva nos facilitará información valiosa, acotada y ajustada a la realidad.
No evitar el malestar es clave; así no incurriremos en el autoengaño y en la disonancia, que se puede desarrollar con el ánimo de no sufrir.
Averiguar si la toma de decisiones nos lleva a este estado de disonancia. Habitualmente la desarrollamos ante las elecciones.
Admitir que no siempre estamos en el 100% de coherencia interna, pero debemos saber en todo momento qué nos ha hecho perderla.
Por último, apoyarnos en la idea de que cada día podemos ser una mejor versión de nosotros mismos podrá facilitarnos el desarrollo de la coherencia interna, ya que esta idea será lo suficientemente motivadora como para resetear y mejorar nuestros procesos internos cada día, evitando las justificaciones incongruentes o las culpas.